Un Madrid impotente irrita al Bernabéu
Era un derbi de mentirijillas, con dos pardillos peléandose por la reina del baile, decidida ya a marcharse con otro. Un derbi afeitado. Un derbi descafeinado. Un derbi de salón. Un derbi de consolación. Pero un derbi a fin de cuentas. Pasara lo que pasara en el Bernabéu, iba a ganar el Barça.
En los onces iniciales había menos sorpresas que en el final de Titanic. Ambos equipos jugaban con las cartas boca arriba. El Madrid quería ser torero y al Atlético tanto le daba ser toro. Zidane, sin Marcelo ni Bale, ponía a sus jugadores más talentosos sobre el campo, quién sabe si el mejor equipo posible, con mucha imaginación y poco músculo. Simeone, por su parte, optaba por repoblar el mediocampo con cuatro centrocampistas de oficio –Gabi, Augusto, Koke y Saúl– para incomodar la salida del balón de los blancos.
El ambiente del Bernabéu era gélido como el castillo de Frozen. Las gradas lucían un manto de bufandas, mientras nubes negras venidas de Mordor dibujaban la cúpula del estadio y soplaba un viento desapacible, ideal para hacer kitesurf en Tarifa, molesto para jugar al fútbol. Pitaba Clos, árbitro de infausto recuerdo para el madridismo, y arrancaba el derbi.
Apretaba muy arriba el Atlético de salida, pero el Madrid respondió en la primera jugada con una maniobra de Benzema que culminó en un disparo picudo de Cristiano a los 40 segundos. Los de Simeone siguieron a lo suyo: presionar y, si no se podía robar, interrumpir. Porque el Atlético es como Steven Seagal: inexpresivo en su juego, pero siempre firme y dispuesto a liarse a mamporros cuando el guión lo exige.
El Madrid cae en la emboscada
El Madrid no se arrugaba y corría en busca de la portería de Oblak. Respondió el Atlético alcanzando el primer córner del derbi y con un disparo lejano de Augusto que se marchó a la izquierda del portal de Keylor Navas. Las emboscadas de los de Simeone empezaban a mermar el juego de ataque de los blancos. Desaparecidos Isco y James, el Madrid se quedaba sin juego entre lineas y topaba una y otra vez con el sudoku táctico rojiblanco.
Y así se pasaron los primeros 20 minutos, con más pizarra que fútbol. Ni un regate, ni un pase filtrado, ni una pared, ni un dos contra uno en banda, ni un centro de los laterales. Nada de nada. Un saque de banda con mucha pillería de Cristiano para Benzema desembocó en una amarilla para Godín, que era casi naranja porque era el último defensor. El misil de Cristiano lo rechazó con las muñecas Oblak y en la jugada posterior un tiro cruzado de Benzema acabó en córner, aunque Clos pitó saque de puerta.
Era un derbi tartamudo, con un fútbol entrecortado y sin cobertura, lleno de interrupciones. Un partido serio, soso y sin pegada, como Rajoy. A los 40 minutos llegó la mejor ocasión, que salió de un disparo lejano de Griezmann, que desvió a córner Keylor con un vuelo de póster. Y de nuevo el costarricense evitó el gol del Atlético en un tiro abajo de Juanfran, que se envenenó tras tocar en Varane. Y con el Real Madrid casi pidiendo la hora, se asomó el descanso al Bernabéu.
Zidane tira del niño Mayoral
Tras el entreacto había un cambio editorial en el Real Madrid. Borja Mayoral entraba por Benzema. Un mensaje de presente y, sobre todo, de futuro. Un chico de 18 años en el que el club blanco tiene puestas muchas, pero que muchas esperanzas. Y a los dos minutos tuvo Cristiano el primero en sus pies. El luso se equivocó, primero porque no vio solo a Mayoral en el segundo palo y después porque su disparo se marchó cruzado. El Madrid había salido con otros bríos.
Pero en una contra el Atlético encauzó el derbi. Griezmann condujo la pelota sin que nadie le encimara. Reculaban Varane, Ramos y Carvajal esperando en vano que algún compañero les ayudara. El galo abrió para la incorporación de Filipe Luis, que se la devolvió de primeras y Griezmann, a un toque, batió por bajo a Keylor. El Bernabéu empezaba a irritarse. Un James lento y torpón empezó a ser el blanco de las iras del madridismo.
Zidane optó por quitar al colombiano, despedido por el Bernabéu con cumbia de viento. Algunos pocos se giraban al palco, como si Florentino tuviera que salir a sacar los córners o a marcar un penalti. El desaguisado del césped no parecía culpa del presidente, porque cuando el circo no funciona la culpa no es del que construye la carpa sino de los payasos.
El Bernabéu se irrita… con razón
Con un Madrid plagado de muertos vivientes, Keylor evitó el segundo al salir a los pies de Saúl. El Bernabéu se había convertido en una junta de vecinos, con todo el mundo dando voces contra todos. Un cabezado de Cristiano que atrapó cómodo Oblak fue la timorata respuesta del Madrid al mosqueo generalizado de su gente. El derbi empezó a parecerse al PP de Valencia: un auténtico caos.
A la media hora, Clos hizo de las suyas al taparse los ojos en un claro penalti de Gabi sobre Danilo. El público estaba tan enfadado con su equipo que ni siquiera lo protestó. El Madrid, con arreoncitos, encerraba a un Atlético que empezaba a utilizar la táctica del murciélago. Se echaba en falta el carácter de un Xabi Alonso, el desborde de un Di María y el corazón de un Higuaín, por no remontarnos al pleistoceno del espíritu de Juanito.
Pasaban los minutos y el Madrid era la exaltación de la impotencia. Un equipo incapaz de crear peligro, romo, previsible, atascado, lento, frustrado. Un equipito con todas las letras. Lo intentaba, sí, para qué negarlo, pero sus intentos eran un continuo fracaso. Al Atlético le bastaba con sacar su lado más aguerrido, y un poquito macarra, para sujetar el derbi. Parte del Bernabéu la tomaba otra vez con Florentino, otros se marchaban a su casa hartos de un equipo sin alma mientras el señor de la megafonía estaba listo para poner el himno a todo volumen.
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