Opinión

Derechita cainita y tontita

Desde tiempos de Manuel Fraga me fascina la compulsiva manía de la derecha a matarse entre ella. Aún recuerdo cómo el PDP de Alzaga, que no era nada ni nadie, alzaba la voz cada dos por tres contra una Alianza Popular que sin necesidad y tan sólo por la esnobez de parecer centrista creó y financió ex novo tanto esa formación teóricamente democristiana como el Partido Liberal de José Antonio Segurado. Por no hablar de cómo el propio Fraga laminó a Antonio Hernández-Mancha de la noche a la mañana por el mero hecho de intentar tener agenda propia, de tratar de marcar su propia impronta frente a un predecesor que había digitado sin éxito como sucesor a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, al que los suyos apodaban «el repelente niño Vicente». El de Villalba sabía que su pasado franquista le inhabilitaba para derrotar a Felipe González pero no terminó de ceder el testigo de verdad hasta ese Congreso del PP de 1990 en el que al grito de «¡ni tutelas ni tu tías!» rompió la carta de dimisión sin fecha que le había entregado el nuevo presidente, José María Aznar.

El político bigotudo entendió desde el minuto 1 que el cainismo representaba el gran hándicap de la derecha española moderna. Le ocurrió a la CEDA en la Segunda República y la historia se volvió a repetir no sólo con AP sino también con una UCD que por las navajadas internas pasó de 168 diputados a 11 en escasos tres años. Y de la mano del general secretario, Francisco Álvarez-Cascos, Aznar erigió una formación moderna que funcionaba con la disciplina de un Ejército y en la que las felonías se castigaban con la muerte política. Que una cosa es la democracia interna y otra bien distinta hacer el canelo. Esa unión hizo posible el más fuerte y transversal partido de derechas de nuestra historia contemporánea.

Esa manera de conducirse de manera cohesionada proporcionó a la formación de la calle Génova 13 los mejores años de su historia. Donde antes querían mandar 20 ahora quedaba claro que sólo llevaba la batuta uno y nada más que uno: el marido de Ana Botella. Se acabaron las facciones y el considerar enemigo al vecino de escaño, de Comité Ejecutivo o de Junta Directiva. Ahora sólo había un rival a batir: Felipe González. Y lo consiguieron tras jubilar por fin ese fratricidio que había constituido secularmente la marca de la casa de nuestra derecha democrática. No sólo en España: el Partido Conservador británico, por ejemplo, era y es fiel ejemplo de que no hay peor cuña que la de tu propia madera. Sólo a un psicópata como El Padrino le encanta eso de tener a los enemigos aún más cerca que a los amigos.

Estas semanas me estoy acordando de esa falta de compañerismo que mató e incapacitó para gobernar a Alianza Popular y que hizo saltar por los aires en 1982 a una UCD que había arrasado en las elecciones de 1977 y 1979, además de traer la democracia a este país tras casi cuatro décadas de dictadura. Las imágenes del Congreso de la UCD de 1981 en el Auditórium de Palma de Mallorca, con cinco partidos en uno liándose a farolazos, y las de una AP en las que todos conspiraban contra todos me han venido a la mente con la soledad a la que está sometiendo la derecha sociológica a Carlos Mazón. Soledad cuando no lapidación en la plaza pública, al punto que uno ya no distingue muy bien quiénes son los amigos y quiénes los enemigos porque parecen todos lo mismo.

Sólo a un psicópata como ‘El Padrino’ le encanta eso de tener a los enemigos aún más cerca que a los amigos

Tan cierto es que Carlos Mazón debería haberse puesto las katiuskas a la hora de comer del 29 de octubre, cuando Utiel y Requena se inundaron, como que él no es ni el primer responsable ni el segundo de las consecuencias de una DANA que se ha cobrado la vida de 224 personas. Si no te suministran los datos necesarios; si fallan todos los vaticinios, para empezar, los de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet); si la Confederación Hidrográfica del Júcar está de fiesta por la tarde; en resumidas cuentas, si el radar ajeno está averiado, lo normal es que te confíes y te caigas con todo el equipo.

Si te pronostican que van a caer «más de 180 litros» por metro cuadrado y al final la media se sitúa en unos 500, si los que saben te juran y perjuran que lo peor habrá dejado Valencia a eso de las seis de la tarde y sobreviene de las seis y cuarto en adelante, si sus vaticinios subrayan que el mayor diluvio se producirá en el norte y no en el sur como finalmente aconteció, si no te advierten que el caudal del barranco del Poyo está engordando exponencialmente, los grandes culpables serán la entonces ministra del ramo, Teresa Ribera, y sus subordinados en la Aemet, María José Rallo, y en la Confederación Hidrográfica del Júcar, Miguel Polo. Digo yo. Y, por supuesto, Pedro Sánchez, que se tuvo que largar de Paiporta cual roedor porque la ciudadanía no es imbécil y sabe perfectamente que quien tiene medios para una emergencia estratosférica como ésta es la Administración central. He de recordar que el Ejército tardó cuatro días en plantarse en la zona. Y luego me parece bien apuntar con el dedo índice a Mazón, pero no antes. Lo contrario es injusto por falsario porque aquí sí que el orden de los factores altera el producto.

