TikTok: el mensaje de la ultraderecha joven
¿Se acuerdan ustedes aquello de Marshall McLuhan: «El medio es el mensaje»? Durante decenas de años el gentío mundial, básicamente los periodistas, nos hemos abrazado a aquella sentencia para significar, sin ningún género de duda, que lo importante no es el mensaje que se pretende transmitir, lo que se quiere decir para que el personal lo entienda y compre, en definitiva, sino el lugar donde se escribe, se habla o se televisa.
Hemos vivido de ese dogma años y años y, de pronto, la realidad nos ha desbordado. El medio clásico -prensa, radio o televisión- se ha ido al garete para una una buena parte de la población. Les contaré algo personal: hace un par de años, recién salidos de aquella epidemia que, según Sánchez, «nos iba a hacer más fuertes», tuve la oportunidad de enfrentarme a un grupo de estudiantes a la vera misma de graduarse en Periodismo. Como iniciación, pregunté: ¿Qué periódico leéis? ¿Qué radio escucháis? ¿Qué televisión veis?
Las respuestas mayoritarias fueron descorazonadoras: les interesaba bastante el Marca, se entretenían con los cascos y las radiofórmulas y, en cuando a la pequeña pantalla, ¿qué les voy a decir? No añoraban a las Mamá Chicho de Lazarov pero… casi, casi. Ya estaban en ese momento pegados a la que se puede calificar una antigualla: el tuit y, en todo caso, habían dejado los libros en la despensa de cualquier establecimiento de viejo. Y de pronto, surgió la nueva fuente de transmisión universal: TikTok, cuya etiología parece ser más china que otra cosa.
Ha triunfado TikTok y ese es el mensaje de ahora mismo. Y el medio. Un espacio mundial donde se introducen todas las quejas de los más inquietos sociales, los jóvenes que, como poco, acusan a los políticos clásicos de haberles traicionado. Como los mayores seguimos empeñados en leerlo todo, incluso el prospecto del Paracetamol (por cierto, si lo leyésemos completo no nos lo tomaríamos), tengo para mí meterme hasta en los diarios más ajenos a mi corpus ideológico, a mi forma de pensar y sentir.
En esa búsqueda permanente me topé el fin de semana pasado con un articulo insólito (lo digo por el sitio receptor) de una catedrática reputada, tanto en Oxford como en Harvard. Se llama Ngaire Woods, profesora de Gobernanza Económica Global, y ha escrito un texto provocador en el que se pregunta en el titular: «¿Por qué los jóvenes europeos abrazan a la extrema derecha?». El texto está publicado en un periódico muy cercano al independentismo catalán, Ara, y es un monumento a la exploración científica de un hecho incontrovertible: en la Unión, los tipos entre los 18 y los 35 años se han vuelto de extrema de derecha: de Meloni en Italia, de Le Pen (ya lo hemos visto) en Francia; en Suecia de no se sabe quién y en Alemania, muy próximamente, de AfD, Alternativa por Alemania. Lo de España ya lo saben los lectores, así que para qué voy a insistir en el menester.
Pues bien, la bien figurada señora Woods se llena de datos para justificar la que luego será, al fin del relato, su conclusión. Recojo los más significativos. No hace más que cinco años atrás los jóvenes mencionados votaban, cuando lo hacían, a los defensores del cambio climático, de la justicia social, del progresismo… Hoy, sólo un mes después de las últimas elecciones europeas, estos mismos muchachos/as se han inclinado por los partidos euroescépticos, antiinmigrantes, antiestablishment.
Denuncia Woods la situación por países: en Alemania, el 16 por ciento de los menores de 25 años se ha pronunciado por la antedicha Afd; en Francia, más aún, dice Woods, el 30 por ciento; en Italia, el 21 y en España, que siempre vamos tarde, sólo el 12,4 por ciento. Lo han hecho, si se atiende a sus proclamaciones, porque están hartos de mentiras, de falta de compromisos y de promesas fatuas, por ejemplo, y sin ir más lejos, en el asunto candente del desempleo juvenil.
Más cifras al respecto: en Europa entera, los 27, este paro afecta entre los 15 y los 24 años al 13,8 por ciento de esta población; en España, como somos más chulos, al 27,9, un dato que el Gobierno y sobre todo nuestra incomparable Yoli Díaz, disfraza y oculta al público en general para subirse al cohete de su querido presidente, el marido de Begoña, Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Todos los susodichos están cercados por las redes, el TikTok del que estamos escribiendo. Si salimos del Viejo Continente, reparen ustedes en esta barbaridad: casi el 50 por ciento de los adolescentes norteamericanos pasan enredándose 4,8 horas diarias, o sea, todo el tiempo que deberían ocupar en el estudio, la formación y el deporte.
La conclusión de esta catedrática nada alarmista es que el mensaje informático domina ya de forma abrupta y sin remedio la educación de nuestros jóvenes, y que TikTok les envía un acercamiento de enervamiento y rabia porque ni encuentran vivienda donde morar y si tienen que acudir al sistema sanitario de cada país tardan meses en atenderlos. No les importa -Woods lo subraya- que los políticos de extrema derecha sean tan embusteros como sus mayores y, ¿saben por qué? Porque estos están por probar; los anteriores -afirman- ya sabemos de qué pie cojean.
Por eso votan a personajes tan irrelevantes como puedan ser los líderes de este conglomerado radical en Europa. ¿Cómo les puede gustar por ejemplo Orbán, el húngaro, socio de Vox, a un chaval de Tomelloso? ¿Qué le puede atraer de ese sueco Akesson a un mozalbete de Esplugas de Llobregat? Conscientemente omito el ejemplo de España, aunque fíjense: ¿Sabrá un adolescente de los Países Bajos cómo se llama nuestro jefe de la derecha extrema? ¿A que no? Pues eso.
A todos estos votantes enardecidos por el verbo encendido y aparentemente rupturista de la ultraderecha, estamos seguros de que la enfermedad se les pasará votando más veces, pero hasta entonces habrán colocado en el mundo un problema de marca mayor. Una polarización, como se apunta ahora, que pone a todas estas sociedades al borde mismo del conflicto civil.
¿Puede explicar en España Abascal a sus jóvenes seguidores que su amigo Orbán es el amigo de Putin? Recuerden el dicho coloquial: los amigos de mis amigos son mis amigos, pues entonces. En conclusión, según Ngaire Woods, los jóvenes terminarán abjurando de los partidos radicales a los que ahora han votado, pero mientras tanto dejarán sus países como un solar. O peor aún, como un campo de minas.
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