Opinión

Inmigración y neolenguaje

En El poder de las palabras, Mario Sigman desgrana cómo ciertas creencias limitantes concluyen de manera emocionalmente confusa, con escasos datos y relatos apegados al estigma propio y ajeno, lo que provoca una identificación excesiva con aquel emisor que lance argumentos o exabruptos cercanos a nuestra manera de ver el mundo. Sucede que esta evidencia científica, aplicada a la política actual, nos muestra que la eficiencia de las emociones ha sustituido a todo debate racional y sensato, desplazando la democracia hacia la demagogia, antesala de todo poder dictatorial y autócrata. En dicho estadio histórico nos encontramos ahora, aunque ya sucediera antaño.

Nos sometemos al dictado narrativo de una televisión -principal medio de influencia y manipulación social- creada para polarizar la discusión pública y también a la febril obsesión de los spin doctors por controlar lo que se dice y cuece en las tertulias, lo que lleva de manera irremediable el debate al continuo enroque de acusaciones, epítetos y desviaciones de la realidad. Es el triunfo del sofista Gorgias sobre el orador Sócrates, de Catilina sobre Cicerón, como bien explicaba Mark Thompson en una obra cumbre sobre el lenguaje de la política, Sin palabras, un ensayo que recuerda el poder de la retórica y el lenguaje a la hora de construir y deconstruir principios, supuestos y planteamientos del adversario, no en base a la razón, sino a la manera en la que el consumidor ve el mundo y el emisor construye las palabras para que definan esa forma de verlo, aunque sea irreal, absurda y poco creíble.

Lo que ahora acaba de ejercitar Sánchez y el equipo de opinión cambiante sincronizada es el ejercicio de contorsionismo retórico más grande de la legislatura. En solo dos días, han pasado de condenar a la derecha política y sociológica por pedir que se deporten a inmigrantes ilegales y trabajar en origen para recibir una inmigración legal, ordenada y regular, a defender lo mismo por boca del presidente del gobierno. ¿Dónde está la diferencia? Que Sánchez, en su intervención de esta semana, no usó la palabra «deportar», demasiado facha y elocuente, sino «retornar», que suena más progre y fetén. En realidad, deportar y obligar a retornar significan lo mismo, pero para el votante feligrés la sutil diferencia le suministra argumentario de ataque para un mes. Asimismo, enfrentar a las mafias y eliminar su sustento openarms es reaccionario para la progresía tertuliana, pero «desincentivarlas», como dice Pedro, es lo coherente dentro de la política migratoria que marca la Unión Europea.

El neolenguaje, esa forma líquida de la comunicación donde lo mismo puede significar una cosa y la contraria, sobre todo en boca de la izquierda actual, alcanza cotas de persuasión más que notables. La tribu busca siempre el sesgo, atomizar el discurso para adecuarlo a sus características de rebaño pastoreado en busca del líder supremo. La fascinación que gran parte del zurderío sociológico siente por Sánchez se debe precisamente a esa forma de contaminar la narración y exponer al personal a su propia psicosis racional.

Afirmé hace tiempo, y mantengo, que muchos de los que criticaban y condenaban el discurso de Orban sobre la UE acabarían adoptándolo al final, pero con los eufemismos precisos para no ser identificados con él. De la misma forma que ahora abrazan el discurso de Vox sin reconocer que es el discurso de Vox. Porque para Sánchez y sus palmeros del equipo de opinión cambiante sincronizada, todo es posible en la España cautiva y desarmada de razón, salvo dársela a la ultraderecha, el gran comodín de su neolenguaje.