Burgos: 50 años de ETA, Bildu y PNV
Todo el mes de diciembre de 1970 estuvo marcado por el “Proceso de Burgos” en el que en el Sumarísimo 31/69 se juzgó a dieciséis militantes de una organización hasta entonces prácticamente desconocida: ETA, las siglas de Euskadi ta Askatsuna que fueron por primera enunciadas por uno de los fundadores, Álvarez Emparanza. A los acusados se les imputaban tres asesinatos: el de Echebarrieta, el del guardia civil Pardines pero, sobre todo, el de Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Social de San Sebastián. El régimen de Franco planteó aquel Proceso como, ¡fíjense!, el “comienzo del fin” de aquella prematura banda de facciosos que había empezado proclamando que se declaraban “apolíticos” y “aconfesionales” y que, diez años después, ya 1969, variaron el tiro, nunca mejor dicho, para defender su “etnia”, su etnia y no su raza que era la apuesta del talibán nacionalista Sabino Arana. Es curioso saber, por ejemplo, cómo individuos como Eduardo, “Teo”, Uriarte, luego condenado en Burgos a dos penas de muerte, cumplieron esa evolución. Su colega, Mario Onaindía, fallecido por cáncer en 2003, también sentenciado a idéntico castigo en el Proceso, cuenta en un libro, creo que memorable: “Guía para orientarse en el laberinto vasco”, la conversión de “Teo”. Subió “Teo” un día al monte como excursionista de la Asociación Excursionista “Manuel Iradier de Vitoria”. En la cima, su acompañante, Emilio López Adán, jefe que fue después de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, le dijo algo así como esto: “Mira, “Teo”, ¡qué buen lugar para tender una emboscada a la Guardia Civil”.
Eduardo, sevillano de familia originariamente socialista (su padre, el hombre, era un enamorado de Largo Caballero) se inflamó allí mismo de una suerte de revolucionarismo violento, y se sumó a la banda. Curioso el trayecto de Uriarte: salvó la vida gracias al indulto de Franco en el mensaje navideño de aquel año, estuvo errante por algún país nórdico tras pasar años en las cárceles donde los etarras estudiaban, y creían, en el más radical marxismo-leninismo. Vuelto a España comenzó a recaer en que aquel terrorismo en el que se había integrado era un monumental despropósito humano, humanicida mejor, se apuntó con Onaindía al posibilista Euskadiko Eskerra, terminó por coligarse con el PSOE, y hoy es uno de los más fervientes promotores de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, tan denostada por el sanchismo. A Uriarte, de una elementalidad similar a la de un aldeano listo, le entrevisté dos veces en “El Tercer Grado”. En la más rotunda me confesó: “Todos nosotros éramos unos hijos de puta” y “Cada vez que paso cerca de la cárcel de Martutene, les digo a mis hijos: “Con uno que haya estado ahí, basta”.
Realmente Burgos no terminó con ETA; es más, fue su gran lanzadera. En Le Monde su corresponsal José Antonio Novais escribió: “Si las autoridades han creído hacer en Burgos el proceso político a ETA, habrán obtenido, a fin de cuentas, un resultado diametralmente distinto”. El mundo entero se colocó contra Franco, que, una vez más, recurrió a la manifestación de la Plaza de Oriente para decolorar su odio exterior, desde el Papa Montini, “el Papa rojo” se le llamaba en los diarios del Régimen, a los Estados más incógnitos del planeta. Por entonces, reapareció el PNV que, en un documento del que luego se arrepintió hasta el punto de que ha desaparecido de su archivo, se hizo notar de esta manera: “Reconocemos la legalidad de la lucha armada contra el Estado español”. Años después, el estellés, ex ministro de Justicia de la República en representación de su partido, Manuel de Irujo, afirmó ante el cronista: “Desde luego, no fue nuestro más brillante escrito”. Es curioso: el PNV se subió con una declaración como ésta al carro de la protesta general, porque cuando Manzanas fue asesinado, no le reconoció el mérito a la incipiente ETA. Resumió el “penoso incidente” (sic) sugiriendo que fue sencillamente la consecuencia de un socorrido “lío de faldas” y volcaron la culpabilidad de los tiros sobre un carabinero que, según el PNV, mantenía relaciones adulterinas con la señora de Manzanas.
La familia de la víctima negó esta historieta, al tiempo que responsabilizó a uno de los miembros de aquel grupo de facciosos, Izco de la Iglesia, del asesinato del policía. Nunca miembro alguno de los procesados en Burgos delató al auténtico pistolero que acabó con Manzanas. También en otra entrevista en Televisión, pregunté directamente por la autoría a Mario Onaindía. Me contestó: “Nunca hemos hablado, ni hablaremos de eso”. Sí se refirió a la escasa esencia nacionalista de aquella ETA ya que -él lo aseguraba sin ambages- la única conciencia nacionalista que habíamos adquirido nos la habían transmitido las Juventudes del PNV, EGI, de las cuales habíamos surgido nosotros”.
A los cincuenta años del “Proceso” es curioso que los secesionistas de hoy “tipo Otegi” (Bildu) Esteban u Ortuzar (PNV), Sánchez o incluso Iglesias no hayan querido recordarlo. Unos y otros tuvieron protagonismo en aquel episodio nada ejemplar de la reciente historia de España. Los Bildu de ahora mismo ya no se reconocen sucesores de aquellos individuos que, unos más y otros menos, han abjurado de su pasado y han reconocido, caso Onaindía, a ETA como una “organización terrorista”. El PNV, por lo antedicho, no desea meterse en aquel sangriento jardín. Podemos ni siquiera recuerda al abogado comunista Solé Barberá, defensor en el Gobierno Militar de Burgos. Ninguno ha dicho esta boca es mía. En algún lugar de Navarra vivió atormentado el auténtico gestor de aquellos asesinatos; se llamaba José María Eskubi, era hijo de un rico hacendado navarro, estudiaba quinto de Medicina, y pronto se alejó de la banda. Parece que se arrepintió, lloró brutalmente sus fechorías tiempo y tiempo y se murió en Pamplona en 2016. De la historia de la banda que ahora reescriben sus herederos con el auxilio miserable de Sánchez, ha desaparecido Eskubi. La ETA actual, la que se sienta en el Parlamento nacional, en el vasco y en el navarro, ya no le quieren; le resulta molesto, les recuerda su criminal trayectoria.
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