El insólito objeto de la Catedral de León: un espantadiablos

Catedral de León
Espantadiablos: siglo XVII madera tallada y policromada.
Pilar Medina Rayo

La Catedral de León alberga un verdadero e insólito tesoro: un espantadiablos. Se trata de una inusual pieza histórica y artística datada en el siglo XVII, que representa una figura humana hecha en madera y de unos 40 centímetros de alto. La talla de la Catedral de León está articulada, igual que los maniquís que utilizan los dibujantes, por lo que puede doblar sus extremidades, lo que facilita ponerlo de rodillas, sentado, elevar sus brazos o bajarlos, otorgándole más realismo a la obra.

Asimismo, la gran expresividad que refleja su cara resulta un tanto inquietante y de gran impacto visual en la Catedral de León, pareciendo que la pequeña figurilla estuviera en una especie de trance. Observamos el esfuerzo de la tarea que está llevando a cabo a través de las arrugas de la frente, su boca abierta y desdentada junto con unos ojos de vidrio que miran implorantes a lo alto y presentando en uno de ellos una veladura o catarata. La figura luce una especie de hábito atado a la cintura con una cuerda.

¿Cuál era la función de este objeto? La misión de esta pequeña figura no es baladí, ya que tenía una más que importante encomienda: debía encargarse de ahuyentar o exorcizar al propio maligno.

Su procedencia la encontramos en un convento del siglo XVI, para ahuyentar de aquel lugar al demonio de la carne, es decir, mitigar o erradicar el deseo sexual entre sus moradoras que, al tratarse de mujeres dedicadas al culto religioso, estaban obligadas a mantener la pureza tanto de sus cuerpos como de sus mentes. El espantadiablos era uno más de los controles sociales que la religión ejercía sobre ellas, adquiriendo su máxima expresión en los conventos de clausura, donde era frecuente que contaran con este personaje cuya fealdad era capaz de espantar al mismo diablo que, con sus mentiras y artimañas, trataría de seducirlas.

Aunque en la actualidad pueda parecer absurdo este tipo de objetos, debemos tratar de verlo con los ojos de las personas del siglo XVII, donde las supersticiones y las creencias irracionales convivían con la Santa Inquisición, tribunal encargado de perseguir todo tipo de pecado y herejía que pudiera estar incitada por el diablo.

En los conventos de esa época las novicias solían tener 12 años y las monjas más jóvenes unos 16. Las adolescentes eran sometidas a durísimos trabajos y largos ayunos, a lo que sumamos eternas horas de rezos continuados en los que no podían hablar ni beber. El ambiente era propenso a anular toda voluntad, a lo que había que sumar métodos como la fustigación o la flagelación para mantener a raya los desmanes de la carne. Todo ello llegó a provocar que muchas de ellas entraran en situaciones de paranoia.

Uno de estos ambientes quedó recogido de forma fidedigna por el Tribunal de la Santa Inquisición, se trata del caso conocido como «las endemoniadas del San Plácido», convento situado en pleno corazón de Madrid y que actualmente sigue en pie, donde en 1628 un grupo de 26 monjas, de las 30 que había en la congregación, empezaron a mostrar signos de posesión demoniaca. Unos supuestos testigos aseguraban que habían visto cómo sus moradoras se contorsionaban en el suelo profiriendo insultos y blasfemias, así como gritos desgarradores. Las muchachas fueron sometidas a varios exorcismos, pero pronto el escándalo corrió como la pólvora por la villa madrileña. Finalmente, la Inquisición tomó cartas en el asunto y comenzó una exhaustiva investigación que finalizó en 1631 tras la confesión, a través de la tortura, de Francisco García Calderón, el párroco confesor de las muchachas, que admitió abusar sexualmente de ellas.

La figura del espantadiablos era tan notoria que también quedó recogida en el folclore popular. De ello dan testimonio tres adivinanzas leonesas que, tomando a modo de ejemplo una de ellas, dice así: «Cuatro manafuentes, dos espantadiablos, un espantamoscas y cuatro pisabarros», cuya respuesta sería la vaca.

El Museo Catedralicio expone, junto a esta figura, diversos objetos que eran utilizados, junto con el espantadiablos, en los ritos de exorcismo, tales como un portavela de hierro forjado, una palmatoria-portavela metálica y unos cerilleros de difuntos de madera.

Este tipo de imágenes no son exclusivas de la religión católica. Podemos encontrar otra importante pieza en el Museo Oriental de Valladolid, procedente de Japón. Se trata de Shoki, o un espantadiablos, enfrentándose a dos demonios.

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