A la economía le entran los nervios
Las nubes que se otean por los cielos de la economía española, cuando retomamos el pulso de la actividad normal con el comienzo del curso, nos anonadan a la vista de serios riesgos de tormenta o igual en forma de tempestades sobre la península y los archipiélagos. Y tal cual sucede en los campos de golf, se dispara en estos momentos el petardo que avisa a los jugadores que están escampados por los hoyos que recojan sus palos, bolsas y demás bártulos y retornen a la casa club para protegerse de los rayos que puedan caer. Solo en Estados Unidos, me contaba el otro día un gran jugador español de golf, en los últimos 30 años el promedio de personas muertas por rayos es de 51 por hacer caso omiso a tal advertencia.
Por consiguiente, si se lanza el petardo desde la casa club hay que ponerse a cobijo. Y eso es lo que parece que tendríamos que hacer en nuestras lides económicas. Ahora bien, si el propio Marshall del club prescinde de los avisos que desde el radar le llegan y se emperra en decir que no caerá la tormenta y que ni por asomo lanzará el petardo de la advertencia, poco podemos hacer el resto de los mortales españoles sino encomendar nuestra suerte al cielo. Eso sí, el bueno, no el de los intimidadores nubarrones de color negro que ensombrecen el territorio golfístico. La deuda pública española se coloca a principios de septiembre a un interés más alto, lo que quiere decir que el Tesoro —en resumidas cuentas, ¡nosotros!— tendrá que pagar más dinero para que los inversores compren nuestra deuda. En concreto, en la última colocación el Tesoro ha elevado del 2,24% al 2,60% el interés de sus obligaciones a 30 años.
Y este detalle hace pensar que estamos penetrando en una etapa de turbulencias financieras en la que los hasta ahora siempre reconfortantes vientos de cola que empujaban a la economía española pasarán a actuar como frenos para su desarrollo. En efecto, el mayor precio del dinero, que dejará de estar apadrinado por el Banco Central Europeo (BCE) desde el próximo mes de enero, pesará como una losa tanto en nuestras cuentas públicas —que estos años se han beneficiado de las suaves condiciones financieras y monetarias, rebajando la carga anual de intereses que nuestro abultado endeudamiento público devenga religiosamente— como de retruque en el sector privado. Además, Mario Draghi dejará de comprar deuda pública y hoy solo en deuda española el BCE luce unos 230.000 millones de euros en sus activos.
Llega, pues, el tapering —la retirada de estímulos monetarios— y con él el presumible reajuste de las condiciones financieras acomodaticias y la pregunta es qué pasará con el nuevo año 2019. Dejaremos de tener la red protectora de santo Mario Draghi que ha sostenido, al comprar, emisiones de deuda pública especialmente de la inquietante deuda soberana periférica. España geográficamente no está muy alejada de Italia, cuya deuda pública actualmente se cifra en el 140% de su PIB y con visos a seguir progresando a causa de su falta de rigor presupuestario, con sus gestos rebeldes para cumplir con los cánones fiscales pautados desde Bruselas, ni tampoco nos encontramos excesivamente lejos de la cuna de nuestra civilización, la tan querida y admirada Grecia cuya situación actual, por más rescate e intervención en fase de conclusión, desde el prisma económico es simplemente penosa y angustiosa.
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