Opinión
Azul y Rosa | Mi semana en OKDIARIO

Así fue mi salida de ‘El Mundo’

  • Jaime Peñafiel
  • Periodista político y del corazón. Experto en noticias sobre la aristocracia y la familia real. Ex redactor jefe de la revista ¡Hola! y fundador del diario El Independendiente y La Revista. Escribo sobre la Casa Real.

El 28 de octubre de 1995, yo comenzaba a escribir, por sugerencia de mi amigo y compañero de El Mundo Miguel Ángel Mellado, esta columna con el título Azul y Rosa, que se ha mantenido fija a lo largo de ¡28 años! con un saldo ininterrumpido de unos 1.500 artículos. Hoy, «ya vuelve el español donde solía», que diría aquel académico llamado Federico García Sanchiz, en este caso a OKDIARIO.

Quiero aclarar que lo más interesante de mi columna para el lector, independientemente de los comentarios sobre la actualidad, es lo que aparecía y aparecerá bajo el epígrafe de Chsss, un jeroglífico lleno de crípticas insinuaciones que ponían al personal intentando descifrar las innominadas noticias telegráficas. Ya que lo realmente atractivo no era lo que se leía sino lo que se intuía o pensaba, y que ponía a prueba los conocimientos del lector. Porque aquellos textos estaban protagonizados por personas conocidas, con nombre y apellidos.

En esta nueva etapa profesional, que deseo sea tan larga y prolífica como la anterior, pretendo mantener de la A a la Z los mismos contenidos, incluso los Chsss. Todos quienes me conocen, y los que no también, saben que valgo más por lo que callo que por lo que cuento. Pero en esta nueva colaboración, el lector de OKDIARIO no debe tener la menor duda de que voy a contar no sólo lo que pueda sino lo que deba, siempre al filo de la actualidad, enriquecida por la experiencia de hechos y sucesos de los que he sido privilegiado protagonista a lo largo de mi ya larguísima vida profesional, algunos tan surrealistas por la actualidad de sus protagonistas.

Mis jefes de la Casa Real

La actual crisis en la Casa Real española ha traído como consecuencia el cambio en la Jefatura de la Casa de Su Majestad, después de diez años de Jaime Alfonsín, por el diplomático Camilo Villarino, con amplia experiencia internacional como jefe de Gabinete de Josep Borrell. Hace el número seis de los funcionarios que han ocupado tan altísimo puesto en Zarzuela.

Los Jefes de la Casa del Rey, nombrados libremente por el soberano en aras del artículo 65.2 de la Constitución, actúan como los ojos y los oídos de Su Majestad que informan, controlan, escuchan y padecen. Es valido, secretario, mano derecha, escudero, centinela, paño de lágrimas y, a veces, cómplice.

Desde que comencé a frecuentar a la Familia Real como periodista he conocido y tratado a casi todos los jefes de la Casa. Desde Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, que lo fue desde el 2 de diciembre de 1975, al general Sabino Fernández Campo, el hombre que logró sobrevivir a cuatro de sus diez hijos, y el más leal servidor que ha tenido don Juan Carlos, como quedó reflejado en la dedicatoria de la fotografía que le regaló como despedida: «A mi querido, leal, fiel, colaborador, secretario, amigo, jefe, o sea: poco queda ya». Sin olvidar a mi paisano José Fernando Almansa, Alberto Aza, Rafael Spottorno y Jaime Alfonsín, a quien no he tratado. Cada jefe de la Casa del Rey ha tenido su afán y afrontar las dificultades de cada día.

Mi salida de ‘El Mundo’

Llevo 70 años como periodista sin dejar de trabajar ni un solo día y en muy distintos medios, prensa, radio y televisión. En El Mundo, durante treinta años, he colaborado con cuatro directores y ha sido ahora con el quinto, Joaquín Manso, cuando, por primera vez, mi independencia ha sido objeto de censura. Y ello, sin que el director tuviera el valor de reconocer los motivos reales: ¿unas declaraciones mías sobre la consorte de gran calado en el canal de YouTube La reunión secreta?, ¿mi libro Letizia y yo que ya va por la quinta edición?, o ¿mis comentarios periodísticos habituales sobre ella?

