El impostor de La Moncloa y la sabiduría popular
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El mes de julio ha despedido a Sánchez con un baño de realidad: en España sólo le aplauden los de su secta o los que cobran por aplaudir. Más aún: ni sus socios nacionalistas se sacan una foto con él sin obligarle a pasar antes por caja. O sea, que en España Sánchez es Sánchez, el presidente europeo peor valorado; dicho de otra manera: Sánchez sólo es Superman, el guapo, para los que, dentro o fuera de nuestras fronteras, cobran por rodar el spot.
Dirán ustedes que bastante le importan a Sánchez los abucheos que le dedica el pueblo liso y llano, que mientras siga pudiendo utilizar el Falcon para viajar a tierras lejanas en las que puede pasear tranquilo con su séquito porque nadie le conoce (si Biden no le reconoce en la cumbre de la OTAN, imagínense en las calles de EEUU…) o irse a pasar las vacaciones en los diversos palacios o palacetes propiedad del Estado, a él le importa un bledo que le abucheen cuando llega a Salamanca o a cualquier otro rincón de España.
Puede que tengan ustedes razón, pues lo propio de una personalidad psicopática y narcisista es no inmutarse por lo que opinen los demás, sobre todo aquellos que a juicio del Narciso no merecen respeto. Pero también es cierto que un tipo tan arrogante y soberbio como el que nos ocupa soporta muy mal la falta de veneración que a su juicio debe despertar en cualquier ser humano de su entorno. Un tipo que se cree por encima del bien y del mal, que se adora cada vez que se mira al espejo –y no solo por “guapo”, sino por ser el más listo del planeta tierra- ha de llevar muy mal que sus súbditos no le adoren como se merece.
Por eso estoy segura de que el soberbio inquilino de La Moncloa se pregunta cómo es posible que teniendo setecientos trece asesores (el nuevo Goebbels de bolsillo de la Moncloa ha reducido el número hasta esta cifra) dedicados a la propaganda su sanchidad no consiga que le piropeen las masas reunidas en la Plaza de Salamanca. Estoy convencida de que Narciso/Sánchez no se explica por qué él recibe el desprecio de los ciudadanos que aplauden a la malísima presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid y vitorean al jefe del Estado…
No entra en la cabeza del arrogante (ninguno de los setecientos trece asesores se lo ha explicado) que los ciudadanos reunidos de forma espontánea en esa plaza de Salamanca no soportan que antes de llegar a la reunión el impostor haya pagado más de 200 millones de euros al presidente de la Comunidad Autónoma del País Vasco sólo para que se deje hacer una foto con él. No le entra en la cabeza que los salmantinos se crean con derecho a ser tratados con igualdad y no acepten que Narciso/Sánchez está por encima de la ley…
La soberbia no le deja ver (nadie de su secta de asalariados se atreve a decírselo) que los españoles están hasta el moño de sus mentiras, de su propaganda infecta (¡medallista de oro teniendo una de las mayores tasas de muertos por país y contagiados entre el personal sanitario!), de su desprecio hacia la oposición democrática, de su sometimiento (cuando no impulso) ante los postulados de los enemigos de la España constitucional y democrática, de su lacerante burla por los Derechos Humanos en el mundo (no hay más que ver que hasta el secretario de Estado del Gobierno norteamericano le ha llamado la atención sobre la posición del Gobierno de España respecto de lo que está ocurriendo en Cuba y Venezuela), de su empeño por liquidar la independencia de la Justicia, de su decisión de implantar la censura en los medios de comunicación y hasta en las comunicaciones privadas de los ciudadanos, de su estrategia para demoler el sistema del 78…
Narciso/Sánchez, nuestro particular Rey Sol, no entiende que hay otra España que no es la oficial, la España de los españoles normales y de la gente decente, que no está dispuesta a tolerar (y menos aún a aplaudir) a quien desde el Gobierno de la nación ha decidido robarnos no sólo el dinero que es de todos, (véase las prebendas a los nacionalistas vascos y la malversación para pagar a los malversadores catalanes con fondos públicos) sino los derechos de ciudadanía. Sí, porque eso es a fin de cuentas lo que significa que Sánchez haya abolido en la práctica los artículos de la Constitución que proclaman que todos los españoles somos iguales ante la ley, que todos hemos de tener las mismas oportunidades, que nuestros derechos han de ser efectivos y que para lograrlo es preciso dotar con equidad a las instituciones encargadas de prestarnos los servicios, que nadie puede decidir en nuestro nombre nuestro futuro y el de nuestro país.
No le entra en la cabeza a Sánchez que España es más que su secta. Que hay millones de españoles (muchos millones, cada vez más) que no le van a perdonar su traición al espíritu y a la letra de la Constitución, su empeño de perpetuarse en el poder rompiendo la igualdad y la unidad entre los españoles.
Tengo para mí que el mes de julio se despide del calendario mientras Sánchez empieza a despertar de la ensoñación y a visualizar que hay otra España a la que aún no ha conseguido domeñar. Es verdad que en estos momentos es aún más peligroso, pues un tipo que ya ha demostrado no tener escrúpulos es capaz de todo para evitar que le despojen del poder, la única ideología que ha alumbrado todo su camino. Pero también es verdad que la España de los hombres y mujeres libres que exigen respeto y sienten orgullo por el país que ente todos hemos construido no se va ni a callar ni a doblegar.
Sánchez, guapo, tic, tac, tic, tac…
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