Todos son liberales en campaña
Hay una pulsión creciente en época de elecciones: la de la mimesis ideológica y política. Nada es lo que parece ni nadie es lo que defendía. Todos los partidos intentan parecerse a cualquier cosa menos a sí mismos, como si todo lo que decían antes de la llamada a urnas constituyera una vergüenza a tapar hasta que la papeleta se deposite y el recuento dicte sentencia. En cuanto la campaña toca a rebato, los partidos se hacen liberales y apelan al centro, como remedio de fierabrás que cura los males de ese extremismo que abrazaron antes y suscribirán después. Hay formaciones que consideran que el elector es un señor, o señora, que borra de su memoria todo legado pretérito porque, en su afán centrista, perdonará veleidades populistas y antidemocráticas de sus gobernantes y representados. Cuando tres cuartas partes de un mandato no computan a la hora de votar, el problema no es de democracia, sino de educación. La masa popular, envenenada de quimeras y utopías, perdona veleidades políticas de quienes usurpan instituciones para beneficio propio, ahondando en esa hemiplejía moral de la que hablaba Chesterton. ¡Quia! Todo se soluciona virando al centro.
Ciudadanos fue el primero en abrir la veda autoproclamándose heredero de un espacio ideológico que nadie reivindica pero en el que todos creen, de palabra y omisión. Le ha seguido Feijóo con fichajes de centro centrado para que el votante socialista moderado (el oxímoron se ha escuchado en Marte) no corra a la abstención, o peor, abrazar de nuevo el sanchismo post Sánchez. Y hablando del autócrata, si después de meter en el Gobierno a la podemía totalitaria, de rendir España a Esquerra y Bildu y de cambiar leyes para favorecer y ayudar a golpistas y corruptos, aún hay votantes que se tragan el impostado giro al centro de Sánchez, es que asistimos a la confirmación de una España contaminada de inmovilismo, donde los estómagos agradecidos compiten con los cerebros lobotomizados.
Y en ese centro que todos se disputan, la pelea por ver quién es más liberal sin ser ni conocer qué significa la defensa de esas ideas y modelo político, alcanza cotas ridículas: ahora, todos defienden que hay que bajar impuestos para impulsar el desarrollo económico de empresas y autónomos, todos inciden en las libertades individuales como garantía del progreso social y todos insisten en que no hay nada por encima de la ley. A lo mejor, y quizá esto sea lo más real, es que el centro es una milonga política de tertulia en el que pocos se reconocen salvo para presumir de lo que no votan, como los que ven La 2 cada día. En su cabeza quedaba bien, pero casi nadie la consume. Al centro le pasa lo mismo.
Para centristas convencidos y reconvertidos, he aquí, en fin, algunas consideraciones para la campaña que se avecina:
- El centro es la nada, pero lo define todo. No es un punto de partida, sino de llegada. Debes moverte al mismo tiempo que lo hace el tablero político, porque es éste el que define la posición política, no las coyunturales y caprichosas decisiones, motivadas por la sociología, de la cúpula del partido. Si el tablero se desplaza y tú no lo haces con él, dejas de estar en el supuesto centro. Idea estratégica.
- No se ganan unas elecciones ni se gobierna desde el centro (fondo), sino desde la centralidad (forma). Los mecanismos políticos no son estáticos, sino que modifican su planteamiento en función de coyunturas sociales y económicas. Se trata de buscar una posición óptima entre lo que defiendes con convicción y la capacidad de explicarlo sin soliviantar al que puedas tener más próximo en la horquilla ideológica. Idea comunicativa.
- El centro no existe. pero el centrista gusta. Como horma política no trae resultados, pero puede ayudar a desequilibrar la intensidad tradicional que a izquierda y derecha mueve al español medio. La idea de conjugar un ideario firme con una defensa de valores compartidos asume en campaña electoral todo el protagonismo. En tiempos de paz, se apela poco o nada al centro salvo para descubrir grietas en los extremos y en la equidistancia bipartidista. Ahora que suenan los tambores, todos giran la cara y se hacen liberales, ocupando un molde posicional que abandonarán de nuevo en cuanto los electores suban o bajen el pulgar. Idea de debate.
Coda final: Resulta más interesante ocupar espacios de centralidad, porque el ciudadano medio gusta de presumir de moderación. Otra cuestión es cuando ese ciudadano consumidor de información política se convierte en votante pasivo o activista, influidos por los ejes posicionales de costumbre. Ahí, la ruptura generacional fundamenta un retorno a espacios de consenso y superación de trincheras y etiquetas, cuyo origen en el XIX motivó la conformación de dos maneras de concebir España, reacias ambas a entender y aceptar una tercera visión de la misma. Porque las diferentes crisis sólo han alterado las posiciones de los partidos en los sondeos en función del eje nueva-vieja política, pero respetando siempre los viejos axiomas que, en la mente del elector, permanecen inalterables. La izquierda seguirá hablando desde su atalaya de polaridad, combatiendo con la derecha en la batalla de los conceptos, mientras ésta se dedica a presentarse como la opción confiable y útil para gestionar más allá de las utopías.
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