¿Teoría de la gran sustitución en Cataluña?
La primera vez que oí hablar de la teoría de la gran sustitución fue tras el atentado de Buffalo (Estados Unidos). ¿Recuerdan? En mayo del 2022 un descerebrado entró en un supermercado y se lio a tiros. Doce muertos.
El terrorista, que retransmitió en directo la masacre, fue definido como un supremacista blanco.
Dos días después. El Mundo titulaba: «La Gran Sustitución: una teoría racista contra el genocidio blanco». Y El País, al domingo siguiente, publicaba: «Una teoría racista con denominación de origen francés».
La verdad es que ya había oído algo tras el atentado de Noruega (2011) en el que otro demente mató a más de 77 personas, la mayoría adolescentes. Y el de Nueva Zelanda, en el 2019, cuando otro blanco atacó dos mezquitas con el resultado de una cincuentena de muertos.
La teoría en cuestión se debe a un autor francés, Renaud Camus, que viene a decir que la población autóctona europea está siendo reemplazada por población extranjera.
Yo, de natural escéptico e incrédulo, no había creído hasta entonces en conspiraciones, planes kalergi -otra teoría conspirativa- y paranoias similares.
Pero me suenan unas declaraciones del propio Camus en las que decía que no era una teoría sino una estadística. Simples datos matemáticos.
Lo cierto es que, en las últimas elecciones autonómicas, ha irrumpido con fuerza el tema de la inmigración en Cataluña. No solo por Vox, que se mantiene en once escaños -casi 250.000 sufragios, 8% de los votos- sino por la irrupción de Aliança Catalana. El partido de la alcaldesa de Ripoll, con dos diputados, casi 120.000 papeletas, cerca de un 4%. Incluso los de Junts han endurecido su postura, aunque luego no lo han utilizado en la campaña electoral. Y, en Madrid, votaron a favor de la regularización de inmigrantes.
En Ripoll tienen, oficialmente, un 15% de inmigración. Digo oficialmente porque siempre es más: los sin papeles no salen en los datos oficiales y los nacionalizados tras diez años de residencia legal en España dejan de salir.
Basta recordar que los autores de la matanza de las Ramblas todos eran de Ripoll excepto uno que era de una localidad cercana: Sant Joan de les Abadesses. Sin olvidar al imán, que predicaba también en este municipio. Parece que nadie notó nada raro cuando defendía matar a «infieles».
El día la votación me llamó la atención, por ejemplo, una pareja que se dirigía a mi ayuntamiento para votar. Eran pakistaníes o hindúes, no sabría decirles con exactitud. Él iba unos pasos más adelante con la papeleta en la mano. Ella, unos pasos más atrás. Ambos con la vestimenta propia de su país. Entraron en el consistorio. O sea que, en efecto, iban a votar. Pero me preguntó si la concesión de la nacionalidad -al fin y al cabo un trámite administrativo- es señal de integración en la sociedad que te acoge.
Además, Ripoll no es la única localidad con un elevado porcentaje de población extranjera en Cataluña. Según datos de la propia Generalitat, Barcelona tiene ya un 23% -en el Raval seguro que es mucho más-, en Hospitalet un 25%, en Badalona un 16%, en Terrassa un 14%, en Lérida un 21%. En Salt casi un 40%.
Por supuesto, sigo creyendo que es descabellado pensar que los catalanes -o los españoles- puedan ser sustituidos por otras poblaciones a la larga. Pero en algunos barrios sí que se ha producido un fenómeno similar.
La policía local de Mataró tiene verdaderos problemas en Rocafonda, con elevada población magrebí. En abril del 2022 tuvieron que salir huyendo del barrio porque un agente quería multar a un coche en doble fila.
Empezaron a agolparse vecinos y corrió peligro su integridad física. Tuvieron que salir por patas pese a ser agentes de la autoridad. Es lo que los expertos llaman zonas no-go, donde las fuerzas de seguridad tienen difícil hacer su trabajo, incluso su acceso.
Por ello, a ver si tendrá razón el escritor francés entre las llegadas de inmigrantes sin papeles -los de Canarias los redistribuyen por toda la península-, la tasa de natalidad de las mujeres magrebíes -muy superior a las autóctonas por razones sociales y culturales- o la dificultad de expulsar a extranjeros en el caso de que lo sentencia un juez. Todo puede explotar en las próximas elecciones europeas.
Cataluña siempre se ha sentido muy cercana a Francia. En los años veinte del siglo pasado nuestros artistas iban a París (Rusiñol, Miró y hasta Picasso). El francés era la lengua de la alta burguesía catalana.
Por eso, igual es un laboratorio de lo que puede pasar en los próximos años. Al fin de cuentas tampoco está el país vecino para tirar cohetes. Macron, tras los disturbios el año pasado, ni siquiera se atrevió a hacerse una foto con policías como muestra de apoyo.
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