Entre Groucho y Churchill
A comienzos del siglo XIX, Lamarck enunció la que sería la primera teoría de la evolución biológica, años antes de que Darwin formulara la suya sobre la selección natural, en su conocida obra El origen de las especies. Lamarck afirmó que las formas de vida no habían sido creadas ni permanecían inmutables, sino que evolucionaban con el tiempo. De ahí deriva la famosa tesis «la función crea el órgano» complementada, a su vez, por la tesis «la necesidad crea la función».
Es cierto que esa teoría no pretendió ser aplicada a la Sociología, y menos aún a la Política, porque en ese caso deberíamos confiar que, ante una situación de emergencia sanitaria y económica como la que estamos viviendo, la necesidad de un liderazgo social y político haría aparecer a la persona encargada de asumir esta función.
Sabemos muy bien cómo Inglaterra encontró en los años de la Segunda Guerra Mundial ese liderazgo en la persona de Winston Churchill, frente al claudicante Chamberlain, pero eso no garantiza que a nosotros nos suceda ahora lo mismo ante la «guerra total» declarada a la actual pandemia. Y ello por varias razones, que yo resumiría en dos: la primera, que la teoría Lamarckiana —como dijimos— es biológica; y la segunda, que Sánchez no es Churchill.
De todas formas, esta realidad no debe inducirnos al pesimismo, ya que el 2 de mayo de 1808 —prácticamente en la misma fecha de la formulación de esa teoría biológica— el pueblo español, ante la indolencia y el vacío de autoridad existentes, se levantó contra «el francés», algo que en aquellos momentos no era una cosa menor, precisamente.
No es que yo esté apelando a la insurrección contra el actual Gobierno, sino que constato otra realidad histórica: «A grandes males, grandes remedios». Sánchez es consciente de ello, y ha jugado a ser nuestro Churchill, apelando a su particular «sangre, sudor y lágrimas» en forma de «sacrificio, resistencia y moral de victoria» frente a la pandemia. Pero, por desgracia para los españoles, la comparación no deja de ser nada más que una parodia digna del humor ácido de Groucho Marx.
No existe en su Manual de resistencia una fórmula para una situación como la que padecemos, y tampoco creo que sea lo que necesitamos: no estamos ante una guerra convencional con un enemigo visible y marcado en el teatro de operaciones, ni tampoco ante una crisis de partido, en la que ha acreditado su resiliencia.
Lo que necesitamos, ante todo y sobre todo, es confianza y unidad. Confianza en quien está al frente de los mandos de la gobernación de España en un momento en el que nos jugamos la vida, nuestras libertades más elementales, y nuestro futuro colectivo. Pero, para desgracia de los españoles, en ese escenario no hay motivos para la más mínima confianza en su persona, sea el candidato Sánchez o el Presidente.
Se recoge lo que se siembra, y él ha sembrado el terreno de la mentira y la división entre los españoles. No creo deba recordar porqué no podemos confiar en su palabra, pero es inevitable hacerlo en la dramática circunstancia histórica en la que nos encontramos. Él ahora «lleva en el pecado, la penitencia», en forma de un Gobierno con los peores aliados posibles para liderar con autoridad —no sólo política sino también moral— una situación que exige mucha confianza y unidad, y que él está incapacitado para pedir.
Es el problema de estar instalado en la postverdad, que es incompatible con la épica. Lo propio de la postverdad es lo de Groucho: «Estos son mis principios pero, si no le gustan, tengo otros».
La pandemia pasará, y el escenario será pavoroso. A la muerte y al dolor de tantos, se añadirá una crisis que el actual Gobierno está absolutamente incapacitado para vencer.
Esa guerra no la puede ganar Sánchez, ni aunque utilice para ello nuestro digno y disciplinado Ejército.
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