Opinión

Íñigo, yo sí te creo

Estimado Íñigo, sé que estás viviendo momentos difíciles, a cuya existencia has contribuido, junto a tu manada política e ideológica, pero quiero decirte que, a pesar de todo, yo sí te creo. No me refiero a lo que hagas con tu vida privada, ni a tus motivaciones ociosas, que en modo alguno despiertan mi interés. Tampoco a tu derecho a la legítima presunción de inocencia que, en un Estado de derecho, marco jurídico que abominas y que contribuiste a deteriorar, te ampara.

Te creo y creo todo lo que está saliendo sobre ti porque sé cómo piensas y actúas, en virtud de tu afiliación comunista, siniestra y asesina ideología que, como bien conoces, posee una consabida querencia por el abuso del prójimo y la invasión en vida ajena. Te creo porque perteneces a ese subgrupo del ADN zurdo dedicado a expedir carnets morales sobre lo que es correcto o incorrecto, bueno o malo, inocencia o culpabilidad, democracia o fascismo. Y nada de lo que te ocurre nos es ajeno. Porque se veía venir. Te veíamos venir.

Te creo porque, a quienes llevamos tiempo estudiando a la izquierda de la moralina y al comunista de salón, club al que perteneces con enjundia y fruición, el comportamiento que te ha hecho copar portadas y juicios estos días no nos sorprende, ya que es lo habitual en vuestras manadas asamblearias, donde la libertad personal queda sometida al designio de la tribu, y en concreto, de quienes ostentan el poder en ella. Perteneces a la izquierda sectaria que presume de superioridad moral, pero tiene más muertos en el armario que nadie. Los que ahora te condenan callaron tus quehaceres durante años, esperando su cargo correspondiente, la entrevista más exclusiva o un puesto de garganta profunda ad nauseam. Y ahora, te han traicionado, porque ya no les sirves para la causa, su causa, la que era tuya hasta ayer. Así funcionáis entre socialistas, comunistas y anarquistas, a golpe de piolet constante.

Que como parte de una banda de políticos fundadores de la pocilga totalitaria más abyecta que ha dado la democracia sufras ahora las consecuencias de lo que has sembrado, es lo de menos. Lo relevante es la orfandad que nuestros hermanos, primos, hijos, sobrinos o nietos, que no tienen culpa de vuestro odio e ignorancia, van a sufrir ante la otra manada que te ha condenado, la de hordas feministas, locas por la subvención y en plena efervescencia de impunidad, que, empoderadas de maldad y protección tribal, se creen con el derecho de destrozar la vida de una persona a la mínima denuncia. Esta vez te ha tocado, aunque tu culpabilidad la dictará un juez, no una activista. Así funciona, Íñigo, un Estado de derecho.

El «yo sí te creo» que hoy te hunde en el descrédito, pero que apoyaste en el pasado cuando las denuncias eran contra quien no era de izquierdas, sin más pruebas que el testimonio de una mujer y sus grupies de subvención asociada, constituye la instauración de una inquisición moral, donde la presunción de inocencia ha sido derribada por una nueva policía de la corrección que admite la afirmación colectiva como prueba suficiente para condenar por la vía del sentimiento, que no de los hechos. La trituradora humana del peor feminismo posible, convierte a la mujer en cuota y no en mérito y victimiza su condición en el momento en que su palabra vale más en función del sexo y no del delito. Pero supongo que eso ya lo sabías Íñigo, cuando eras portavoz de la denuncia y no víctima del prejuicio.

Y esto es lo que sucede, Errejón, cuando dimites de tener referentes éticos clave en el desarrollo humano, como la familia, el núcleo que todo lo explica, y consideras que todos los hombres son machistas y violadores por el mero hecho de ser hombres. O bien cuando abanderas el ateísmo como forma de explicar la barbarie y construyes un nihilismo moral en el que nada es censurable y nadie te frena, porque a nadie debes rendir cuentas. Entonces, creas unas leyes para ti y otras para los demás, y decides que el juicio público es más poderoso que una sentencia jurídica, abriendo la puerta del infierno, al que también caerás un día. De hecho, ya estás en el purgatorio, que también viene de purga.

No siento pena por ti, Íñigo, tú mismo diseñaste la soga con la que ahora te ahorcan. Eres parte y víctima de un despecho, capricho o interés de una suerte de inquisidoras que perjudican a las víctimas reales y silenciadas, las que fueron abusadas de verdad sin esperar años para denunciarlo y no crean operaciones de marketing para vender libros sobre el tema. Contigo se cae la falsa superioridad moral de la izquierda, de la que presumiste tanto que incluso llegaste a prologar un título con ese nombre. Ahora penarás sin gloria por el sumidero de la condena social y te está bien merecido. Me creo todo lo que cuentan de ti, porque, eso de lo que te acusan, ya lo hicieron antes tus referentes intelectuales y políticos, dictadores y asesinos a los que asesoraste un día, porque así sois en la izquierda caviar del «haz lo que digo, pero no lo que hago». Pero tú lo has hecho. Y como tú, el conmilitón y camarada que ahora guarda silencio, rezando a Dios para no ser el siguiente al que la manada feminista baja el pulgar.