Sánchez es una marioneta en manos de Begoña
Hace casi seis años, cuando Pedro Sánchez llevaba poco más de tres meses como presidente del Gobierno, os conté aquí mis sospechas acerca de que quizá habría sido Begoña Gómez la principal responsable de haber impulsado la carrera política de su marido y no al revés. Mis argumentos entonces eran que ella se dedica precisamente a eso, a un marketing no profesional, ya que carece de estudios universitarios, sino más bien del que se aprende en la calle para hacer que las cosas parezcan distintas de lo que son en realidad, mediante juegos de manos, trucos, añagazas y trilerismo. De esta forma, Begoña falsificó su propio currículum fingiendo que su titulín de una escuela privada era una licenciatura y su pequeño cursillo del ESIC, un máster. Lo mismo que hizo con el currículum de Pedro Sánchez fabricándole una tesis doctoral fake, fingiendo que era como director su trabajo de técnico de la OCU, y jefe de gabinete en la ONU, su realidad de simple asesor.
Lo que vino después, todos lo sabemos. Usaron unos currículums más falsos que una puerta de contrachapado con mucho barniz para impulsar meteóricamente la carrera de él, que en sólo cinco años pasó de ser un simple concejal de última fila en el Ayuntamiento de Madrid hasta septiembre de 2009, a secretario general del PSOE en 2014 y presidente del Gobierno en 2018. Y detrás de él fue Begoña, que de impartir formación a comerciales de telemarketing en una pequeña empresa, ascendió hasta dirigir una cátedra y varios másteres universitarios sin haber pasado ella por ninguna facultad. No hay ninguna duda de que el brutal ascenso que ha tenido la carrera profesional de Begoña Gómez ha sido aprovechando el poder de su marido Pedro Sánchez. Lo que tenemos que preguntarnos es si, en realidad, no será ella la única responsable de tanto éxito.
Es cierto que cualquier político socialista sabe que los votantes del PSOE no penalizan electoralmente ni la corrupción ni las mentiras de sus candidatos. Ahí tenemos el ejemplo de Felipe González, que ganó las elecciones gritando «¡OTAN, de entrada no!», para inmediatamente meternos de cabeza en la Alianza Atlántica. González perdió las elecciones sólo tras arruinar completamente la economía española, lo mismo que Zapatero, pero ni al primero le pasó factura toda la corrupción de Filesa, ni al segundo le afectaron los ERE de Andalucía. Por eso a Sánchez no le penalizan su tesis doctoral fake, sus mentiras respecto a sus pactos con Podemos y Puigdemont, ni todos los escándalos de corrupción que le implican a él directamente a través de su hermano y Begoña, a la que hoy la Justicia ha citado a declarar como imputada por los delitos de corrupción y tráfico de influencias sin que al presidente del Gobierno se le pase por la cabeza dimitir.
Pero la certeza de que no va a suponerle ningún coste electoral no impide que resulte extremadamente extraña la actitud de Sánchez respecto a Begoña, porque no todo se mide sólo en votos. Con independencia de cuál acabe siendo la sentencia, la imagen de un presidente del Gobierno con su mujer sentada en el banquillo por corrupción es demoledora, tanto internacionalmente como también dentro de España, entre el resto de la población que no pertenece a la secta del PSOE. Su dignidad se ha enfangado tanto que debemos preguntarnos cómo es posible que no haya hecho nada para evitarlo. Por qué Sánchez no impidió que Begoña se promocionase como «captadora de fondos públicos», que es lo que en realidad significa el fundraising al que se dedica la mujer del presidente. Cómo permitió Sánchez que Begoña dirigiese una cátedra en una universidad pública sin tener título universitario. La respuesta a estas preguntas apunta cada vez más en la misma dirección que las que ya nos hacíamos hace 6 años. Todo hace pensar que, en realidad, Pedro Sánchez no es más que una marioneta en manos de Begoña Gómez, la hija de Sabiniano, el de las saunas gais.
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