Opinión

A mí que Sánchez esté bueno me importa un pepino

Indiscutiblemente, Pedro Almodóvar es un talentazo artístico. Tanto como un miserable desde el punto de vista moral. ¿O acaso cabe calificar de otra manera a un sujeto que acusó al PP de perpetrar un golpe de Estado en los aterradores días transcurridos entre el 11 de marzo de 2004, cuando cuatro atentados terroristas en Madrid se llevaron la vida de 192 personas, y ese 14 de marzo, jornada electoral? ¿Resulta exagerado endosar este sustantivo para definir a un contribuyente que montó una sociedad en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes británicas para escaquearse de sus deberes con la Hacienda española?

El cineasta convirtió la presentación de su nueva película, La habitación de al lado, en el Festival de San Sebastián en un mitin en el que atacó furibundamente al PP y a Vox en general y a José Luis Martínez-Almeida en particular. En la enésima demostración de un sectarismo patológico y un compulsivo narcisismo atacó al alcalde de Madrid porque no ha visitado la exposición Madrid, chica Almodóvar en el Centro Cultural Conde Duque. Vamos, que el marido de Teresa Urquijo tiene que ir a la muestra dedicada al malencarado artista de Calzada de Calatrava por el artículo treinta y tres. Es decir, que el político popular carece de la libertad de movimientos para ir donde le venga en gana que recoge nuestra Constitución en el artículo 19, derecho, por cierto, «que no podrá ser limitado por motivos políticos o ideológicos». Claro que no creo yo que la Carta Magna haga mucha gracia a este monumento al sectarismo.

—La exposición fue idea de Carmena, pero les ha tocado a éstos—, apuntó despectivamente olvidando que Almeida ostenta las llaves de la ciudad de Madrid desde hace un lustro largo. Cinco años se me antojan muchos para montar una muestra de este tipo. En el fondo lo que le duele es que ni el tato va a Madrid, chica Almodóvar, no sé si porque está demodé, porque al público le resulta un pelmazo, porque cae como una patada en salve sea la parte o por los tres motivos a la vez, que no son incompatibles.

Pedro Almodóvar convirtió la presentación de su nueva película en San Sebastián en un mitin en el que atacó al PP y a Vox y ensalzó a Sánchez

Almodóvar prácticamente no habló de cine. Las pullas a los de Feijóo y a los de Abascal fueron la tónica en su comparecencia en ese Kursaal que da la bienvenida por mar a la que indiscutiblemente es la ciudad más bonita de España, San Sebastián. «Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad», subrayó, «es que la ultraderecha se encuentre con el liberalismo más salvaje». Obviamente, la ultraderecha es Vox y el liberalismo más salvaje el PP. Instantes después, asestó otro golpe bajo al partido de Génova 13, «cuyo mejor modo de luchar contra la inmigración es mandar a la Armada como si fueran invasores».

«Es una barbaridad que se trate así a esos niños no acompañados y a cualquier inmigrante. Es profundamente estúpido porque un niño invadiendo España no tiene el menor sentido», afirmó, no sin antes apostillar que «son bienvenidos». Ya puestos, me permito hacer una humilde recomendación al dos veces Oscar de Hollywood: que acoja a menas e inmigrantes adultos en sus posesiones madrileñas, en las manchegas o en las que posea allende nuestras fronteras. Espacio hay de sobra en su pisazo de Pintor Rosales para dar cobijo a unos cuantos. Por cierto: la España liberal y conservadora haría bien en boicotear las películas de este intolerante de tomo y lomo que desprecia de manera guerracivilista a quienes no opinan como él.

A pesar de todo, lo peor estaba por llegar. El siguiente pasaje provocó vergüenza ajena. Fue cuando empezó a loar babosamente, a masajear verbalmente a Pedro Sánchez, presente en la sala, que se plantó allí acompañado por la imputada Begoña Gómez como si la vida siguiera igual. Lo primero que hizo Pedro Almodóvar fue manifestar, sin venir a cuento, que al todavía presidente del Gobierno «le llaman ‘Mister Handsome’ [Señor Guapo]» en Europa y Estados Unidos». Algo que el arriba firmante, que está algo viajado, por no decir bastante viajado, jamás ha escuchado ni en el Viejo Continente ni en el Nuevo, básicamente, porque España y Sánchez pintan en el concierto mundial lo mismo que yo en el Vaticano o en la NASA. Mister Handsome se pasea por la Quinta Avenida de Nueva York, por Regent Street en Londres o por los parisinos Campos Elíseos y no lo reconoce ni dios excepción hecha, claro está, de los turistas españoles de turno.

El director manchego se dedicó a elogiar babosamente a Sánchez, que se plantó en el Festival de cine acompañado por la imputada Begoña Gómez

Sin solución de continuidad, pasó del vomitivo y no menos pueril peloteo a insinuarse al mismísimo primer ministro en la jeta de su mujer. «Hay muchas cosas que pedirle a una persona de esas características a nivel político y a nivel físico», abundó en un tono cuasiorgásmico. Por si aún quedaban dudas, añadió: «Ante Sánchez tengo muchas posibilidades de comportarme modelo Cabaret o algo más serio».

