Tecno-suicidios y chantajes
Acaba una década del nuevo siglo y nos queda mal sabor de boca aunque los optimistas racionales la consideren la mejor década de la historia humana. Ir saliendo de la crisis de 2008 y verse desacelerando no es un ensueño, ni el escabroso “impeachment” de Trump, una Unión Europea desconcertada por el Brexit y una España sin gobierno hasta que ERC decida. En el caso de Francia, la recurrente reacción ante las reformas ha puesto al narcisista Macron a las puertas de lo que algunos llaman el tecno-suicidio, tras las revueltas de los chalecos amarillos y ahora las protestas contra un nuevo sistema de pensiones. ¿Qué gobierno se atreve a hablar de jubilación a los setenta años, con los incentivos que sean practicables? Los populismos y los tecno-suicidios se retroalimentan. Los países se bloquean y gobernar acaba siendo una avalancha de azares.
En España, un presidente del gobierno en funciones está a la espera de una investidura que sea propiciada por un partido republicano-independentista para dar pie a una especie de cogobierno PSOE-Podemos. Aparecen los teóricos de la colapsología ambiental y desde el gobierno en funciones se habla de justicia climática, un concepto de dudosa consistencia, como es ilusoria la justicia cósmica. ¿Está la representatividad democrática en cuestión o es que esperamos de la democracia lo que no puede darnos por la naturaleza de sus propias limitaciones?
Es posible que, en su aspiración al poder, Pedro Sánchez vaya a llevar a su partido, la cohesión territorial y la democracia española a nuevas tensiones que conllevarán una pérdida de peso en la Unión Europea. En Italia se habla de “popolocrazia” y es un riesgo que puede expandirse por las orillas del Mediterráneo. Con el populismo de Podemos en el gobierno, el populismo secesionista en Cataluña tiene margen para el desacato y el repudio del Estado de Derecho. De una parte, los tecno-suicidios de las reformas más racionalistas que pragmáticas; de otra el chantaje de los populismos: es la agenda de nuestros días.
Sigue rigiendo el gobierno de las leyes, por mucho que el independentismo catalán ostente escaños deambulatorios o de tabla de “surfing”. Pero eso depende de que unas circunstancias jurídicas como las actuales no induzcan tan fácilmente a una pérdida de autoestima que abarca la Europa entera y en especial a los amplios sectores sociales de Cataluña que no se sienten representados por unas instituciones autonómicas muy deterioradas. Democracia es tensión y conflicto, con diversos grados de estrés. De nuevo, tecno-suicidios y populismos. Por ahí parece pulular Carles Puigdemont, en competencia tribal con Junqueras y con Torra como satélite.
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