Juan Granados: «Los museos de la tortura de España están llenos de aberraciones que jamás existieron»
Juan Granados, escritor historiador, profesor de Historia del Derecho, inspector de educación, articulista… Tras las novelas de Sartine, El Gran Capitán, y su ya larga carrera de divulgación histórica con temas tan variados como Los Borbones españoles, Napoleón, o la historia del liberalismo; Granados aborda ahora La historia del delito y el castigo en España (Arzalia) donde afirma que «los museos de la tortura de España están llenos de aberraciones que jamás existieron».
PREGUNTA.- ¿Qué te condujo abordar este asunto?
RESPUESTA.- Bueno, ya sabes que en la vida una cosa lleva a la otra y a base de explicar en las aulas historia del derecho e historia del delito fui acumulando notas sobre el asunto que han acabado en forma de libro. En realidad, venía observando que el estudio de delitos y castigos en España estaba bastante sistematizado en lo que respecta a los tiempos de la codificación, es decir a partir de la constitución de 1812 y nuestro primer código penal de 1822, sin embargo, las publicaciones especializadas aparecían bastante más dispersas en lo que se refiere a la antigüedad, a la edad media o a nuestro Antiguo Régimen. De ahí surgió la idea de realizar una panorámica global desde un punto de vista divulgativo que pudiese explicar de dónde venimos.
P.- Ciertamente ojeando el libro vemos que comienzas con unas pinceladas sobre el concepto de delito en la prehistoria y ahí encontramos las primeras sorpresas, como el presunto salvajismo de los hombres de las cavernas no parece que fuese ni tan cruel ni tan salvaje como se puede presupone.
R.- Si algo se va descubriendo a lo largo de esta investigación es que los seres humanos sometidos a determinadas circunstancias tienden a mostrar comportamientos bastante similares. Hay en la prehistoria mucho más de negociación y dominio de la opinión pública de lo que podría esperarse, algo que ya nos enseñó la antropología de segunda generación, pongamos por ejemplo a Malinowski o a Evans-Pribchard.
P.- Haces bastante hincapié en tu obra a la relación entre delito, castigo y poder.
R.- Sí, desde luego. En realidad este libro pivota entre tres elementos esenciales: el delito, el castigo y el poder. En el momento en que tras la revolución neolítica se forman los primeros estados, nos encontramos también los primeros códigos, y allí donde el arbitrio de los peacemakers prehistóricos y la mera opinión pública dicta la ley, aparece ahora un código dictado por la voluntad de un rey, léase Hammurabi, y esto lo cambia todo. En realidad cuando el estado mantiene, como diría Max Weber, el monopolio de la violencia, la justicia es asunto público y muestra un carácter eminentemente vertical, cuando el poder se difumina, como ocurre tras la crisis del imperio romano o en nuestra primera reconquista todo se vuelve, digamos, parajudicial. Así, por ejemplo, nuestro régimen de presuras refleja un mundo más bien libertario, en Sepúlveda se decía en su fuero que aquel que matase al merino debería pagar… ¡dos pieles de conejo! Al contrario, con el desarrollo de las monarquías autoritarias, los Reyes Católicos en nuestro caso, la justicia se hace cada vez más estatal, sea a través de la Santa Hermandad o por vía del Santo oficio de la Inquisición.
P.- Al respecto de la Inquisición dedicas unas cuantas páginas a analizar qué hay de verdad sobre su régimen de terror, de tortura judicial.
R.- Sí, un asunto eternamente polémico, igual ocurre en el caso de la interpretación del trato a los indígenas a través de las leyes de Indias o del régimen de la encomienda. Ahí hemos procurado caminar al lado de la historia evitando el presentismo histórico y ciñéndonos a los datos que conocemos que no son pocos. Sin duda, lo peor de la Inquisición era su utilización como instrumento político de la monarquía, al principio eran los herejes los que debían preocuparse pero a las alturas del siglo XVIII, quienes debían hacerlo eran ilustrados del fuste de Olavide perseguido por la corona con verdadera saña, simplemente por encontrarse junto al partido incorrecto. Paralelamente, hay que decir que los museos temáticos de la tortura de media España están llenos de aberraciones verdaderamente fantasiosas que jamás se llegaron a aplicar. Es cierto que la Inquisición usaba la tortura judicial, pero dentro de una estructura penalista llena de ordenanzas que permitía obtener confesión mediante tormento ante cualquier contradicción en la declaración del acusado. Puede parecer paradójico, pero efectivamente, existían ciertas garantías procesales. En cuanto a instrumentos de tortura, lo habitual en la Inquisición era bastante previsible: la cuerda, el potro y la toca y en caso de condena a la hoguera, el fuego, siempre aplicado por mano de la justicia ordinaria. Luego habría que revisar las cifras de ejecutados por el Santo Oficio y ponerlas en comparación con otros procesos europeos paralelos como la caza de brujas en los estados alemanes o en Inglaterra. En fin, un asunto siempre polémico sobre el que hemos tratado de divulgar algo de luz. Lo mismo podríamos decir de América, las intensas polémicas entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda y las conclusiones jurídicas de un artista del derecho como era Francisco de Vitoria resultan verdaderamente apasionantes, habría que decir que en este asunto se encuentran profundos nubarrones junto a gloriosos claros que hemos procurado describir. Aquellos que defienden, con razón, la existencia de una legislación verdaderamente avanzada para su época respecto al trato a los indígenas, deben entender también que aquellas leyes se escribían sobre papel y el papel lo resiste todo.
P.- Luego vinieron los códigos penal y civil a introducirnos en la contemporaneidad.
R.- Sí, la última parte del libro la dedicamos al apasionante mundo de la codificación, cuando la influencia ilustrada cambió la idea de la mera venganza o el aviso político frente a quien sintiese la veleidad de delinquir, por la cárcel y la idea de redención de penas como camino hacia la reintegración social. En realidad, una historia muy larga, que comenzó con el despotismo ilustrado y acabó desarrollándose con las constituciones liberales. Son múltiples las influencias que se pueden encontrar desde Voltaire a Jeremy Bentham, inventor del célebre panóptico, base de todas las cárceles modelo europeas y en España Manuel de Lardizábal, ya en consonancia con los mayores defensores del código como Cesare Beccaria o Gaetano Filangieri. A partir de ese momento todo cambió, el destierro y las galeras tornaron en cárcel y silencio, evidenciando un loable intento de humanizar el derecho y el régimen penal del que hoy nos mostramos herederos. Y no obstante, siempre nos restará cierto resquemor sobre la utilidad de todo esto y sobre esta especie de ortopedia penal en la que caminamos, que diría Foucault; claro que eso daría ya para otra historia.
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