Mariano el estable
La estabilidad en política ha sido siempre un valor que, sin embargo, no suele tener en cuenta a los que tienen como virtud la fiabilidad en sus actuaciones. Y resulta que, en tiempos convulsos, éste y no otro es el patrón oro de las referencias, a pesar de que no cotice al alza últimamente. Cuando zozobra la confianza popular en el sistema político, se requiere alguien que sepa dominar con cautela y pericia el barco ante la marejada descontrolada. El pueblo, en su moral inconsciente, a veces prefiere como guías a grumetes descarados frente a sobrios capitanes, a oportunistas aventureros en vez de viajeros con experiencias. En el mapa dual que nos ofrecen los últimos resultados electorales, es importante no errar en esa elección entre continuar o romper, estabilidad —con o sin establishment— frente a incertidumbre —desde dentro o fuera del establishment—, porque las elecciones por despecho, dominadas por las vísceras, determinan para mal la salud de una democracia.
Al mundo le ha dado por el populismo justo en el momento en el que la socialdemocracia ha decidido retirarse a pensar qué quiere ser de mayor. Mientras pena sus miserias con cada proceso electoral, buscando cómo reinventar un discurso que se adapte al nuevo contexto, se convierte en bastón útil contra la propaganda demodé, eligiendo la estabilidad de un centroderecha moderado en detrimento de aventuras de resultado incierto. Apostar por la democracia por defecto frente a los que presumen de afecto a la democracia es hoy imprescindible. Sobre todo, para frenar aquella perversión de Stephane Hessel de que la desobediencia civil es necesaria cuando la legitimidad democrática choca contra la legalidad democrática. En esas estamos ahora.
El populismo, conviene recordarlo, es ese Jano bifronte que adopta el rostro que según conviene al contexto social, económico y político. El profesor Villacañas explica con brillante elocuencia en su libro ‘Populismo los pormenores de una ideología ecléctica’ esa utopía de la nada sobre la que Laclau escribió renglones torcidos de interpretación y voluntad partidista. Solemos menospreciar por abuso aquello que desconocemos en uso. Es un término político, de facto peyorativo, pero en sustancia loable, en tanto defiende la esencia del poder de base. Por tanto, no puede destruirse porque tampoco se acaba de crear. Es una continua transformación de inquietudes mutadas en simpatías u odios, en adhesiones o rechazos, en revoluciones armadas o sacudidas electorales sin previo aviso. Sólo modifica sus métodos para adaptarse a una realidad específica.
Mientras dura ese replanteamiento intelectual de búsqueda de las esencias, que afecta a socialdemócratas y también a esos liberales que caben en algo más que en un taxi, el duelo político actual estriba entre estabilidad y rupturismo, entre moderados y radicales, entre Rajoys y Trumps, en sus diferentes variantes y vertientes. Esa es la posverdad política que ahora se debate. Y en esa posverdad, Mariano ‘el estable’ es el principal representante de un establishment necesario para equilibrar las pulsiones contradictorias de esa política vomitada que argumenta en función del sondeo de cada día. No hay mejor vacuna contra los excesos que la moderación. Sujetado por el centro para evitar abismos por los extremos, la legislatura en España necesita de tranquilidad para no ver sometida a nuestra democracia, ya de por sí descosida de referentes y golpeada en sus instituciones por aquellos que sólo beben del agua que mana de la trinchera. Una quiebra del actual consenso político del sistema, de la estabilidad construida con moderación y diálogo, derivará en el triunfo de la desobediencia civil por sistema. Y eso, es la antesala de sociedades caóticas, germen de futuras tiranías.
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