Joaquín Manso, que tiene todo el derecho como director a prescindir de un colaborador, lo tenía que haber hecho con respeto personal y profesional, cosa que no hizo o quizá no sabe hacer y que me merecía después de más de 30 años colaborando en el periódico. Y respondiendo a la altura de dicho director, todo en un minuto y por teléfono. ¡Que difícil ha sido siempre la labor del periodista!

Juan Carlos atropelló a un ciclista

Y además, conduciendo sin carné. Sucedió en 1955, meses antes de que el entonces príncipe ingresara en la Academia General Militar de Zaragoza cuando residía en Madrid, en el palacio de los duques de Montellano, en el paseo hoy de la Castellana entonces avenida del Generalísimo. Aunque de prestado, fue su primera casa. Una época en la que el general Martínez de Campos, duque de la Torre, planificaba una vida rígida, muy dura y muy austera, yo diría espartana. Todos los domingos y después de oír misa, el general, el primer responsable de la educación de Juan Carlos, precursor de los jefes de la Casa sin serlo, programaba visitas del príncipe por los alrededores de Madrid, utilizando para ello el viejo Mercedes de Alfonso Armada. Fue durante una de aquellas excursiones al castillo de la Mota cuando el príncipe atropelló a un ciclista y, además, conduciendo sin carné aprovechando que el general no iba con ellos en el coche. Al llegar a Olmedo, se encontraron con un paso a nivel cerrado. Junto al Mercedes conducido por el príncipe, un ciclista aguardaba también a que la barrera se levantara. Al arrancar, una vez el paso quedó libre, Juan Carlos arrolló al pobre ciclista lesionándole seriamente una pierna y destrozándole la bicicleta.

Los acompañantes del príncipe resolvieron el problema dándole dinero para que se comprara otra bicicleta, pero sobre todo para que se callara. El pobre ni se enteró quién conducía. Cuando el accidente llegó a oídos del duque de la Torre, montó en cólera y, dirigiéndose a Armada, que fue quien me lo contó, le ordenó: «Busca al herido, que te devuelva el dinero y da parte del accidente a la Guardia Civil. Haz lo que ordeno y calla. ¿No te das cuenta de las consecuencias si se le gangrena?».

Según Armada, el general Martínez de Campos quería evitar que Juan Carlos volviese a conducir mientras no tuviera carné. Para él, nadie estaba por encima de la ley, ni tan siquiera el príncipe Juan Carlos.

Los trajes de Juan Carlos

Durante muchos años don Juan Carlos figuró en las tradicionales listas de los hombres más elegantes del mundo. Cierto que siempre estuvo dotado de unas cualidades físicas envidiables. Era guapo y apuesto. Sin duda alguna, la imagen perfecta del hombre 10. Pero durante aquellos primeros años carecía de dinero para comprarse buenos trajes. Fue Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, quien se los compraba. Porque, en aquel momento, su relación con el hoy Rey emérito era como de un hijo con su padre, ya que pasaron juntos todas las alegrías, tristezas y contratiempos que depara la vida. Todos los días, cuando Juan Carlos se incorporaba al trabajo con él, lo primero que hacía era darle un beso. Lo de ellos era una relación paternofilial. Fue el primer jefe de su Casa como príncipe. A Nicolás Cotoner lo consideraba como su segundo padre.

Fue Luis López Larrainzar, el sastre que le confeccionó, pagado por Mondéjar, el primer traje de franela que el gran coutourier conservaba con el forro de la chaqueta dedicado con un rotulador por su majestad: «A Luis, como recuerdo del primer traje que me hiciste. Un abrazo». Larrainzar falleció el 30 de septiembre de 2022 a los 92 años.

Paño de lágrimas de doña Sofía

El 5 de enero de 1993, con motivo de las fiestas navideñas y como venía siendo costumbre, los Reyes Juan Carlos y Sofia se reunieron en un almuerzo con Sabino en el restaurante Horcher de Madrid. Y, mientras esperaban ser servidos, don Juan Carlos se dirigió a doña Sofia diciéndole: «¡Sofia, ¿sabes que Sabino se nos va?». La reina, creyendo que se trataba de una de esas bromas de su marido, respondió: «Bueno, algún día se tiene que ir». Pero el Rey quiso dejárselo muy claro: «No, no, es que se va ya…».

Doña Sofía, desagradablemente sorprendida y sin dar crédito a lo que su marido había dicho, le preguntó a Sabino: «¿Es verdad que se va…?». «Si el Rey lo dice…». Y las lágrimas brotaron de sus bellísimos ojos color uva.