Si el radar ajeno está averiado, lo normal es que te confíes y te caigas con todo el equipo

Los audios dejan meridianamente claro de qué va realmente la feria. Miguel Polo admitió en la Junta de la Confederación del Júcar que dejaron a Mazón solo ante el peligro: «Lo que no se transmitió en ese tiempo es información de la rambla del Poyo». Los de la Aemet, de las 12 de la mañana del día de autos, son igualmente inequívocos: «No vamos a marearos con más avisos, las precipitaciones máximas irán hacia el norte y, sobre todo, hacia el interior». Se produjeron en el sur. Al PP, como vemos, le dejaron la portería vacía y, en lugar de meter un gol por toda la escuadra, dispararon al tercer anfiteatro.

Esta catástrofe que es culpa de Dios y nada más que de Dios —las consecuencias sí son responsabilidad humana— ha demostrado por enésima vez que la derecha política y mediática es tontita hasta decir basta. En lugar de centrar el tiro en los dos grandes culpables, Teresa Ribera y consecuentemente Pedro Sánchez, han optado por linchar hasta dejar en carne viva a un Carlos Mazón que si bien es cierto que careció de reflejos no tiene culpa alguna de que la Aemet sea una aprendiz al lado de Jorge Rey, de que la Confederación Hidrográfica del Júcar funcione cual chiringuito para colocar con sueldos obscenos a los lametraserillos de turno y de que el ecologismo repugnante de este Gobierno prohibiera limpiar el cauce del Poyo provocando un reventón de agua infinitamente mayor que el que se habría registrado de haberse hecho los deberes como toda la vida de Dios.

Esta catástrofe ha demostrado por enésima vez que la derecha política y mediática es tontita hasta decir basta

Cuando se destaparon los ERE, una mangancia sólo superada por el caso Juan Carlos I y por los campeones del ramo, los Pujol, la izquierda mediática se puso inequívocamente del lado de dos delincuentes condenados por el Supremo: José Antonio Griñán y Manuel Chaves. «Son gente honrada, no se han llevado un euro a sus bolsillos», insistían. Luego llegaron al rescate los soldados de fortuna del general Pumpido. Tres cuartos de lo mismo pasa con Begoña Gómez, David Azagra e inicialmente con José Luis Ábalos. O con la financiación de la narcodictadura venezolana o de la teocracia iraní a Podemos. O con las barrabasadas autocráticas de Pedro Sánchez. E incluso, aunque en menor medida, con ese más que presunto delincuente que es el fiscal general del Estado. Y hace cinco años con una pandemia que hubiera ocasionado decenas de miles de muertos menos si Sánchez hubiera decretado el confinamiento una semana o dos antes de ese 8-M al que había que llegar al precio que fuere. Recuerdo también que el gran gurú epidemiológico del Gobierno, Fernando Simón, aseguró que en España no habría «más allá de algún caso». Fallecieron 122.000 españoles y se infectaron decenas de millones. Y ni Sánchez dimitió ni a Simón lo dimitieron. Ahí continúan los dos más chulos que un ocho, como si les importase un pito el mal causado. Todo un ejemplo de diabólica resiliencia.

La izquierda se aplica sistemáticamente la máxima napoleónica: «Con los míos he de estar siempre, con razón o sin ella». A mí esta filosofía vital me parece repugnante. Si los tuyos han acertado, sitúas el pulgar hacia arriba; si la han pifiado, lo diriges al suelo. Pero no puedes decretar el fusilamiento de uno de los tuyos si hay otros con más culpa o, cuando menos, no antes de haber señalado a los que van antes que él en el escalafón. Si la derechita tontita y cainita quiere seccionar la cabeza de Carlos Mazón, que lo haga, está en su derecho, faltaría más, pero por coherencia deberían ir en orden: de más a menos responsabilidad. Y Pedro Sánchez, Teresa Ribera, María José Rallo y Miguel Polo acumulan ya bastantes más motivos para ser señalados que el todavía president de la Generalitat. Si el PP cede finalmente a la tentación de moverle la silla a Mazón, acabarán dando la razón a la pinochesca izquierda y tendrán que olvidarse de repetir victoria en la Comunidad Valenciana en 20 años. Y sin Castellón, Valencia y Alicante ganar España es física y metafísicamente imposible. Que no se equivoquen.

PD.- Por cierto: ¿dónde está María José Catalá? ¿Por qué ha rehuido el contacto y la solidaridad con Carlos Mazón desde el 29-O? ¿Acaso porque quiere permanecer inmaculada para heredarle? Cuidado, alcaldesa, porque quien a hierro mata, a hierro muere.