Opinión

Sánchez y su política económica de envidia y subsidio

Sánchez no tiene una política económica útil, salvo para tratar de subsistir, no para hacer, sino para estar en el banco azul. La pasada semana, como arranque del curso político, empleó la sede del Instituto Cervantes para exponer sus líneas de actuación, que se mueven entre la fantasía, el rencor, los ataques personales y la envidia.

Sostiene el presidente del Gobierno que España está mejor que nunca, que su economía va como un cohete y que gozamos de una elevada prosperidad. Por otra parte, ataca a la Comunidad de Madrid, su obsesión particular, y promete nuevos impuestos, siempre con la obsesión contra Madrid. Se ríe de los españoles afirmando, como sus ministros, que el cupo catalán va a ser bueno para toda España, y trata de levantar las más bajas pasiones de la envidia afirmando que hace falta más transporte público y menos Lamborghinis.

Sánchez ya no tiene rubor en parecer un dirigente socialdemócrata, que puede buscar la redistribución e incluso creer que la intervención pública es positiva. No, Sánchez ha abandonado esa socialdemocracia moderada, europea, para transformarse en un socialista extremo, con tics propios de otras latitudes («gobernaremos con o sin el concurso del legislativo») y con un discurso que fomenta el subsidio y la envidia.

Al hablar de ese coche deportivo -probablemente, quería referirse a otra marca, pero ni el redactor del discurso ni él fueron lo suficientemente finos como para ser capaces, al menos, de no confundir marcas y modelos- trata de recabar apoyos en quienes tienen el rencor, la envidia y el odio de clase entre sus únicos planteamientos. Sánchez sabe que no puede razonar, porque no tiene argumentos. Sabe que no puede esgrimir principios, porque los ha traicionado todos. Sabe que no puede luchar por la igualdad, porque la ha volado por los aires con el cupo catalán. Sólo le queda instar al voto con los más bajos instintos, y, para ello, lo único que puede hacer es tratar de comprar voluntades mediante subsidios, que empobrecen a un país, y con la envidia.

Envidia del que trabaja duro, del que madruga para prosperar, del que paga impuestos, del que le gusta trabajar. Envidia a la mejora como personas, al crecimiento económico que hace libres a los ciudadanos. Envida de quien arriesga e invierte, clave de la actividad económica y del empleo. Envidia, en fin, del que triunfa, aunque con su triunfo haga mejorar a toda la sociedad. Reafirma al socialismo rancio como la envidia llevada a la política, mientras incrementa el gasto, el déficit y la deuda para comprar voluntades con diferentes subsidios, que no buscan ayudar a quien lo necesita en un momento determinado, que para eso debería estar, sino que pretende anular profesionalmente a las personas para tener votos cautivos, fortalecidos con la envidia.

No tiene un plan de infraestructuras serios, y los trenes se paran y llegan tarde muy habitualmente. No tiene una política de atracción de inversiones, y éstas disminuyen. No tiene una política de estabilidad presupuestaria, y confía todo a las subidas de impuestos y a que la UE sea benigna. No sabe invertir los fondos europeos, sino sólo ejecutarlos contablemente. No tiene una estrategia para mejorar el mercado laboral, sino que sólo saca, con artificio normativo, a los parados de los registros transformando su tipo de contrato. No le importan los presupuestos, sino el seguir aunque tenga que volver a prorrogarlos. No le importa la solidaridad, sino que la rompe para entregar a los independentistas catalanes la caja con tal de que lo mantengan en La Moncloa.

No tiene, por tanto, una política económica, salvo la de la tierra quemada, el subsidio y la envidia, que empobrecen estructuralmente a la economía española, que habrá que revertir en cuanto Sánchez termine su mandato.