Las mascarillas también caducan: las de la pandemia ya no garantizan protección
En el caso de las mascarillas FFP2 —utilizadas por su mayor capacidad de filtración—, la vida útil suele situarse entre tres y cinco años
El repunte de los casos de gripe y la vuelta a la obligatoriedad del uso de mascarillas en centros sanitarios ha puesto el foco en un aspecto poco conocido por la población general: las mascarillas desechables también caducan. Aunque muchas personas conservan todavía mascarillas compradas durante la pandemia del covid, los expertos advierten de que gran parte de ese material puede haber perdido ya su eficacia protectora, incluso aunque no se haya utilizado.
La fecha de caducidad que figura en el envase no es un simple requisito administrativo. Indica el periodo durante el cual el fabricante garantiza que la mascarilla mantiene las condiciones por las que fue certificada: capacidad de filtración, resistencia a la respiración, integridad de los materiales y correcto ajuste al rostro. Una vez superado ese plazo, estos parámetros pueden verse alterados y la protección real disminuir de forma significativa.
En el caso de las mascarillas FFP2 —utilizadas especialmente en entornos sanitarios por su mayor capacidad de filtración—, la vida útil suele situarse entre tres y cinco años, dependiendo del modelo y del fabricante. Muchas de las adquiridas durante 2020 y 2021, por tanto, se encuentran ya fuera de ese margen. Las mascarillas quirúrgicas, por su parte, suelen tener una duración menor, habitualmente entre uno y tres años, aunque algunos fabricantes amplían ese plazo si las condiciones de almacenamiento son óptimas.
Uno de los factores clave en esta pérdida de eficacia es el envejecimiento del material filtrante. Muchas mascarillas emplean fibras con carga electrostática que ayudan a retener partículas microscópicas, como virus respiratorios. Con el paso del tiempo, esa carga puede degradarse, reduciendo la capacidad de filtración. A ello se suma el deterioro de componentes esenciales como las gomas, las correas o la pinza nasal, que pueden perder elasticidad o deformarse, impidiendo un sellado adecuado al rostro.
Condiciones de almacenamiento
Las condiciones de almacenamiento juegan un papel determinante. La exposición prolongada al calor, la humedad, la luz solar o a contaminantes químicos acelera el deterioro de las mascarillas, incluso si nunca se han sacado de su envase. También influye que el embalaje haya sido abierto o manipulado repetidamente, algo frecuente en muchos hogares y almacenes tras la pandemia.
Por este motivo, los especialistas recomiendan no utilizar mascarillas antiguas sin una revisión previa. Si la fecha de caducidad está superada, si las gomas están flojas, el material está rígido o deformado, o el ajuste no es correcto, la mascarilla debe desecharse. En el ámbito sanitario, donde la protección de pacientes vulnerables es prioritaria, el uso de mascarillas caducadas sólo se ha contemplado históricamente en situaciones excepcionales de escasez y siempre bajo evaluación técnica.
La recomendación general es clara: ante el actual aumento de infecciones respiratorias, especialmente en hospitales y centros de salud, es fundamental utilizar mascarillas nuevas, certificadas y dentro de su vida útil.
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