Tic, tac, la bomba de relojería de la deuda que puede echar a Sánchez de La Moncloa
Sánchez aboca a España a una nueva crisis de deuda con su política de gasto desmadrado
Las pensiones se le van de las manos a Escrivá: la deuda de la Seguridad Social se dispara el 33,4%
España está sentada encima de una bomba de relojería a la que casi nadie presta atención pero que tarde o temprano estallará: la deuda pública, que está desbocada, marcó en junio máximo histórico en el 122,1% del PIB. Y ese estallido, cuyo momento depende del BCE (Banco Central Europeo), puede llevarse por delante a Pedro Sánchez si no afina bien el momento de convocar las próximas elecciones.
La deuda total de España alcanza 1,42 billones (españoles, no americanos; o sea, 1,42 millones de millones) de euros, lo que implica que cada habitante de nuestro país debe unos 30.000 euros. Una auténtica bestialidad que hipoteca nuestro futuro. Y sigue creciendo a pesar de que los ingresos por impuestos ya están por encima de los de 2019, según la Agencia Tributaria. Esto es, gastamos tanto que no basta con el crecimiento de los ingresos y hay que endeudarse aún más para financiarlo.
La segunda y más importante es que el BCE nos compra el grueso de la deuda pública (o lo hacen los inversores con la garantía de que el BCE se la comprará a ellos). Mario Draghi inició está política de compra de activos para evitar más recesiones y fortalecer el euro tras la crisis de 2012, y se ha incrementado con el covid. Esto explica que España se esté financiando a coste cero o incluso a tipos negativos -sí, nos pagan por prestarnos dinero en vez de cobrarnos-. Una aberración que mantiene anestesiado a todo el mundo en un sueño del que, tarde o temprano, despertaremos.
¿Vamos a una crisis de deuda como la de 2012?
Respecto a la primera razón, la UE ya está pidiendo a los países planes para volver a la senda de reducción de déficit tras el déficit extraordinario del covid por el gasto sanitario, los subsidios y las ayudas públicas (que en España han sido bastante inferiores a las de los países de nuestro entorno, aunque justo es reconocer que los ERTE han sido un gran acierto), así como por el desplome de los ingresos en 2020. Sánchez ha toreado este año esta exigencia, igual que las de reformar las pensiones -ojo que la deuda de la Seguridad Social se ha disparado el 33,4% este año- o el mercado laboral, y Bruselas ha mirado para otro lado. Pero es muy dudoso que haga lo mismo en 2022; tiene bastante más pinta de que será el momento de que pongan las peras al cuarto a España.
La segunda es la verdaderamente decisiva. Y ya empieza a haber movimientos. En Estados Unidos, que siempre anticipa los movimientos en Europa, la Reserva Federal ya se está planteando seriamente dejar de comprar bonos y es probable que ponga en marcha su estrategia de salida (tapering) antes de fin de año. Lo cual presionará a la actual presidenta del BCE, Christine Lagarde, para que empiece a hacer lo mismo el próximo año, aunque sea muy gradualmente. Además, los ‘halcones’ de los países centrales del euro están hartos del evidente efecto perverso que tiene esta política de incentivar el endeudamiento excesivo del Gobierno español, dado que «es gratis». Y el que venga detrás, que arree.
Los bancos centrales anestesian y dirigen los mercados, pero cuando estos se revolucionan, no hay quien los controle. Deberíamos tener en la memoria lo ocurrido en 2012, cuando el elevado endeudamiento heredado por Mariano Rajoy del Gobierno de Zapatero y, sobre todo, la ocultación del agujero de las cajas de ahorros provocaron una desconfianza absoluta del mercado en España, que disparó el diferencial de nuestro bono respecto al alemán (la prima de riesgo de invertir en España) por encima de 6 puntos porcentuales.
Hilar fino con la fecha de las elecciones
Esta crisis estuvo a punto de provocar nuestra expulsión del euro, algo que habría sido devastador para nuestro país. Para calmar a los mercados, hicieron falta la famosa intervención del entonces presidente de Draghi , el «whatever it takes» para defender el euro (este hombre debería tener una estatua por salvar a España) y el rescate de España con 41.000 millones de fondos europeos para tapar el boquete del sector financiero.
Ahora nos estamos jugando una crisis similar, que probablemente acabaría con el Gobierno de Pedro Sánchez. Principalmente, por el ajuste de caballo al que nos obligarían para seguir en el euro si las cosas se ponen muy feas en los mercados. Nuestro presidente quiere convocar elecciones para asegurarse la reelección antes de que eso pueda ocurrir y de que la UE le ponga firme y le obligue a hacer reformas que no gustan nada a su parroquia ni a la de sus socios de Gobierno, lo que hundiría sus apoyos.
De ahí que sea casi imposible que agote la legislatura y llame a las urnas en enero de 2024 como sostienen algunos. De hecho, en el Ibex se estimaba que las elecciones serían este mismo otoño para evitar riesgos, pero el bombazo de Díaz Ayuso en Madrid y el desplome de la popularidad del Gobierno por la gestión de la pandemia las han aplazado. Pero pocos creen que Sánchez pueda evitar los comicios el próximo año si no quiere que le pille el toro. Las encuestas van a tener un papel fundamental.
Puede que el tiro de los fondos europeos le salga por la culata
El as en la manga de nuestro presidente es el maná de los fondos europeos, en especial los 72.000 millones a fondo perdido que no hay que devolver. Cree que eso le va a permitir seguir gastando a manos llenas en sus prioridades políticas sin necesidad de endeudarse más. De ahí que quiera tener un poder absoluto sobre su reparto, con las comunidades autónomas como meras gestoras de la entrega, y que rechace cualquier control o fiscalización.
Pero la UE está mosqueada con la merienda de negros que se teme, con razón. Así que es muy probable que le imponga controles sobre el destino de los fondos y que mire con lupa los proyectos que se van a financiar. Es decir, que corte las alas a Sánchez y empeore todavía más su situación. Al presidente le quedan dos salidas para evitar la catástrofe: subir los impuestos -cosa que ya ha dicho que piensa hacer, pero que tampoco va a ser tan fácil- o reducir el enorme gasto improductivo. Pero esto último no se lo plantea un socialista de pro, y menos si su estancia en el poder depende de varios partidos comunistas.
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