Por qué Pablo Casado no puede (ni debe) abstenerse
Ring, ring, ring, ring, ring, ring, riiiingggg. Pablo Casado tecleó el número 660****** de Pedro Sánchez Pérez-Castejón el lunes 11 de noviembre. El secretario general socialista dio la callada por respuesta. Inasequible al desaliento, el presidente del PP volvió a la carga unas cuantas horas después, esta vez vía mensaje de texto:
—Pedro, te he llamado para que me digas cuándo lo tienes bien para vernos—, aclaró el jefe de esa oposición que quiso liderar Albert Rivera.
Esta vez, sí. Esta vez al otro lado del teléfono hubo movimiento. El presidente en funciones echó mano de esa chulería marca de la casa con una respuesta que lo dice todo, de la situación y del personaje que nos gobierna gracias a Mariano Rajoy:
—¡Ah! Pensaba que me llamabas para felicitarme por la victoria electoral—, fue el texto escrito que le llegó a un estupefacto jefe de la oposición del otro lado de la línea.
Un lance que demuestra, más allá de toda duda razonable, que a talento muchos ganan a Sánchez, yo apostillaría que casi todos, pero a arrogancia, prepotencia, cinismo y embuste, nadie. En eso es el number 1 sin discusión, como Rafa Nadal en el tenis.
Me parto la caja contemplando cómo la prensa patria, que en un 80% es socialpodemita, culpa todos a una a Pablo Casado de que no haya Gobierno o de que su amado líder tenga que formarlo finalmente con el bolivariano Pablo Iglesias y el apoyo pasivo de los golpistas catalanes y los proetarras. Y me estremezco certificando cómo buena parte de los medios de centroderecha compran una mercancía más falsa que la que venden en un chino.
Han pinchado en hueso. El treintañero palentino tiene de tolai lo que Pedro Sánchez de apóstol de la verdad. Y no va a abstenerse. Y tiene toda la razón. No puede por evidentes motivos estratégicos, por pragmatismo y, sobre todo y por encima de todo, no debe por razones morales absolutamente incontrovertibles que a nadie se le escapan.
NO PUEDE abstenerse por una perogrullesca razón que hasta un niño de parvulario entendería. Sería en términos prácticos algo más que una metafórica papeleta en blanco. Los 10,3 millones de españoles que han apostado por opciones de centroderecha y derecha tacharían a Casado de “traidor” con toda la razón del mundo. Más que nada, porque pasivamente posibilitaría la constitución de un Ejecutivo entre el presidente más jeta de todos los tiempos y un vicepresidente cuyo partido se financió con dinero manchado con la sangre de los demócratas venezolanos. Parafraseando a Cayetana Álvarez de Toledo, no se lo perdonaríamos jamás.
Es más, muchos de esos 10,3 millones de españoles de bien, básicamente los mismos que en 2011 hicieron presidente a Rajoy, identificarían de por vida a Casado con Sánchez, con el explotador consorte, peor aún, con los Junqueras, Otegi y demás manada delincuencial. Consecuencia: Vox estaría en condiciones de comerse con patatas al PP en la próxima cita en las urnas y hacerse con la mayoría del bloque de derechas. Y que nadie se engañe: el día que se produzca el sorpasso de Vox, el PP está muerto, vamos, que no lo resucita ni Jesucristo redivivo. En política está archirrequetedemostrado que cuando un partido adelanta a otro que lleva toda la vida o que llegó antes al panorama electoral, este último no se recupera jamás. Eso mismo le sucedió, en sentido inverso, a Ciudadanos. Si el 28 de abril hubiera mirado por el espejo retrovisor a los de Génova 13, Casado se tendría que haber ido a su casa y Rivera sería la gran esperanza blanca de la España liberal-conservadora. Pasa en el ciclismo, en el atletismo o en el fútbol: cuando el challenger tiene a tiro al defensor del título y no aprovecha la ocasión, acaba tan desfondado y tan desmoralizado que normalmente nunca pasará de ser un segundón.
La UCD experimentó una hecatombe mayor aún. Tras perder Galicia en 1981 en favor del antecedente del PP, Alianza Popular, ya nunca más ganó una elección a las huestes de Manuel Fraga. En las siguientes, las generales del 28 de octubre de 1982, AP pasó de 10 a 107 escaños y la lista encabezada por Landelino Lavilla se dejó por el camino 157 de las 168 actas que tenían.