Cuando regresaron a Zarzuela, después de la desagradable comida, don Juan Carlos le aclaró: «Se va por tu culpa». Y le dejó oír una grabación manipulada, en la que se escuchaba a Fernando Gutiérrez, jefe de Prensa de Zarzuela, quejarse a Sabino por el tiempo que pasaba muchos días con la reina en su despacho, mientras las audiencias esperaban ser recibidas: «¿Qué quieres que haga? ¿que la eche cuando se mete en mi despacho para llorarme sobre las infidelidades y las ausencias del Rey?».

Según me contó el propio Sabino, fue un golpe bajo de don Juan Carlos al jefe de su Casa influenciado por Mario Conde, que deseaba desplazarle. Y, según Manuel Soriano, Sabino supo una semana antes que el Rey iba a sustituirle

Almansa y la ruptura Felipe-Eva

Días antes del 11-S, «pieza maldita de la memoria y de la historia», el príncipe Felipe comunicó al presidente Aznar que pensaba anunciar su compromiso con Eva Sannum. Como recordarán los lectores de OKDIARIO, la prensa española había lanzado una campaña de acoso y desprestigio contra la modelo nórdica, que no le gustaba absolutamente nada a la reina Sofia cuando la conoció en Oslo, con motivo de la boda del príncipe Haakon. Testigo fui de la mirada que le dirigió a la mujer que podía convertirse en la esposa de su muy amadísimo hijo con aquel famoso e inadecuado vestido azulón tan escotado por delante, y mucho más por detrás, que lució en la boda. La mirada de Sofía fue la de esa madre hacia la joven que no le gusta ni mucho ni poco para esposa de su hijo. ¡Qué desprecio! No quisimos ver que se trataba de una joven sencilla, honesta, educada, amable, discreta y tímida. Además, no había estado casada. Durante un tiempo fue la mejor candidata para ser reina.

Alarmado por la confidencia del príncipe Felipe, Aznar llamó a don Juan Carlos que, influenciado por Sofia, ordenó al jefe de su Casa, mi paisano Fernando Almansa, que ¡exigiera! a Felipe poner fin al noviazgo que, de no ser por el dramático impacto del 11-S, se hubiera anunciado oficialmente. ¡Qué pena! Después del derribo de las torres y los 3.000 muertos, el mundo no estaba para anuncios de bodas. Hubiera sido una frivolidad. ¡Y vaya papelón para el jefe de la Casa exigir a todo un hombre enamorado que, por orden del Rey, rompiera con la mujer que amaba! Según me informaron, el mensajero real le propuso que fuera ella quien comunicara a la prensa su decisión. «Me negué en redondo. ¿Cómo se me podía pedir tal cosa cuando siempre se habían negado a reconocer pública y oficialmente que el príncipe mantenía relaciones conmigo? Que sea la Casa quien lo haga, si así lo desea. Fui tozuda. Me mantuve firme y me aparté». Hay que reconocer que la modelo tuvo dignidad, aunque nunca entendió por qué los españoles no la quisimos.

Chsss…

«A punto estuvo de ahogarle con su abrazo constrictor» (Maite Rico).

Descalificar a alguien por la calvicie es impropio de quien ejerce tan alto cargo. También podrían decirle: «¿De qué coño te ríes siempre?»

Nunca entenderé, querido, el trembling close to you con el que titulaste tu artículo.

¿Eres tú o es ella la que habla?

Esperar seis años para vengarse después de otros seis de digno silencio no es muy elegante.

Ahora resulta que a ella le gusta la tortilla de las dos maneras: con y sin cebolla. ¡Pues qué bien!

Del peligro de haber acabado en la cárcel a ser protagonista de una serie en la que se recrea su caso.

España figura en el puesto 20 de los 27 estados miembros satisfechos con su vida. ¿El más feliz? Austria.

¿El más feliz de todos? Pregúntenselo a nuestro Pinocho oficial.

Difícil lo va a tener el juez para calificar como delito un beso sorpresa conocido como piquito.

¿Cómo puedes considerarle un anciano decrépito que farfulla palabras incoherentes y con la capacidad intelectiva gravemente deteriorada cuando es –así se le considera– el hombre más poderoso de la tierra?

Nunca se ha visto a un cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla con un Cristo con apariencia de efebo.