El plan de recuperación de Sánchez: un catálogo de frases huecas pero útiles a la propaganda oficial
Desde hace cinco años, el tipo de interés de referencia del Banco Central Europeo (BCE) es 0%. Al mismo tiempo, la autoridad monetaria ha ido mucho más allá que en cualquier otro momento de la historia para impulsar el crédito, dando facilidades a los bancos y comprando títulos de deuda en el mercado secundario. En ese mismo período, caracterizado por abundante liquidez y crédito baratísimo, las empresas españolas han emitido, en términos netos, unos 46.000 millones de euros en bonos, a los que se suma una cantidad semejante en crédito bancario a los sectores agropecuario, industrial, comercial, del transporte y la hostelería.
Es difícil pensar que haya quedado algún buen proyecto sin financiar. Más aún: dado los tipos de interés artificialmente bajos, es muy probable que se haya dado crédito incluso para proyectos antieconómicos, que en una situación normal no podrían haberse realizado.
Sin embargo, el ampuloso ‘Plan de recuperación, transformación y resiliencia’ pretende convencernos de que el sector público español ha sido capaz de encontrar proyectos de inversión rentables por 70.000 millones de euros (nótese que es la mitad de los ‘140.000 millones’ de los que todos hablan). Sería algo sorprendente: no sólo porque, dada la abundancia de crédito barato, difícilmente los bancos hayan dejado escapar algún proyecto prometedor, sino porque el sector público no tiene ningún incentivo para encontrar buenos proyectos.
La lectura del Plan despeja las dudas: se trata de un catálogo de frases huecas, pero útiles a la propaganda oficial («transición ecológica», «transformación digital», «crecimiento sostenible», «digitalización humanista», «resiliencia sanitaria», «resiliencia económica» -todo es «resiliente» en el universo sanchista-, etc.), con las que se ponen títulos a un número de obras públicas que satisfacen los sesgos y fobias de los socialistas de todos los partidos.
Se habla de «economía circular», «descarbonización», «modernización» y cosas similares, pero no se entiende por qué el crecimiento potencial de la economía aumentará con este Plan. No se entiende por qué esas obras públicas desatarán un crecimiento «rico en creación de empleos de calidad». No se entiende cómo crecerán y se internacionalizarán las pymes. No se entienden muchas cosas más.
No se entiende nada de eso porque no se habla de remover las causas de los problemas estructurales de la economía española: normas que penalizan el crecimiento de las empresas, legislación laboral mejorable, mercado interior fracturado por normativas autonómicas, multiplicación de regulaciones e impuestos, sobredimensionamiento del aparato estatal, déficit público desbocado, deuda pública excesiva, presión tributaria alta y creciente, y un largo etcétera.
Leyendo este Plan, pareciera que Pedro Sánchez ha sido el presidente más reformista de la historia. El truco (siempre hay algún truco con Sánchez) es que llama «reformas» a cosas que no lo son. Por ejemplo, llama «reformas» a la Ley Celaá («reforma educativa»), a las subidas de impuestos («modernización del sistema fiscal») y al Ingreso Mínimo Vital (IMV).
Sin límite para la exageración, el Gobierno se jacta de fomentar el «uso del español en el ámbito de la inteligencia artificial», cuando ni siquiera puede usarse con libertad en muchas aulas y patios de escuelas. Se habla de «mejorar el clima de negocios», cuando Sánchez es sostenido por comunistas y separatistas, es decir, lo opuesto a las necesarias estabilidad y defensa del derecho de propiedad que requiere el mundo de la empresa para prosperar.
El Plan presentado por Sánchez es como el ‘Plan E’ de Zapatero, pero «a lo bestia». Y los resultados que cabe esperar, similares. Como Sánchez está mucho mejor asesorado en materia de marketing, ha hecho creer a muchos que estamos frente a un hito. Pero no es más que un plan de gasto público que, como siempre, tendrá algunos «ganadores» y muchos perdedores: todos los que de manera directa e indirecta sufrirán la subida de impuestos que justificarán con nuevos engaños. Lo único que podemos esperar de los fondos europeos es que se entreguen a cambio de auténticas reformas. Si no, estaremos dando duros a cuatro pesetas.
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