Sánchez gregario ya del rey moro (y de USA)
En enero de 1978 el rey Hassan, “hermano”, se decía, de nuestro Monarca recién proclamado, Don Juan Carlos I, se acercó a España en una estancia que fue más oficiosa que oficial. Venía prácticamente a “tierra conquistada” dada su cercanía a nuestra Corona, y se creyó en situación no sólo de poner condiciones a aquella tradicional “amistad hispano-árabe” que proclamaba el africanista Francisco Franco, sino incluso a leernos la cartilla a los españoles por si seguíamos poniendo reparos a la “marroquinización” del Sahara. Fue invitado a cazar faisanes y en el festejo correspondiente quiso tener un “vous parler” con el entonces presidente, Adolfo Suárez. Y allí estalló Troya. De entrada, el llamado por la prensa humorística “moro gurrumino” espetó al presidente del Gobierno que “España es un país débil y, sin embargo, Marruecos es un país consolidado y estable”. Como suena. Además, en el momento más tórrido de la reunión que se creía únicamente cinegética, Hassan se atrevió, sin descomponer la figura, a amenazar claramente a su interlocutor español. Le advirtió que si España seguía hostigando a su Reino Alauita, a lo mejor a él se le ocurría “ocuparse” (literalmente) de Ceuta Melilla. Suárez se encabritó en plan chuletón de Avila y le contestó: “Si hace eso, al día siguiente mandaré bombardear Rabat y Casablanca”.
La doctrina estaba en aquel momento enchufada a una primera resolución de las Naciones Unidas que apostaba por la autodeterminación del pueblo saharaui, la misma que ha continuado siendo la oficial de nuestros sucesivos gobiernos y que ahora, de forma absolutamente imprevista, ha quebrado ese individuo procaz que sigue en La Moncloa, Pedro Sánchez-Castejón. Por añadir otro dato a la visita referida, hay que recordar que nuestro Rey, visto el cariz que tomaba el debate, se inventó una tercera cena en La Zarzuela (la segunda fue en la Embajada de Marruecos y no asistió Suárez) en la que nuestro turista giró radicalmente de posición y textualmente volcó un elogio inesperado sobre Adolfo Suárez: “Quiero para mi nación un primer ministro como Suárez”. Se dulcificaron las posturas hasta el punto que nuestro jefe de Gobierno viajó a Rabat seis meses después, 27 de julio de 1978. En Rabat le recibieron, digamos que respetuosamente, pero cerca de allí, en Argel, la prensa se despachó a gusto contra nuestro país. En comandita, sin fisura alguna, acusó a España de “estar vendiendo armas a Marruecos”.
Nunca, eso es cierto, la envenenada especie fue desmentida oficialmente en nuestro país, entre otras cosas porque, según mantenía el ministro de Asuntos Exteriores, el eficacísimo Marcelino Oreja: “Llevarnos mal con Argelia es malo, llevarnos mal con Marruecos es peor, llevarnos mal con los dos es simplemente suicida”. Una confesión de viva voz con muchos testigos.
Y ahora, pues, ¿qué ha pasado? Transcribo casi con literalidad el análisis que realiza un ex embajador de España en Washington muy conocedor de los entresijos de nuestras relaciones con los países aludidos y también claro está, con las diferentes administraciones norteamericanas, desde Clinton hasta el presente: Dice: “El anuncio hecho curiosamente sólo por la monarquía de Mohamed y no por los dos reinos de consuno como debe ser, ha sido “muy del gusto de Marruecos”.
Sorprende que el uso que se ha hecho en Rabat de la carta enviada por Pedro Sánchez haya sido incompleto, porque no se ha revelado el documento entero, sólo una parte, que tampoco el Gobierno de España ha tenido a bien enseñar. Es más que seguro que el Gobierno de España no tenía el menor convencimiento, ninguna información de que la intención de Rabat fue desde el principio no dar simultánea publicidad a la carta. Desde luego que el régimen de Argel se ha sentido traicionado y ofendido, pero: ¿hasta dónde llegará su indignación? Pues posiblemente a algún acto de inamistad muy concreto, también probable en el Frente Polisario. No abandonará el envio de su gas que ha descendido, sin embargo desde hace unos meses del 45 por ciento al 25 actual, el resto nos lo manda en sus buques Estados Unidos, casi nos llega por este transporte un 34 por ciento. La decisión, por lo demás, de Sánchez de aplazar su comparecencia en el Congreso sobre un tema que varía radicalmente nuestra política exterior es un auténtico escándalo democrático”.
La explicación evita, porque éste es de común el comportamiento de los diplomáticos, interferir directamente en las repercusiones domésticas de este pacto con Marruecos que Sánchez no se atreve a explicar (tiene razón nuestro embajador) en el Parlamento. Sánchez ha cambiado el mal pequeño por el bien grande. Ésa es al menos la justificación que se ofrece oblicuamente desde la Moncloa. El mal pequeño -si es que lo es- es el enfado pantagruélico de sus socios leninistas, que no sabían ápice alguno del acuerdo, ni conocían en su condición de la “otra parte” del Gobierno de coalición, los términos de la carta enviada por su presidente al rey Mohamed. Sánchez evita la refriega pública demorando el trago del Congreso de los Diputados porque es consciente que sus aliados no harán un sólo gesto de ruptura del conchabeo gubernamental.
El bien mayor es para Sánchez claro y neto: asegurarse de que la cumbre de la OTAN en Madrid resulta un éxito. Quiere en esa reunión lograr el beneplácito de los pagadores de la fiesta: los yanquis, cuyo presidente Biden ha vuelto a prescindir del español en sus trabajos europeos.
Y a este respecto, según afirman expertos como el embajador citado y otros colegas suyos igualmente peritos en cómo se las gastan ahora mismo los Gobierno de Washington, Rabat y Argel, toda esta maniobra de Sánchez ni encierra el desestimamiento por parte de Marruecos de sus reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla, incluso de Canarias, ni va a conseguir que los demócratas de Biden vuelvan a concebir a España como un Estado“muy amigo” con el que se puede contar en toda contingencia. Les viene de perillas a todos los antedichos haber convertido al Gobierno de España -que no a los españoles ¡faltaría más!- en simple mamporrero de los que mandan en el mundo, caso Estados Unidos, o en el norte de África, tan cerca y tan lejos de España. Toda una hazaña del gregario desvergonzado en cuestión.
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