España: vista a la derecha
Gonzalo Fernández de la Mora, en su libro “El crepúsculo de las ideologías”, apuntó algo que el tiempo le ha dado la razón, una concepción absolutamente real de lo que hoy denominaríamos “disolución de las ideas”, ese “buenismo ideológico” donde solo cabe lo gris. Sostenía, en 1970, que mientras el marxismo, y la izquierda en general, se aburguesan, el liberalismo se socializa. Anticipaba la consolidación de los partidos “atrapa todo” donde lo único que importa es el «elector», la obtención de votos a cualquier precio, la oquedad de valores y principios. El filósofo conservador, de una derecha sin complejos, aventuraba para la España partitocrática el cercenar el mérito, la capacidad y la preparación mientras eran mostradas en un sucio escaparate la demagogia, el juego doctrinario, la retórica sin contenido y muchas veces, el patetismo. Esa falta de valores y de principios se consagra en el denominado “centro político”, en ese centro gris, que no es sinónimo de moderación ni tampoco busca esta para captar el voto. Que tampoco esconde la indefinición en sus planteamientos, el oscurantismo radical de falsos principios e inexistentes valores. Siendo este un hecho constante y generalizado en la política desde hace cincuenta años, esa cobardía para enarbolar principios y valores abunda mucho más en la llamada “derecha política”. El último congreso extraordinario del Partido Popular así lo ha puesto de manifiesto. El nuevo presidente, Casado, representando no con valiosa sinceridad, principios básicos de la derecha social: Unidad de España, familia, vida, propiedad privada, meritoriaje y progreso social. Y Soraya la indefinición, el consenso, lo gris.
Frente a tan opuestos postulados de un mismo partido “atrapa todo”, España gira a la derecha. Los discursos de ley y orden comienzan a racionalizarse, los secesionistas catalanes nos han resucitado, si alguna vez existió, el sentimiento de Patria y aunque determinados sectores de la progresía y la pseudo derecha tratan de mantener su ya conocido discurso dominante, España ha ido cambiando, sacudiéndose, a veces con exasperante lentitud, complejos y dogmas. Existe y se va desperezando un espacio ideológico, una base social de derecha coherente, defensora de la propiedad privada y de la identidad nacional. Un “suelo social” más amplio de lo que se pudiera pensar, defensor de la identidad nacional frente al multiculturalismo y la inmigración ilegal. Sale de su letargo una derecha con verdaderos principios y valores, social y popular, moderna y frente a las protestas, con propuestas. Europea, del Viejo Continente histórico donde la cúpula del putrefacto establishment funcionarial sigue distribuyendo “carnets de europeo” solo a quien no osa poner en jaque sus sueldos, prebendas y canonjías. Esa derecha social, renovada y fresca, partidaria de las fronteras nacionales, defensora de la recuperación para el Estado de las competencias de educación y orden público, de la propiedad privada frente a okupas y demás ralea. Una derecha democrática y regeneradora. Brota una dormida comunidad que exige ese liderazgo de ideas, que busca una identidad de la que no tenga que avergonzarse, que cree en unos postulados y reivindica un necesario espacio político donde sentirse representada. Encarnar dichos principios no es tarea fácil. Casado no lo conseguirá. Remover los huesos del pesado “mamut” acomplejado es tarea aciaga. Quizá lo intente, pero referidos “mamuts”, los gigantes del inmovilismo, del “statu quo” imperante e inoperante, de falsos intereses políticos que embozan fines sombríos se lo impedirán. La derecha de hoy busca nuevas formas de expresión con irrenunciables principios, pero sus representantes solo se acomodan en errados postulados de izquierda.
Ya lo dijo Aristóteles: “Es necesario que haya uno o varios principios y aun, en caso de existir uno sólo, que éste sea inmóvil e inmutable”.
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