El Real Madrid de Tavares, de Chus Mateo y los tres veteranos guardianes, de las remontadas históricas, de las hazañas imprevisibles, llega a su última frontera: la final de la Euroliga. La franquea un viejo conocido, un rival peligroso y experimentado, el mejor equipo de la liga regular, otro hábil remontador, el Olympiacos. Y como escenario, el majestuoso Zalgirio Arena de Kaunas, diseñado por y para el baloncesto en una ciudad plagada de canastas, imposible ver una portería. Un cartel inmejorable para designar al heredero del Anadolu Efes.
Sexta final europea en diez años para el Real Madrid, sin perder el sitio al que lo acostumbró Pablo Laso, su testigo en manos de Chus Mateo, muerto y casi enterrado hace tres semanas, y que ahora por fin sonríe, feliz por el silencio que ha provocado a su alrededor a base de cerrar bocas. Paso al club más laureado de Europa, diez títulos le contemplan, a 40 minutos del undécimo, igual que hace un año en Belgrado, cuando se ahogó en la orilla por un solo punto.
Sin Deck, sin Yabusele, sin Poirier, pero con los Sergios, renacido Rodríguez y picante Llull, y Rudy Fernández, que se ríe cuando le preguntan cómo se encuentra físicamente. Pues muy tocado a sus 38 años, pero volando por los aires a por cada pelota suelta con la fe de un cadete. Y de regalo, un mate en semifinales contra el Barça.
Tavares y el resto
Pero sobre todo, con Tavares, el monstruo del baloncesto europeo, tan buenazo fuera de la cancha como feroz cuando ocupa su sito favorito, bien cerquita del aro. El jugador más determinante de la Euroliga, en plena madurez a sus 31 años, cada vez más ajeno a los golpes que los rivales esparcen a su alrededor tratando de sacarle del partido. El factor desequilibrante de la balanza.
Enfrente otro equipo experimentado, talentoso y perro cuando hace falta, plagado de ex del Barcelona que conocen bien la entidad del Madrid: el entrenador Georgios Bartzokas, el MVP Sasha Vezenkov, Kostas Papanikolaou. Un rival que firmó su propia remontada en semifinales contra el Monaco y que lleva una década persiguiendo su cuarta Copa de Europa, dos finales perdidas desde entonces. Dos gigantes hambrientos. Solo puede saciarse uno.