El eje cultural en Ciudadanos
La crisis por la que atraviesa Ciudadanos no es fruto de la tensión entre lo que se viene dando en llamar las dos almas del partido: la liberal y la socialdemócrata (o, en una lectura aún más ramplona, la izquierdista y la derechista). Circunstancialmente, los críticos agrupados en torno a Luis Garicano se hallan inscritos en la órbita socialdemócrata, o, si se quiere, en el socioliberalismo, pero en Ciudadanos no parece haber un problema de integración de sensibilidades ideológicas. Es verdad que en 2017 Rivera eliminó del ideario el concepto, oximorónico donde los haya, de “socialismo democrático”, pero aquél fue un retoque más cosmético que efectivo, cuyo propósito era identificarse sin ambages con la etiqueta “liberal” para, de ese modo, deshacerse del lastre de la indefinición o, por mejor decir, de la innominación. Se trataba, en fin, de que el producto ‘Ciudadanos’ compitiera en el mercado político en igualdad de condiciones con los socialistas y los conservadores.
El problema de Ciudadanos es muy otro, y tiene que ver con el modo de concebir y gestionar el poder por parte de Albert Rivera, y la inexorable correlación entre esa concepción y la orientación del partido. Lo que distingue al grupo de Garicano, Roldán e Igea del que, con la salvedad de Juan Carlos Girauta, ha cerrado filas con Rivera no es el factor ideológico, sino el sustrato cultural, el sentido crítico, la razón ilustrada. Este grupo, no obstante, tiene otras insuficiencias, y la principal, me temo, es su incomodidad ante cualquier tipo de pacto o de medida que se salga del carril de lo políticamente correcto.
Rivera no es muy amigo de la cultura. Hasta ahí, nada que no delate también a dirigentes de otras formaciones. Ahora bien, a diferencia de lo que es habitual en el gremio, Rivera ha hecho de ese desprecio un rasgo cardinal de su formación. Un estilo. Ya no es sólo su renuencia a tratar con los fundadores, absolutamente legítima. Es, por ejemplo, el que a mi juicio es uno de los grandes déficits de Ciudadanos, sobre el que nadie, ni yo misma, hemos terciado lo suficiente: la ausencia de un think tank a la manera de FAES o Pablo Iglesias. No creo que sea casual que, después de 13 años de existencia, el partido no disponga de una factoría de ideas, pues Rivera percibe el hecho intelectual como un contrapoder indomesticable. Y ello, obviamente, tiene un reflejo en quienes componen su círculo de confianza, más inferiores que él en casi todo. Rivera solía ufanarse de dirigir el partido como si fuera una empresa. Bien, no es así: en el mundo empresarial, el talento está bastante más reconocido. La máxima que le oí hace poco a un empresario británico de éxito, “Asegúrate de que en tu consejo de administración, tú eres el más tonto”, no sirve en el caso de Ciudadanos, donde prima la vulgaridad, embozada, como es de rigor en política, en hábiles manejos de fontanería o cosas por el estilo.
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