El ‘ecocoñazo’ entre Al Gore, Rigoberta y la bobita Greta
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Al Gore fue sobre todo un desvergonzado y engañabobos; Rigoberta (la Menchú) una falsaria que incluso se inventó la forma en que murió su hermano; la niña Greta, una bobita estrujada por la voracidad de sus papás y de su presuntos asesores. Al Gore se ganó, aparte de lo citado, fama de cenizo en Tenesse y en todo USA. Inauguró en una ocasión, porque le dejó Clinton, una ecofábrica para el no sé qué, y la industria absolutamente prescindible, en un año se fue a hacer gárgaras; desde entonces no pudo cortar una cinta más. Rigoberta, siempre tapizada más que de arco iris de disfraz de mercadillo, se construyó para sí una biografía repleta de embustes en la que picaron los gestores del Nobel de La Paz, unos auténticos mendrugos filocomunistas que le dieron el Premio más desprestigiado del Planeta. Conocida su gran farsa quisieron algunos desposeerla del Premio, pero los majaderos de Oslo dijeron que lo que se da no se quita, y Rigoberta se quedó con el galardón.
He dejado para el tercer puesto de las estafas que hicieron época a la niña Greta, una infante bobita -no se puede escribir infanta- cuya popularidad, siempre a bordo de contaminantes superjets, ha durado menos que una caramelo a las puertas de su escuela, a la que nunca ha asistido porque ha andado de la ceca a la meca pregonando el gran apocalipsis de la Tierra. Rodeada claro de sus papás, sus auténticos mercaderes, y de multitud de gorrones que se han forrado la cartera con los mensajillos de fiesta de fin de curso de la niñita boba.
Así que el puesto de pregonero mayor de la desgracia final estaba libre hasta ahora, pero hete aquí que ha surgido un español, más desahogado aún que Gore, que ya es decir, que ha adivinado el hueco y se ha puesto a entrar en él. El sábado pasado los enchufados de pacotilla que asistieron al inverosímil Comité Federal, o como se llame, del PSOE, tuvieron que soportar media hora de pesadilla en la que el jefe, que parecía para la ocasión vestido de kermese aldeana, les trituraba el cerebro con un adelanto de lo que se nos viene encima, de cómo el pueblo, en general el de los cinco continentes, aún no se está dando cuenta de la sobrevenida tragedia pero de su disposición filantrópica para liderar el combate contra esta nueva plaga bíblica que puede terminar -le faltó un pelo para declararlo- con el estallido del fin de mundo tal y como ahora lo disfrutamos. La monserga no arrancó ni un aplauso de la asistencia, a pesar de los ímprobos esfuerzos del sargento de la claque, Simancas, y del entusiasmo del regente de la fontanería monclovita, Bolaños, al que sorprendimos más de una vez ajustando sus párpados en proceso irreversible de sopor.
Pero, es igual, Pedro Sánchez Castejón, ha encontrado el hueco. Contaré una ancédota: hace bastantes años, el espigado y más bien patosillo jugador del Real Madrid, Ignacio Zoco Esparza, un mocetón del Roncal que jugaba en el equipo con más sentido táctico y fuerza que calidad, se hacía lenguas de cómo una vez, situado en la “posición teórica de medio centro”, como acuñó en su día Matias Prats abuelo, oteó desde esa posición que el portero del Español (entonces se escribía así) estaba fuera de cacho y Zoco se dispuso, ante el disgusto del entrenador, Miguel Muñoz, a arrearle un patadón al balón en juego. Él lo decía así: “Ví un hueco, tiré y la metí”. Pues bien, el atleta del embuste, Pedro Sánchez Castejón, ha visto un agujero y se dispone a ocuparlo. Como su ambición de ser el preboste de Europa no será posible salvo que los democristianos de la Unión se pongan en modo imbécil, ha adivinado que, con certeza, “hacerse un Al Gore del XXI” puede llenar su inmensa egolatría rencorosa y también, su bolsillo, que estamos aún por saber en que condiciones se encuentra. Y ha comenzado su campaña. Horas y horas en el Parlamento español, minutos de oro, Televisión Española incluida, en dramas controlados, tipo La Palma o Cebreros, y una monserga pertinaz que, sin haberse todavía endurecido, duerme hasta a Hernández, aquel alcalde granadino de Jun que, como palanganero de Sánchez llegó a expresarse así. “Estamos ante un líder de los que nacen pocos, casi ninguno, en un siglo”.
Al narcisista, el país -España- le trae por una higa; su partido por otra. No es que el PSOE haya sido una franquicia democrática; no, no lo ha sido. ¿O es que en tiempos de Felipe González y Guerra se permitían lujos discrepantes? Hacían la vista gorda a tres o cuatro disidentes, y a una Izquierda Socialista que cabía en un ascensor y poco más, pero al menos disimulaban. Sánchez, no: cambia de caballos cuando los que ha comprado apenas hace un año no le trotan y no se baja a exponer alguna razón del cambio ante sus fieles. Él está, como José Antonio Primo de Rivera, en una “unidad de destino en lo universal”. Piensa en su egolatría psicopática, que está llamado a mayores hazañas, una vez que deje España hecha unos zorros. Su próximo destino es un remedo de Al Gore, Rigoberta, la serpiente multicolor, y la desdichada Greta (grieta en español, fíjense). Los autócratas también empiezan por ser elegidos en las urnas, pero luego hacen todo lo posible para impedir su desalojo, incluidas las mayores fechorías electorales que pensarse puedan.
Sánchez es ya un ecocoñazo que desdeña a los infortunados españoles alarmados porque el dinero ya nos llega, porque la impericia de sus gobernantes está quemando bosques y hasta praderas, y porque todo el entramado de contrapesos institucionales que montó la democracia de la Transición la ha barrenado Sánchez. A él -lo dicho- le importa un comino, está instalado ya en el ecocoñazo, en la seguridad de que, encima, se le pagará muy bien. Como a su admirado Al Gore que le estafó doscientos mil dólares al Gobierno Vasco. Pachi López, ahora deán del mentiroso, calificó aquello de “bochornoso”. Ahora, el líder de los ecocoñazos mundiales ya está aquí; España se le ha quedado chica.
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