El coste de oportunidad de ser presidente
“No queremos una España de rojos y azules. No queremos una España de vencedores y vencidos”. Posiblemente recuerden estas palabras, pues ha sido uno de los mantras más repetidos en mítines, ruedas de prensa y entrevistas por parte de uno de los líderes políticos del momento. Un relato mediante el que dilapidar la lógica bipartidista y reivindicar la imperiosa necesidad de un partido de centro en España, el partido del pacto, con capacidad de negociación y consenso con el diferente, que privilegiara el interés ciudadano por encima del interés partidista y rompiera con el sectarismo de bloques.
Ciudadanos (Ciutadans en aquel entonces) nació en Cataluña en 2006 como partido atrapalotodo; aglutinador de sensibilidades frente a un sentir independentista al que había que combatir. En 2014-2015, comenzó la expansión a nivel nacional: la maravilla de “¡La España ciudadana!”. Sin embargo, una vez abrazaron las instituciones, el giro ideológico y el reposicionamiento de partido y candidatos, en aras de consolidarse y ganar representación, fue una constante. En efecto, una identidad líquida, tan líquida y cambiante que, a ojos de una parte del electorado, bien podríamos decir que hoy ya no les reconoce ni la madre que los parió, con el permiso del Sr. Guerra, claro.
Y es que, si primero se desprendieron de la etiqueta de “socialdemócratas” en una “tensa” asamblea general, allá por febrero de 2017, en la que se llegó a acusar a la dirección de querer “derechizar el partido”, con una declaración de principios que definió a la formación como “liberal, progresista, demócrata y constitucionalista” … hace unos días perdían además (al menos en lo discursivo) el apelativo de “progresistas”.
El bloqueo ante cualquier posible acuerdo de investidura con el PSOE, amparados en el falaz y extenuante argumento de un pacto latente de Sánchez con los independentistas para “romper España”, junto a la no exclusión tácita de la extrema derecha para la configuración del próximo Ejecutivo, escora completamente al partido naranja en el ala más conservadora del imaginario colectivo y dificulta su viaje de vuelta al centro ideológico.
Una estrategia perfectamente legítima para ostentar el liderazgo del bloque derecha, sí, pero que ataca al corazón de sus esencias (“cultura de pacto y negociación”), dinamita el relato de la lista más votada, menosprecia marcadamente el carácter constitucionalista, avalado por el devenir de la historia, del partido más antiguo del arco parlamentario y cede la agenda de España a una derecha extrema. La pregunta es: ¿Por qué no anuncia Ciudadanos, en lugar del veto al PSOE, su apoyo y disposición para evitar que el futuro gobierno de España, sea del color que sea, no dependa de los nacionalistas?
Sin embargo, no es el caos ideológico en su ideario lo único que Rivera está dispuesto a asumir en su batalla por llegar a la Moncloa. Consciente de lo arduo del camino, busca jugar todo a una carta con el objetivo de optimizar sus posibilidades, y hace unos días fichaba a la líder de la oposición en Cataluña para forzar su salto a la política nacional, comprometiendo también así las opciones de la formación en el territorio catalán.
Arrimadas representa el súper liderazgo en una arena especialmente árida que, como hemos dicho antes, goza de unas particularidades muy concretas. No resulta sencillo no caer en la irrelevancia ni resistir el desgaste de la retórica independentista en un clima de tensión política y social de tamaña envergadura. Sin embargo, la jerezana ha demostrado una habilidad magistral para encarar la afrenta independentista. Buena prueba de ello fueron los resultados arrojados en los comicios del 21 de diciembre de 2017, donde C’s se convirtió en el partido más votado (en votos y escaños), con una victoria memorable en la historia de la formación.
Victoria que esboza una tendencia y que, de haber seguido como cara fuerte y visible al frente de la Oposición, quizá hubiera conducido a la normalización de la situación en Cataluña a través de la consecución, más pronto que tarde, de un gobierno constitucionalista. Un gobierno constitucionalista nacido en las urnas, sin necesidad de aspavientos ni de incendiarias batallas dialécticas sobre la aplicación del tormentoso 155. Sin embargo, como viene siendo habitual, la agenda de los tiempos en política no suele casar bien con estrategias a medio y largo plazo. Una pena.
Arrimadas ha reiterado en sendas entrevistas que ellos saben dónde están sus prioridades y que “los postulados de Vox son cosa de Vox”. Sin embargo, ella sabe perfectamente que, en un parlamento cada vez más fragmentado, las minorías son cada vez más determinantes para la gobernabilidad y, por ende, se amplía su capacidad de influencia. Recuerden los logros de formaciones como Coalición Canarias, Nueva Canarias o el PNV durante la etapa Rajoy. La pregunta es: ¿Perderá fuerza el relato de confrontación contra el separatismo en favor de una retórica contra un gobierno de involución social del que C’s pudiera ser parte y cómplice?
Por último, en el plano europeo, si finalmente C’s cumpliera con el veto prometido al PSOE y los resultados posibilitasen un gobierno en solitario o en coalición con el PP (replicando el pacto andalucista), la formación tendría que explicarle al tercer grupo con mayor representación de la Eurocámara (ALDE, en el que se encuentran integrados) lo pactado con Vox para lograr su abstención o su apoyo en España. Al fin y al cabo, en un gobierno regional, los ecos de la vergüenza se quedan en casa, pero cuando la cosa afecta al Ejecutivo central, amplificar el impacto del escándalo es mucho más sencillo. En Europa lo tienen claro. La pregunta es: ¿Cómo justificaría C’s un acuerdo así, con una extrema derecha como protagonista, cuando un mes después del 28A se ve abocado a persuadir a su electorado de las bondades de la Unión?
Con este trasfondo, desestigmatizar y disociar “la marca C’s” de la retórica de las tres derechas, “la trifálica” o la foto de Colón no va a ser tarea fácil. Daniel Kanehman, psicólogo y Premio Nobel de Economía, decía que, en política, un buen líder es el que logra que la confianza colectiva en decisiones a largo plazo se imponga sobre la incertidumbre a corto plazo. El coste de oportunidad de ser presidente para Rivera es alto; su estrategia, arriesgada. El próximo martes se disuelven las Cortes. Veremos cómo se desarrolla la campaña.
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