El Barça es el PSOE del fútbol
Si Plutarco viviera hoy, una de sus vidas paralelas fetiche sería la de personajes coetáneos que han hecho de la corrupción y la conservación del poder su modus vivendi. En España, la semblanza top, que diría Mourinho, vendría sin duda de la mano de dos personajes que entrelazan su discurso y formas de mantener la poltrona como ninguno en España; Pedro Sánchez y Javier Tebas, a la sazón, presidente del Gobierno (pan) y de la Liga de Fútbol Profesional (circo). La España que radiografiaron Azorín y Larra resumida en dos personajes que podría retratar Maquiavelo y definir Richelieu.
España es una nación indiscutible en su grandeza, término objetivo labrado en sus gestas y hazañas, historia y tradiciones, hitos y costumbres. Pero también lo es en su corruptela más acusada, que ha convertido a la sociedad en un club pasivo que sirve para mantener la podredumbre de un sistema profundamente sumido en el hedor inmoral y el latrocinio más nauseabundo. Si el PSOE ha hecho de la mentira y el robo un programa votable y no castigable, el resto de instituciones no quieren ser menos. España se mueve entre la tapa y la jarra que salen del ruido de sus tabernas y coloquios, en sus fiestas pueblerinas y calles de vino y rosas, donde siempre hay espacio para un corrupto más.
La misma semana que un prófugo de la justicia se pasea con impunidad por las calles de Barcelona sin ser detenido por orden de quien le ha amnistiado en Madrid, otro separatista articula su enésima engañifa en un club de fútbol (el Barça) que lleva viviendo del Estado casi desde su fundación, y que en su seny más profundo, lleva la condecoración del dictador Franco a alguno de sus presidentes con la insignia de oro y brillantes del régimen, el mismo caudillo que le recalificó con dinero público sus terrenos en Les Corts. Historia que ahora, los iletrados periodistas que siguen al Barcelona, tertulianos de todo a cien y streamers y tuitstars con la edad mental de un koala, quieren borrar de la memoria colectiva. También hay indepes en el fútbol, en este caso, de la rectitud y la ética, que buscan su propia amnistía.
Empero, la corrupción que existe en el fútbol y la barra libre de un club que ansía no ser parte de España a pesar de todo, se permiten porque hay otro jefazo, el tal Tebas, que ha comprado la competición a la manera en la que Sánchez ha sobornado a la mitad de los españoles y medios afines: a base de pasta, chantajes y acuerdos ocultos con intereses creados. Uno con Puigdemont, otro con Laporta, ambos, con el separatismo político y deportivo.
El responsable de la Liga llegó al cargo hace poco más de diez años con un programa de control económico para evitar -eso repetía sin cesar- la quiebra financiera de nuestro fútbol. Bajo ese planteamiento, su sueldo como mandamás todopoderoso del cotarro se ha multiplicado desde entonces, pasando de los trescientos mil euros iniciales a los más de cinco millones que los clubes de la Liga sufragan como contribución desinteresada para el supuesto bienestar de la competición. Cuando aterrizó para salvar al fútbol de su desaparición, la Liga era el producto deportivo mejor valorado del continente, en nuestros equipos jugaban los mejores peloteros y España era el destino predilecto de las grandes estrellas.
Hoy, la mayoría de los clubes, salvo dos o tres, están arruinados, sin posibilidad de competir para traer a los mejores jugadores en cada puesto y resignados cada mercado estival e invernal al ver que entidades menores como el Sassuolo italiano, el Lille francés o el Bournemouth inglés presumen de tener más capacidad económica y músculo financiero. Salvo el Real Madrid, y algo el Atlético de Madrid, nadie puede gastarse más de lo que el Conducator de la Liga decide, salvo una excepción, que puede inscribir, fichar y gastarse lo que no tiene y lo que debe: el Fútbol Club Barcelona.
Gracias al acuerdo mágico que Tebas presentó a la asamblea de la Liga con la empresa CVC como tabla de salvación a la economía global de sus representados, la mayoría están hoy esclavizados y dependientes del capricho de un gestor que no mide a todos por igual. Los propietarios son los verdaderos satisfechos con ese cambalache, pues les proporcionó un dinero fácil y rápido como dueños que sólo tendrán que justificar a quien les ha pedido a cambio una única contrapartida: su voto para seguir controlando el cortijo. O sea, como Sánchez con sus socios en el Congreso. Han hipotecado el patrimonio de las instituciones que controlan a cambio de seguir manteniendo en su trono a quien ha devaluado, corrompido y adulterado la competición permitiendo a un club, el Barcelona, jugar con reglas diferentes al resto. Como ha hecho Pedro con Puigdemont y el independentismo y esos siete votos que le mantienen en Moncloa. Una felicidad compartida de intereses criminales. Pero el enemigo del fútbol, del pueblo y del sentido común por oponerse a tal dislate caciquil y ruinoso es el Real Madrid, claro. El relato ya no lo construyen los que ganan, sino los que trafican con la verdad.
Esa discriminación positiva permite al Barça delinquir en el deporte como el PSOE en la política, sabedor de que, como a la formación socialista, no recibirá castigo ni condena por sus reprobables acciones. La prueba más evidente del hedor corrupto que emana de esa entente cordiale o triple alianza llamada Barcelona, Liga y Estado, es la siguiente: un tipo llamado Albert Soler, que formó parte de la ejecutiva del Barcelona en tiempo de Bartomeu, fue tiempo después Director General de Deportes con el gobierno del PSOE de Sánchez, (antes fue Presidente del CSD con Zapatero) y lo primero que hizo fue impulsar una ley que rebajaba a tres años el tiempo en el que delitos como los pagos al jefe de los árbitros (que el Barcelona llevó a cabo durante diecisiete años, entre ellos el tiempo en el que Soler era el responsable de su parcela deportiva) prescribían. Delitos por los que ha sido investigado e imputado. Es decir, aprobó una ley sectaria a beneficio del Barça para evitar que este sea sancionado por las presuntas prácticas delictivas y antideportivas realizadas.
El propio Tebas, que nunca quiso posicionar a la Liga contra el club que corrompió la competición durante décadas, afirmó en una entrevista reciente que si en la actualidad un equipo cometiera el mismo delito inmoral que cometió el Barça, esto es, pagar al responsable de los árbitros para adulterar la competición, ese club sería sancionado con el descenso administrativo. Pero ya sabemos que al Barça, como a Puigdemont, se le aplica una ley distinta a los demás. El pan y circo que Juvenal definiera encaja en esas vidas homónimas que Sánchez y Tebas, tanto monta, encarnan como personajes de cuento y novela, donde el Barça es el PSOE del fútbol y el PSOE es el Barça de la política: ni un relato en falso, ni una corruptela castigada.
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