Educación: una generación perdida
Como paradigma “ideal” del compromiso con nosotros mismos y de lo que “debe ser”, un importante papel del individuo consiste en esforzarse cada día por lograr una sociedad mejor, asentando nuestro entorno en una convivencia sana, en el respeto y en la cimentación de valores imperecederos. Para ello es necesaria una sólida y desinteresada formación, instrucción, educación, desde la raíz del propio individuo, desde la difícil visión de que el ser humano debe ser capaz de mejorar cada día y proporcionar el mejor bienestar para él y sobre todo para su comunidad. Muchas veces perdemos la perspectiva de lo que supone de prioritaria la educación o instrucción de nuestra juventud. Nunca estuvo entre las principales preocupaciones de los españoles y mucho menos de nuestros políticos. La educación no solo es el conocimiento de hechos objetivos, sino ir más allá. Supone la capacidad de quien enseña y de los poderes públicos de hacer del discípulo un individuo más humano, cercano y empático. Pero el cénit, el culmen de una buena educación radica en enseñar a pensar por uno mismo, fuera de demagogias, peroratas o sermones.
Sacar conclusiones, formarse un criterio propio, tener capacidad de análisis y crítica, abrir nuevas alternativas frente a la ortodoxia y contra lo “políticamente correcto”. Justo lo contrario de lo que el separatismo catalán lleva haciendo desde hace casi una década, utilizando las aulas para adoctrinar en el odio a España. Se actúa contra la educación, contra la instrucción, habiendo convertido ya una generación en individuos de pensamiento totalitario. Un adoctrinamiento claro, medido, silenciosa y siniestramente programado. Nos encontramos ante una estrategia perfectamente diseñada por el nacionalismo catalán, desde los tiempos de Jordi Pujol “el honorable”, donde en las escuelas, colegios, institutos y universidades no se enseña a pensar, sino que se enseña a “qué pensar”, a “construir” individuos con inoculadas consignas ideológicas. Y durante 40 años, los sucesivos gobiernos centrales no han adoptado una posición suficientemente clara respecto a dicho adoctrinamiento.
Más bien todo lo contrario. Han pesado más sus intereses políticos y el apoyo y migajas de los votos nacionalistas en Madrid que atajar el problema del “amaestramiento” soberanista catalán. Se banalizó y se sigue banalizando tan cruda realidad. Desde hace mucho tiempo se hace necesario que la educación deje de estar en manos del nacionalismo en general y del catalán en particular. El Gobierno, en pro de venideras generaciones y por tranquilidad de la actual debería haber aprovechado la aplicación del artículo 155 para centralizar la política educativa. La Unión Sindical de Inspectores de Educación (USIE) lleva mucho tiempo denunciando dicha política, que se ejemplifica en que el 80% de los inspectores son designados “a dedo”.
La fe mueve montañas, pero yo me hago una pregunta, por muy loables que ahora sean los deseos del PP de controlar la situación. ¿Es posible que en escasos 50 días que durará la aplicación del 155, el Ejecutivo solucione el adoctrinamiento en las aulas y el control totalitario al que está sometida la educación?. Soy pesimista. Restaurar el orden constitucional es mucho más que reconducir la inaceptable afrenta realizada. Hay que ser valientes y no pensar solo en “lo inmediato”, típica actitud de nuestra clase política. Ya hemos perdido una generación y reformarla es una quimera, una tarea imposible. Y para evitar perder otra, es imprescindible recentralizar la educación. Como dijo Jean Cocteau, escritor, pintor y coreógrafo francés: “Formarse no es nada fácil, pero reformarse lo es menos aún”.
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