El ‘extremista’ Lieberman, nuevo ministro de Defensa israelí, ahora dice «sí a un Estado palestino»
Avigdor Lieberman ha asumido este lunes su cargo como nuevo ministro de Defensa de Israel. El regreso de su partido político, Israel Beitenu (Israel Es Nuestro Hogar) a la coalición de Gobierno 12 meses después ha sido recibido con unanimidad. Todos lo rechazan: la oposición laborista, la Autoridad Palestina (ANP), y hasta Estados Unidos ha mostrado su prevención. Lieberman se fue acusando a Netanyahu de crear un Gobierno oportunista y blando, pues él siempre se ha mostrado partidario de la segregación entre israelíes judíos y árabes, reside en una colonia en territorio cisjordano junto a Belén, y se ha jactado públicamente de que él solucionaría el conflicto con los palestinos «como Putin hizo en Chechenia».
Pero ahora se presenta con otra cara. Ahora ha aparcado su proyecto de ley para instaurar la pena de muerte contra los terroristas palestinos e incluso dice defender la solución de los dos Estados para acabar con la eterna guerra israelo-palestina. Es más, Lieberman celebra la iniciativa del presidente egipcio, Abdelfatah Al Sisi, para volver a sentar a las dos partes a reiniciar las conversaciones de paz.
«Lo más importante para mí es la seguridad de mis compatriotas israelíes», repite hasta la saciedad Lieberman. Pero ése es un mantra ya instalado en la clase política del único país con un sistema democrático en Oriente Próximo, pues no hay líder que pretenda hacer carrera fuera de esa idea, al fin y al cabo, real y necesaria: Israel está acosado por todos sus vecinos, que lo querrían borrar del mapa. Probablemente, hasta Jordania y Egipto, que si mantienen acuerdos de paz con el país de los judíos es por la lección aprendida en aquellos seis días de 1967.
Además, bajo la defensa a ultranza de la «seguridad de los israelíes» caben todas las políticas: las más agresivas y las más pactistas. ¿Quién puede negar que negociar la paz con la ANP es defender la seguridad de los israelíes? ¿Quién puede asegurar que atacar con cazabombarderos las posiciones de el grupo islamista Hamas no es defender la integridad de los habitantes de Israel?
En Israel todo cabe bajo el mismo eslogan. Porque todos tienen razón, o sus razones. «Este conflicto con los palestinos nunca se va a solucionar», asegura un líder de los asentamientos en el territorio de Cisjordania. «Y no se va a solucionar porque los dos, ellos y nosotros, tenemos razón. Para los dos ésta es nuestra tierra sagrada». Visto así, sólo queda asentir. Y entonces añade el colono: «Pero es que ellos perdieron la guerra». Un argumento imbatible. Como el Ejército de Israel.
Claro que hay voces que defienden el diálogo, y no sólo oportunistas como ahora Lieberman. Sino como postura política dentro de la propia Knesset (Parlamento israelí en la capital, Jerusalén). Lo que pasa es que formar mayorías de gobierno en el país de los judíos es lo más parecido a un sudoku en su categoría infierno.
El propio primer ministro, Benjamin Netanyahu, defiende la solución de los dos Estados formalmente. Es imposible no hacerlo si uno de verdad desea ganar unas elecciones en Israel. Pero, como es imposible cosechar todos los votos potenciales de la derecha siendo inequívoco en esa postura, dos días antes de la última cita electoral de marzo de 2015, Bibi –lleva tantos años en el poder que los israelíes ya lo llaman con el diminutivo que recibe en casa– dio por acabada esa vía. «No habrá dos Estados, desear eso es alimentar a los extremistas», dijo en el cierre de campaña. Una vez proclamada su victoria con 30 escaños, rectificó sin empacharse: «No quiero un solución con un solo Estado, quiero una con dos Estados y que sea sostenible, pero las circunstancias aún tienen que cambiar para que eso sea posible».
Un sistema político difícil
El sistema democrático de Israel es curioso. Formalmente, parece el ideal de los que abogan por la pureza proporcional de ‘un votante, un voto’, pero en realidad es un galimatías. Sólo hay una cámara legislativa, con 120 escaños, y se reparten todos de manera proporcional según los apoyos obtenidos.
Parece el paraíso de quienes abogan por una política de pactos, de diálogo, de acuerdos sociales. Pero en un país con tantos grupos sociales diferenciados (ortodoxos, laicos, árabes, cristianos….) y tantas procedencias (judíos eslavos, latinoamericanos, sefardíes, etíopes…), con grupos de intereses cruzados (el Ejército, los colonos…), todos tienen su partido político propio, y todos hacen su lobby, y todos tienen sus votos, sus diputados y su pequeñito poder. Así, es imposible un Gobierno no ya monocolor, sino uno formado por una coalición coherente.
Este lunes, el actual Ejecutivo de Benjamin Netanyahu ha cambiado sus contrapesos. Algunos ministros centristas han abandonado el Gobierno «asqueados» por la entrada del «extremista». Y los palestinos ya han advertido de que la llegada de Avigdor Lieberman al Ministerio de Defensa «demuestra la radicalización del ocupante [Israel] y su nulo interés por una salida negociada al conflicto».
Una cosa no han aprendido aún los políticos de la ANP en estas siete décadas de convivencia con los judíos. Y es que, después del Holocausto, como se repite en las escuelas israelíes y se respira en cualquier calle del país, «el pueblo judío defenderá siempre primero su interés». Y eso, a veces, significa defender hoy una cosa y mañana la contraria. Netanyahu es experto en hacerlo. Quizá por eso, uniendo sus dos mandatos, lleva ya una década como primer ministro y hasta sus rivales lo ven tan inevitable que acaban entrando en su Ejecutivo para tocar poder.
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