Política de arena
Ayer, una diputada del andalucismo menos andaluz echó con tierra y por tierra cualquier debate sobre la necesidad que tiene la izquierda, sobre todo la extrema, en demostrar que sin circo no hay camarada que siga sus funciones. El decoro parlamentario se ha convertido en un concepto prohibido, de maridaje imposible, gracias a esa nueva política que vino a asaltar los cielos y sólo ha asaltado las maneras y costumbres cívicas. No es casualidad que la mayoría de los ridículos parlamentarios lo protagonicen recién llegados al predio político, subalternos del populismo más chusquero y arrastrado, que firman sus intervenciones con la única intención de protagonizar el titular del día. La política del hazme casito desmerece a quienes, desde el silencio y la compostura, honran el servicio público desde costados ideológicos irreconciliables en donde lo de comer convive sin ruido ni conflicto con la honradez y honestidad personal.
Acontece este extenso prólogo para subrayar el enésimo espectáculo protagonizado por la extrema izquierda en un parlamento. La diputada Maribel Mora, del partido de Teresa Rodríguez, a la sazón dimitida portavoz del nacionalismo sureño, creyó que era buena idea rodear su demagógica intervención sobre los regadíos de Doñana extendiendo el contenido de un jarro de arena sobre la mesa del presidente de la Junta, Juanma Moreno. La idea, según expresaba su nada contenida dialéctica, era reflejar el desierto en el que se iba a convertir la reserva natural por las políticas del Gobierno que dirige el malagueño. Ya saben que la izquierda, cuando habla de incendios, quema contenedores. Uno, que ha visto de todo en el Parlamento andaluz y protagonizado momentos de viralidad manifiesta, no entiende estos juegos florales para contentar a la parte radical del coliseo, salvo para minimizar la ausencia intelectual de quien debería honrar su elección con un respeto insobornable a la palabra, al adversario y al lugar donde profiere los discursos, con independencia de la altura moral y retórica de estos.
La reacción del presidente de la Cámara, Jesús Aguirre, un hombre afable y con gran sentido del deber y del humor, fue la que hubiera tenido cualquier ciudadano cabal presente en el ignominioso momento. Desde su responsabilidad como autoridad legislativa, reaccionó con vehemente fiereza ante el dislate cometido ante sus ojos. Conminó a la descortés diputada a guardar la compostura y no exteriorizar su zafiedad indignada a costa de guarrear la casa de todos los andaluces. «Cómprese un mono», le espetó Aguirre ante la posibilidad de que la parlamentaria grosera se aburriera en sus desahogos. Ésta, de inmediato, acusó al presidente de faltarle al respeto, en esa estrategia de piel fina que tiene la izquierda consistente en provocar, acusar, agredir, insultar y menospreciar con acuse de recibo, pero no de vuelta. No importa el lugar ni el contexto cuando de aplicar el manual de resistencia se trata.
Hemos asumido como normal, y propio de la sociología latina, que la política, en el fondo, todo es forma. Y así, los guardianes del espectáculo sobreviven a base de performance tuitera, jaleados por la tribu colocada, con la que justificar suculento sueldo en oneroso escaño. La política de tierra quemada que los radicales han impulsado desde el 15M ha convertido España en una sucursal del mal gusto y el barriobajerismo iletrado que, a fuer de incrementar de apóstoles las bancadas, provocará que Argentina acabe siendo un modelo de democracia liberal en comparación. El kirchnerismo ha llegado para quedarse.
Si se preguntan quién limpió el estropicio arenoso, la respuesta es fácil: la limpiadora de los servicios de la cámara. ¿Qué hizo la diputada Mora, de la extrema izquierda andaluza, cuando vio a una mujer limpiar lo que otra mujer había ensuciado? Nada. Porque el feminismo y la sororidad no existen para quienes ensucian la política con nombre de revolución. La impunidad, ya saben, siempre tuvo rasgos siniestros. Éste es el nivel, Maribel.
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