Fernando Alonso se aburre de la Fórmula 1
Se retorció entre una sonrisa incierta, reflejado en un cielo artificial de luces que explotaba en Abu Dhabi, tras una temporada anclado en esa incómoda zona de la nada. La nada más Ferrari, dos conceptos antónimos, que encontraban una unión paradójica en las cloacas híbridas, como Puigdemont besando una bandera española. Fernando Alonso, 2014, luciendo todavía el traje rojo, entonaba entre flashes que lo mejor estaba por llegar: McLaren-Honda. No sabía lo que decía.
Tres años de esperanzas rotas, resquebrajadas en una promesa que, como la llegada del lobo en el cuento, siempre tardaba un poco más. La excepción con la historieta es que Honda nunca llegó a una villa dominada por Mercedes, peleada por Ferrari, y merodeada por Red Bull. La Fórmula 1 ha ido languideciendo entre V6 Turbos, de ingeniería barroca, convirtiendo este circo con un Oktoberfest aburrido: sólo lo disfrutan los alemanes.
Fernando Alonso se convirtió en un creyente a ciegas, forjando una fe artificial en un proyecto que gozaba de la misma fiabilidad que la de un trilero. Se hundían entre un humo espeso de palabras que prometían podios, victorias y, en la fase más avanzada de cretinismo, Honda hablaba de campeonatos. El tercer año fue definitivo para volver nihilista al bicampeón: McLaren no iba a competir con los nipones.
Fernando Alonso, a por la Triple Corona
El sopor producido por la falta de emoción en el campeonato y, sobre todo, por la incapacidad técnica de Honda para colocar su unidad de potencia al nivel de sus rivales, mutaron el pensamiento de Fernando Alonso: o tricampeón… o Triple Corona. Con el GP de Mónaco ya en su haber, 2006 con Renault y 2007 con McLaren, ‘sólo’ necesitaría de las 500 Millas de Indianápolis y las 24 Horas de Le Mans para completar la gesta del automovilismo. Una hazaña que ya inició la pasada temporada con su presencia en la prueba estadounidense.
Allí, diminuto entre la inmensidad del Indianápolis Speedway, nervioso, exiguo de experiencia, pero imparable en el asfalto. Agonizó su motor por la victoria hasta el colapso por duplicado de Honda: rotura también en la Indy. Un final inmerecido, frío, pero sin las trazas de tragedia de la Fórmula 1: volvió a sentirse vivo. Una adrenalina desconocida para el asturiano desde 2012, la última vez que compitió por un Mundial de F1. Y eso no lo ha olvidado.
La primera piedra para volver a divertirse en su competición por antonomasia, la F1, ha sido poner fin a la relación contractual de McLaren con Honda: en 2018 su motor cantará La vie en Rose. Renault regresa de forma implícita, sólo unidad de potencia, a la vida de Fernando Alonso. Sin la vanidad nipona, intentarán retener al talento, que lleva mucho tiempo aburrido en la Fórmula 1. Si el infortunio mecánico no llega a su fin, y el monoplaza no es competitivo, 2018 puede ser su último año por los grandes premios.
Pero esta vez Alonso guarda un plan B: el Mundial de Resistencia. Si no hay tricampeonato, habrá Triple Corona. Tras el intento pasado en las 500 Millas de Indianápolis, este año toca 24 Horas de Le Mans, de la mano de Toyota Gazoo Racing. Y no sólo eso: con Daytona ya a sus espaldas, disputará el resto del WEC, salvo una prueba, coincidente con el GP de Japón de F1.
El lienzo bocetado por Fernando Alonso establece un proyecto con perspectiva, buscando una retirada cercana en la Fórmula 1, pero lejos de producirse en el automovilismo. Un animal competitivo que quiere dejar de ser domesticado por normativas impredecibles, promesas vacías y motores rotos. Continúa implacable en su constante pelea contra un sino demoledor en los años recientes. Con el talento intacto, la moral en ascenso y la esperanza de que, por fin, sus mil y un sueños de victorias tengan piel y huesos.
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