El Barça chorrea a un Madrid indigno con Messi de suplente
Fuera por convencimiento propio o porque se le apareció un Espíritu Santo con gafas, Rafa Benítez ponía de salida a sus once mejores futbolistas. Como si quisiera sacudirse de un plumazo el sambenito de defensivo, el técnico madridista sacaba una alineación propia de los tiempos de Ancelotti. Dos laterales de largo recorrido como Danilo y Marcelo, tres jugones en el medio –Kroos, Modric y James– en detrimento del soldado Casemiro, y la BBC arriba. Era el equipo preferido por el palco, la crítica y el público. Ni un pero que ponerle sobre el papel.
Luis Enrique se guardaba a Messi en el banquillo para asustar al enemigo como su particular Cid Campeador. Poblaba el mediocampo con cuatro –Busquets, Sergi Roberto, Rakitic e Iniesta– para tener superioridad y arrebatarle la pelota al Madrid. Arriba, el dúo dinámico, Neymar y Suárez, dispuestos a cantar sus grandes éxitos a la defensa del Real Madrid.
Presionaba descaradísimo de salida el Madrid, muy arriba la línea con Ramos marcando territorio ante Suárez. El Barça no se esperaba que los blancos les acosaran en su propia área y apenas conseguía enganchar tres pases seguidos. Eso sí, en cuanto aparecieron Busquets e Iniesta, los azulgranas recuperaron el pulso de la pelota y Neymar tuvo la primera ocasión a los seis minutos en un disparo que se le marchó arriba.
La primera estampida del Madrid la comandó James a la carrera. El colombiano se la puso a Cristiano, que sentó a Mascherano con un humillante autopase. El centro-chut de CR7 que despejó Claudio Bravo, atento como una beata en misa de doce. Pero en la jugada de vuelta dio primero el Barça. Dividió con talento y sin oposición Sergi Roberto, que se plantó delante de la zaga del Madrid, que estaba mal parada. El canterano vio con el rabillo el desmarque de Luis Suárez, mientras Varane y Danilo se enganchaban y deshacían el fuera de juego. El uruguayo, letal en el área, la colocó de primeras con el exterior junto al palo derecho de Keylor Navas. Un gol propio de un delanterazo.
Cabeceaba en el banquillo Benítez y daba brincos Luis Enrique con el gol del Barça. Acusó el golpe el Madrid, que empezó a partirse por la mitad como una magdalena mojada en café con leche. Los de arriba demasiado arriba, los de abajo demasiado abajo y en el centro del campo un latifundio sin nadie que lo guardara. Los jugadores blancos ocupaban el césped sin ton ni son, como si un chimpancé estuviera moviendo las piezas de un ajedrez verde.
Un Madrid partido en dos
Keylor evitó el segundo después de una falta directa de Neymar y luego la tuvo Sergi Roberto, solito dentro del área. Se mascaba el 0-2. El Madrid estaba perdido como un concursante de Gran Hermano en una librería. Kroos era un náufrago en un mar de enemigos azulgranas, Modric se movía mucho pero mal y James bastante tenía con echar un cable a Danilo, lento como si jugara con piedras en los bolsillos, para frenar a Neymar.
A los 37 minutos pudo empatar el Madrid gracias a un regalo de Mathieu, torpe como Steve Urkel, pero Benzema se hizo un nudo con la pelota en el segundo palo. Y otra vez de una ocasión perdida, llegó el tanto del Barça. Modric se dejó comer la oreja y la pelota por un inconmensurable Suárez, que corrió como si le persiguiera el FBI.
El uruguayo fue el león y el croata la cebra. Era la jugada que resumía el partido: los locales deambulaban, los visitantes presionaban. Suárez combinó con Iniesta, que tuvo tiempo para mirar, templar, echarse crema solar y ponérsela a Neymar, que arrancó en una posición justita, más en fuera de juego que otra cosa. El brasileño la tocó con suavidad ante la desesperada salida de Keylor Navas, que desvió la pelota pero no pudo obrar el milagro. Era el segundo del Barça. Se mascaba la tragedia en el Bernabéu. Messi se partía la caja en el banquillo.
