La burbuja de Silicon Valley
Esta semana ha sido la esperada oferta pública de venta —salida a Bolsa— de Snapchat. Para aquellos que con Facebook, WhatsApp, Instagram y Twitter ya han dicho basta, Snapchat puede sonar a bebida refrescante. Snapchat es una aplicación que permite a sus usuarios mandar fotos y vídeos a otros usuarios. Alguno se preguntará si de verdad necesitamos otra aplicación para mandar vídeos y fotos. Lo que hacía “única” a Snapchat es que las fotos y vídeos duraban un tiempo predeterminado por el usuario y luego desaparecían. Además se pueden añadir retoques a las fotos y vídeos como orejas de gato y cosas por el estilo.
Ahora, Instagram también se ha hecho con esta vital función. Lo que puede sorprender al lector es que Snapchat valga más en bolsa —28.000 millones de euros— que Kellogs o Hewlett Packard cuando pierden unos 500 millones anuales y dicen, como muchas otras empresas de Silicon Valley, que puede que nunca lleguen a tener beneficios. No tener beneficios a día de hoy no tiene ninguna consecuencia, ya que a las tecnológicas no se las valora en términos de beneficios sino en la cantidad de usuarios que tienen. Twitter, Amazon, Uber y Snapchat suman una capitalización superior a todo el IBEX 35 y todas pierden dinero.
Siempre nos hemos reído —a toro pasado, claro— del año 1999 cuando empresas sin oficina valían miles de millones. Es cierto que, ahora, la mayoría de start-ups tienen oficinas —válgame que cometiéramos los mismo errores que en el 99—. No obstante, estas valoraciones estratosféricas de empresas que no saben cómo generar beneficios traen consigo algo de nostalgia del cambio de milenio. En aquella época, las valoraciones se defendían con el argumento que Internet lo iba a cambiar todo y que iba a ser la mayor revolución desde la Industrial. Lo ha sido, pero los inversores valoraron las empresas como si ya fueran todas lo que a día de hoy son unas pocas —17 años más tarde—. En el presente, hay varias revoluciones como, por ejemplo, la forma en la que compartimos y recibimos información —Facebook, Twitter, Snapchat, Instagram—, cómo nos movemos —Uber—, cómo compramos —Amazon— y muchas más. Vemos la rapidez con la que la tecnología cambia nuestras vidas y los inversores quieren invertir en este cambio. Sin embargo, esta euforia inversora crea sobrevaloraciones y es demasiado positiva valorando empresas como si no fueran a tener baches por el camino o competencia alguna.
El hecho es que la burbuja de Silicon Valley ya ha explotado. Comparado con un año atrás, el barómetro de start-ups americano de Bloomberg ha caído un 20.25%. Observando datos históricos de Bloomberg durante 1998 y 1999, el financiamiento a nuevas empresas de Internet empezó a caer, pero el índice tecnológico americano no empezó su declive hasta marzo del 2000. Otro ejemplo puede ser la burbuja inmobiliaria española. La financiación de viviendas y proyectos de construcción bajó dos años antes de que se desplomara el mercado inmobiliario. El Nasdaq sigue en máximos históricos, Snapchat sigue valiendo 28.000 millones y Uber 70.000 millones. Puede ser que estas dos empresas lideren el futuro y dentro de unos años valgan el doble. No obstante, en general, las valoraciones que se están haciendo en Silicon Valley parecen estar calculadas para un mundo perfecto, donde nunca le ocurre nada malo a las nuevas empresas tecnológicas. Todos sabemos que las cosas no suelen salir a la perfección. Entonces, ¿por qué valoramos empresas como si esto fuera cierto?
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