Tiene triste gracia que el hombre que abanderó el “no es no” exija ahora a Casado por periodistas de cámara interpuestos que le eche una manita para no tener que tripitir elecciones. Precisamente, la experiencia de Sánchez y Susana Díaz confirma que estos experimentos con champán salen siempre mal. La militancia socialista optó en las Primarias de 2017 por el candidato que se atrevió a desafiar al status quo y mantener contra viento y marea el “no” a Rajoy y castigó a la gran favorita, que llegaba bendecida por los dioses. Pedro vive ahora en Moncloa y viaja en Falcon y Susana no es siquiera presidenta de la Junta de Andalucía y tiene serias opciones de que le birlen la Secretaría General en el próximo Congreso de los socialistas andaluces en 2020. Una razón que ha pesado, y mucho, en la determinación del actual presidente del PP. Es una broma de mal gusto que, quien triunfó por esa vía, urja ahora a su rival a actuar de manera tan diametralmente opuesta como kamikaze.
Lo mismo digo de los empresarios del Ibex que, como si no hubiera un mañana, tocan la puerta o llaman compulsivamente a Pablo Casado para que dé su brazo a torcer. En el fondo lo que le piden es que se inmolen él y su partido en favor de un “interés general” que no creo yo que pase por la gobernación de Pedro Sánchez, ni mucho menos. ¿Acaso ellos se arriesgarían a entregar todos sus beneficios anuales a Cáritas aun a sabiendas de que eso les llevaría tal vez a la bancarrota o, cuando a menos, a su destitución en la Junta General por dejar a sus accionistas sin dividendo?
Todas las experiencias locales y foráneas demuestran que el que facilita el poder a una formación mayor acaba siendo devorado
Y de Gobierno a pachas, lo que en Alemania bautizaron como gran coalición, ni hablamos. Todas las experiencias locales y foráneas demuestran que el que facilita el poder a una formación mayor, abrazo del oso mediante, acaba siendo devorado. Le sucedió a Unión Valenciana en tiempos de Eduardo Zaplana, se repitió la historia con un PP del País Vasco que permitió la Lehendakaritza de Patxi López y ahora es residual en aquella querida tierra y a nivel internacional quién se acuerda de los Lib Dem de Nick Clegg que hicieron primer ministro a Cameron o del socialdemócrata Schulz que facilitó la continuidad de Angela Merkel en la Cancillería. Por no hablar de la subordinación de un Pablo Casado vicepresidente a un Pedro Sánchez que lo podría poner de patitas en la calle cuando le viniera en gana.
NO DEBE facilitar un Gobierno Frankenstein que tendrá de vicepresidente al comunista Iglesias y que hará manitas con quienes dieron un golpe de Estado en Cataluña. Menos aún con un PSOE de Sánchez que, por boca de Zapatero, insiste en que el terrorista Otegi es “un hombre de paz”. Un PSOE de Sánchez que ha pactado en Navarra con Bildu, los representantes políticos de una banda terrorista que asesinó a 11 socialistas. Un PSOE de Sánchez que preside la Diputación de Barcelona gracias a los votos del partido de Puigdemont. Un PSOE de Sánchez que negoció bilateralmente con el racista y xenófobo de Torra y pactó bajo manga, vendiendo España a precio de saldo, la figura del “relator” de las narices. Un PSOE de Sánchez que ya se está dando el pico con ERC como si nada hubiera pasado el 1-O, como si ni ellos ni JxCat tuvieran nada que ver con los terroristas CDR.
No se le puede pedir a Pablo Casado el sacrificio que nadie quiere protagonizar. Su primera responsabilidad es mantener viva la casa común del centroderecha. La segunda, no permitir que el gran felón, el mentiroso compulsivo, se salga con la suya y continúe en Palacio cuatro años más. Como apunta su entorno, “que se maten entre ellos”. Ciertamente, la formación de Gobierno no es su problema, sino más bien de un Pedro Sánchez que lo único que quiere es continuar viviendo en Palacio. A ver si nuestro presidente se entera de una puñetera vez que “no es no”.
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