Al filo del descanso Marcelo evitó el tercero bajo palos, después de que Neymar y Sergi Roberto le hicieran un traje a Danilo que ni los del sastre de Zaplana. Pitaba Fernández Borbalán y estallaba el Bernabéu en una bronca monumental, ochentera, incluidos algunos pañuelos con sabor añejo. Eran pañuelos y pitos contra todos: técnico, jugadores y hasta contra el presidente, porque cuando el personal pierde la paciencia, la pierde de verdad.
Salió el Madrid desmelenado, dispuesto a meter a la grada otra vez en el Clásico. Un tirazo de James a los dos minutos lo sacó abajo Claudio Bravo con una estirada espectacular. La afición del Bernabéu, como los de Expediente X, quería creer. Cuatro minutos después, una mano salvadora de Keylor evitaba el tercero después de una falta que le quedó algo centrada a Neymar.
El Barça contra los maniquíes
Y en el minuto de Juanito, Iniesta cerró el Clásico. Fue una jugada memorable: Neymar-Rakitic-Iniesta-Neymar-Iniesta. El taconazo del brasileño en la frontal, seguido con la mirada por los defensores del Madrid, habilitaba al genio de Albacete, que llegaba solo desde segunda línea para meterla por la escuadra. 3-0 y Keylor de portero. La sangría empezaba a ser histórica.
Por si las cosas no se podían poner peor para el Madrid, Messi saltaba al campo con 35 minutos por delante para seguir hurgando en la herida blanca. El Barça jugaba a placer mientras los futbolistas del Madrid eran maniquíes de El Corte Inglés: lucían buen tipito, pero estaban inmóviles. Intentaba Benítez arreglar el desaguisado metiendo a Isco por James, pero ya era demasiado tarde, princesa, como cantaba Sabina.
Los jugadores del Madrid eran un equipo de fantasmas en una tienda de sábanas. Ni siquiera Cristiano, tan harto del entrenador y del equipo que su cara le delata, pudo marcar en un mano a mano que salvó Bravo con la cara en un golpe de suerte, porque cuando no la mereces, la suerte también te saca la lengua y se va del brazo con tu enemigo.
El Barça se gustaba, un caño aquí, un taconcito allá, un quiebro como una chicuelina, mientras los jugadores del Madrid sólo corrían en dirección de ataque, como si fueran dibujos de Oliver y Benji. Pero no bajaba ni Cristo. En mitad del chorreo llegó el cuarto, andando, con indolencia como si los azulgranas estuvieran jugando un partido benéfico. La jugada la inició Messi caminando, la continuó Neymar despacito y la concluyó Luis Suárez con una vaselina propia del mismísimo Raúl.
El Madrid, paso a paso hacia el ridículo
Se iba Iniesta ovacionado, como un pulso del Bernabéu a su propio equipo, un mensaje diciendo a sus jugadores lo bueno que es el rival y lo malos que son ellos. El Madrid continuaba hacia el ridículo con paso firme, perdiendo la pelota al primer soplido, poniendo caritas, mientras que Benítez no paraba de apuntar cosas en su libreta como si estuviera haciendo la lista de la compra.
Pudo marcar el de la honra Benzema, pero volvió a volar Bravo, que no estaba dispuesto a que le hicieran ni uno. Definitivamente, no era la tarde del Madrid. Corrían los minutos y Benítez miraba el reloj como si hubiera quedado o como si supiera que su tiempo en el Madrid empieza a agotarse. Sería una lástima teniendo el turrón tan cerca que Rafa no llegara ni al día de la Lotería.
Isco volcaba su propia impotencia en una alevosa entrada a Neymar que le costó una roja merecidísima. El malagueño es otro de los indignados con Benítez y otro de los que puede acabar fuera del Madrid (en verano, no en invierno) a poco que la temporada se tuerza tanto como pinta ahora mismo.
Tuvo el quinto el Barça, pero Munir se la quitó a un Piqué, que se hartó de hacer aspavientos, porque ese era su gol. Tan a cachondeo se tomaba el central el partido que ni siquiera bajaba y se quedaba de delantero centro a ver si podía redondear la manita ante el mosqueo de Luis Enrique. También pudo marcar Cristiano, pero Bravo se la sacó otra vez.
Acababa el partido con una pañolada histórica, la mayor vivida jamás en ninguna de las dos etapas de Florentino Pérez en la presidencia, y con el himno del Real Madrid sonando en bucle hasta reventar los tímpanos de una afición madridista, que se marchó del Bernabéu con la sensación de un equipo roto, impotente y en caída libre.
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