Fue una representación de culto al líder que hubiera ruborizado al mismísimo Kim Jong-un, el mismo ante el que sus ciudadanos se postran o se rompen las manos aplaudiendo por miedo a acabar fusilados o devorados por esas jaurías de perros que el enano gordinflón usa a modo de verdugos con todo aquel que le incomoda. El episodio donostiarra me recordó también al bochornoso espectáculo que dieron los medios de izquierda cuando en un viaje oficial a Estados Unidos una presentadora televisiva de medio pelo comparó al marido de Begoña Gómez con el mismísimo Superman. Una idiotez como otra cualquiera que no hubiera pasado de anécdota estúpida pero que diarios, radios y televisiones sanchistas —es decir, el 80%— convirtieron en categoría. Parecía que el okupa de La Moncloa fuera el mismísimo Christopher Reeve, el sempiterno superhombre de las películas. Nada que ver con el cachondeo que le dedicaban sus numerosos enemigos orgánicos antaño. Le llamaban «El Guapo» porque «por fuera es todo muy bonito pero por dentro sólo hay serrín». Otros igual de acerbos le colgaron el sambenito de «El maniquí».

Yo pediría a los almodóvares de la vida que no hagan el ridículo de esta manera. Claro que el personaje monclovita da pie él mismo a estas frivolités más propias de adolescentes con las hormonas descarriadas. La memoria de Juan Español es frágil en estos tiempos de Internet y noticias que se sobreponen unas a otras, pero no tanto como para haber olvidado las fantasmadas de sus dos libros, Manual de Resistencia y Tierra Firme, escritos por negros. Nada que no hubiera hecho con una tesis elaborada por terceros que le permitió el robo de un doctorado que en cualquier democracia de calidad hubiera provocado su irreversible inhabilitación.

El presidente se cree el más guapo en 1.000 kilómetros a la redonda, el George Clooney patrio, un auténtico mito sexual, y lo fomenta. Aún recuerdo ese posado marcando paquete que se cascó en una visita oficial a Extremadura, una imagen más propia de un modelo de Ralph Lauren o Armani que del premier de la cuarta economía de la zona euro. Poco más y se agarra las partes pudendas como Javier Bardem en Huevos de Oro.

Estos raptos de culto a la personalidad son más propios de autocracias o dictaduras que de democracias, mucho menos aún de democracias serias

Que a Pedro Almodóvar le ponga Pedro Sánchez me parece legitimísimo pero me importa un pepino. Que su rictus perdonavidas despierte los más libidinosos y maravillosos instintos de españoles o españolas es algo que me la trae al pairo. A un presidente no le pedimos que sea guapo. Le exigimos que nos resuelva los problemas (Sánchez los enreda hasta el paroxismo). Que imponga la armonía (Sánchez ha puesto la quinta en esa resurrección de las dos Españas emprendida por Zapatero). Que nos traiga la prosperidad (Sánchez nos empobrece a cada momento). Que diga la verdad (Sánchez reduce a Pinocho a la condición de aficionado). Que sea honrado (en este caso ni la mujer del César ni el César parece que lo sean). Que cumpla la ley (se ha saltado más normas que Curro Jiménez, Luis Candelas y El Vaquilla juntos). Que respete la separación de poderes (Sánchez ha asaltado el judicial y ha anulado el legislativo). Que reduzca la deuda (estamos ya en el 110% del PIB). Que nos haga crecer en calidad democrática (cada año caemos en los rankings internacionales en la materia). Y suma y sigue.

La belleza no es siquiera el baremo que se emplea en el cine para distinguir a los buenos de los malos actores. Tan sólo hay una profesión en la que es condición sine qua non para abrirte camino y prosperar: el modelaje. Se puede ser un gran gestor público siendo guapo, Suárez, Felipe González, Ayuso y Reagan lo eran o lo son, siendo feo, caso de Churchill, Thatcher, Álvarez-Cascos o Willy Brandt, o teniendo que soportar el estatus de cardo borriquero como Olof Palme, Rajoy o el primer Azaña. Aznar no es Adonis y resultó el mejor presidente de la democracia.

¡Ah! Y cuidado porque estos raptos de culto a la personalidad son más propios de autocracias o dictaduras que de democracias, menos aún de democracias serias. Cuando resulta que un político es el más guapo, el más listo, el más alto, el más atlético, el más resiliente, el más bondadoso, el más trabajador, el más killer y el mejor estratega es que es mentira. A los peores monstruos de la historia de la humanidad sus respectivas poblaciones los veían, a la fuerza ahorcan, como seres pluscuamperfectos, cual semidioses inmortales. Más que por la imbecilización colectiva que conlleva, que también, la introducción de la belleza de Pedro Sánchez en el debate público acojona. Hace 60 años, tú leías un medio español u oías a un miembro de la sociedad civil hablar de Franco y cualquiera diría que medía 1,90, se parecía a Cary Grant y tenía el coeficiente intelectual de Einstein. Sánchez es Franquito. Cada vez lo tengo más claro.