Rubalcaba tenía ‘pillao’ a Sánchez
Ha explotado la añoranza por Rubalcaba. Las fechorías permanentes de su sucesor en la Secretaria General del PSOE, Pedro Sánchez, y la rememoranza que se ha abierto sobre su trayectoria humana y política, han consagrado de nuevo la modernidad del que fue tantas cosas en España y en su partido. Muchas y conocidas, por tanto, no hay necesidad de recordarlas. Así que mejor, en los días de la presentación del libro escrito sobre él, ir directamente al grano con los apuntes que cada quien tiene sobre este profesor de Química metido a político trascendente, tanto que ahora se le llama ya “hombre de Estado”, una categoría que no se puede atribuir a los actuales prebostes del PSOE. Al grano, pues, de mis apuntes personales empezando por una frase escuchada en los primeros escarceos cronológicos de 2018: “Estamos dando -nos dijo a unos atentos periodistas- por el saco a España”. Sentencia dura, feroz y sin matices en unos momentos en los que todavía el peor Sánchez no había hecho más empezar, ileso aún de las presiones de los leninistas para detentar, escribo detentar, el poder. Para él, significado miembro del socialismo más puro de la Transición, no cabía duda alguna: “Este hombre -señalaba- es un populista orgánico, alguien que divide el mundo en “malos”, todos, pero más que nadie los más cercanos, y “buenos”, él sólo; él es el bueno por antonomasia”.
Rubalcaba, ácido como el formol cuando quería, y estable como el mercurio cuando le convenía, no daba respiro a su heredero. Decía: “A la semana de su victoria en el partido ya se produjo la ruptura, a mí me llegó el siguiente recado: “Ahora nos toca a nosotros, vosotros sois el pasado, cada uno en su tiempo”. Supo ya que él, sus jefes anteriores, González y Guerra, por ejemplo, no es que fueran un “jarrón chino”, según se definía a sí mismo el expresidente, es que ambos y todos los de aquel tiempo, suponían directamente un estorbo. Y como tal les trató desde el primer momento. Rubalcaba, al fin militante disciplinado, intentaba decolorar sus propias impresiones, pero a veces la dura realidad le traicionaba: “Con él -denunciaba- nunca se sabrá lo que puede ocurrir; no tiene ideas, tiene solamente ambiciones”. El tiempo le ha dado toda la razón: el presidente aún vigente es un tipo impredecible al que solo le interesan sus necesidades perentorias (ahora, los Presupuestos), no sus principios, de los que por cierto carece. El juicio de Rubalcaba sobre él resultaba demoledor: “Si no fuera ateo podría retratarse como ‘providencialista’ porque se cree, sin recato alguno, destinado a grandes obras, sin ir más lejos, a demoler a los corruptos de la derecha a la que dice odiar, lo cual es absolutamente cierto”. Nada menos inexacto: Sánchez no quiere a nadie, pero si detesta a todos los que se le oponen. No se sabe por qué, pero a este sujeto la tropa conservadora, incluso también la liberal, le parece abyecta. Y Rubalcaba, con una gran sorna, lo explicaba así: “… Y no hay noticias de que hubiera estudiado, lo poco que estudió, con beca”. Esta frase venía muy a cuento: un periodista contó al ex-vicepresidente, que algunos socios perentorios achacaban a sus colegas de profesión no izquierdistas la condición de ser unos “aprovechados, unos mimados por el franquismo, cuyos padres, les habían podido pagar un colegio de élite”. Rubalcaba se lo tomó al pie de la letra: él era antiguo alumno del Colegio del Pilar en Madrid. De ahí, su enorme y sardónica ironía.
“Es un tipo tan inconsistente como sumido en una prepotencia injustificada”. No se puede fotografiar mejor la arquitectura de Sánchez. Rubalcaba, que había consumido algunos ratos, “más de los precisos”, indicaba, en intentar convencer a su sucesor de que “por ahí las cosas ni van, ni van a ir bien”, dejó pronto por imposible a su eventual interlocutor, No se quejaba, pero le parecía insólito que ni él, ni su ministro Marlaska, le hubieran llamado cuando los musulmanes rabiosos sembraron de sangre Barcelona. «Les hubiera podido contar -decía- algunas cosas interesantes”. “Yo -insistía- por cuenta propia no me meto en nada”. La prospectiva que hacía de los próximos años en España, los que ya no ha podido contemplar, era nada halagüeña: “Se van a fumigar la Constitución, para ellos, aunque todavía no lo reconozcan (recuérdese, principios del año 2018), y para sus presuntos socios de la izquierda radical, Iglesias y Podemos, la Constitución nueva viene de 2015”. De la campa instalada por los desaprensivos en el Puerta del Sol.
Rubalcaba esperaba muy poco de la oposición del Partido Popular: “A Casado le falta un hervor”, y mucho menos todavía de Ciudadanos: “Rivera -afirmaba- de cerca no es nada, y Arrimadas, que es atrevida, es políticamente un desastre: puede cometer todos los errores posibles”. Y los ha cometido, pero ahora mismo se ha hecho carne su previsión acertada. Y hablaba también del que muchas veces fue su interlocutor, Mariano Rajoy con el que pactó nada menos que la abdicación de Don Juan Carlos: “La verdad, no sé qué lo que Mariano tiene últimamente en la cabeza”. Y hablaba en abundancia de España; siempre tenía y, de forma cordial, su Patria: “¿De verdad -sentenciaba- alguien cree que el PSOE es plurinacional?” Ya corrían fechas en que el sanchismo, no el PSOE que ya había comenzado a desaparecer, apostaba por la España confederal y plurinacional para complacer a sus cómplices separatistas. Rubalcaba no ha tenido que soportarlos. Ahora Rubalcaba está de moda. Coloquialmente: le tenía “pillao” al psicópata. A la espera de la eclosión de Felipe González, la Resistencia socialista se refugia en su recuerdo. El libro que le han escrito, colocará en la palestra sus opiniones, sus denuncias. Pero el sanchismo del Frente Popular, no se conmoverá; en todo caso, el aún presidente mandará a la respuesta a una señora tan ágrafa como atrevida: Adriana Lastra.
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