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Duodécima final para Rafa, que venció en tres sets (6-3, 6-4, 6-2)

El vendaval Nadal arrasa a Federer

Rafael Nadal se clasificó para su duodécima final en Roland Garros después de destrozar a Roger Federer en un encuentro majestuoso (6-3, 6-4, 6-2). El tenista balear se medirá a Novak Djokovic o Dominic Thiem en la final.

  • Nacho Atanes
  • Redactor de deportes y canterano de OKDIARIO. Desde 2016 cubriendo la información de tenis. También baloncesto, fútbol, ciclismo y otros contenidos.

La duodécima final de Rafael Nadal en Roland Garros ya es una realidad. El rey de la tierra hizo buenos los pronósticos más positivos y apalizó a Roger Federer (6-3, 6-4, 6-2) en un encuentro excelso, en el que se impuso al viento para sublimar su versión hasta destrozar al que para muchos es el mejor tenista de todos los tiempos. Esa es la realidad de Rafa en París. Cuando está a su mejor nivel, ni las referencias históricas son capaces de toserle.

El encuentro más esperado del cuadro llegaba en unas semifinales a las que los protagonistas, Nadal y Federer, habían aterrizado con un camino asequible para las trampas que el circuito les tiene acostumbrados. Diez horas en seis partidos se presumían escasas para que el físico aportase alguna pista sobre quién decantaría la balanza. La meteorología obligaba a mirar al cielo debido a la amenaza de lluvia, con un viento que sí iba a marcar el partido con rachas de hasta 45 km/h. Todo estaba preparado para el trigésimo noveno duelo entre los dos más grandes.

En un inicio descafeinado en cuanto a juego y población de las gradas, Nadal aprovechó para convertirse en el primer aliado del viento y en medio del desconcierto, hacerse con el primer break tras un juego muy sufrido al servicio. Federer, extramotivado en su regreso a unas semifinales de Roland Garros, no tardó en exponer sus argumentos sobre la pista, devolviéndole a Rafa la rotura con un juego diametralmente opuesto, pero sin duda efectivo.

En unas condiciones cercanas a lo impracticable, Nadal contaba con un comodín que podía decantar de su lado la balanza. El manacorense no es un jugador tan preciso como Federer, referencia indiscutible en la materia, pero si hablamos de dar efecto a los golpes, la derecha del número dos del mundo se convierte en un elemento desgarrador para el juego del rival sin tener que pagar a cambio el peaje de los errores no forzados.

Cuando la tensión vino acompañada de un momento de inflexión en el set, los golpes de Rafa, altos y sin necesidad de rodear las líneas, caían como bombas sin dirección programada en la pista de Federer, desnaturalizando a al modelo técnico por excelencia hasta arrebatarle su bien más preciado: el servicio. El segundo break caía del lado de Nadal, que después de una pausa consensuada por los jugadores al resto, lograba a la segunda y con un revés descomunal cerrar la primera manga de su lado.

Rafa acelera hacia la perfección

El comienzo no había sido el deseado, pero una vez igualadas las fuerzas de nuevo, Rafa no iba a dudar de sus posibilidades de hacerse con el segundo set. En el periodo que se inició el 3-3, Nadal no falló una bola y aunque Federer subió deliberadamente su nivel, los winners inverosímiles aparecieron del lado del tenista de amarillo. Dos passing shot majestuosos, de derecha y de revés, acabaron con la oposición de Roger en un juego que pasó del 40-0 al break de Rafa. El revés cortado le había dejado de funcionar a un Federer sin alternativas, consumido por el huracán que había sustituido al viento de la pista central de Roland Garros. El segundo set también era para Nadal.

A partir de este momento, la exhibición del oponente español convirtió en inevitable el desenlace del encuentro. Rafa navegaba con viento a favor y una mirada asesina que no perdonaba ni a uno de sus mejores amigos en el circuito. Federer, consumido por el juego de su rival, comenzaba a verse afectado de forma grave el cansancio físico, una vez el apartado mental permanecía desactivado hasta que, dos horas y media después del comienzo del encuentro, Nadal levantaba los brazos para celebrar la perfección de su función y la confirmación de la clasificación del rey para su final número doce en Roland Garros.