La diferencia entre ser Oscar Tusquets y no serlo
Siempre me he preguntado cómo consigue Oscar Tusquets plasmar sus reflexiones personales en un libro y que me interesen. Bueno, no sólo a mí, sino a todo aquel que se acerca a este lenguaraz arquitecto catalán que lanzó una llamada de SOS cuando se desató el drama del ‘procés’ al recoger un premio. Ya no ha querido hablar más de aquello, pedí una entrevista con él, sin embargo, amablemente me dijo que prefería no decir nada más. Bastante dijo, de todos modos.
Desde que leo a este hombre he querido ser su amiga. Casi del mismo modo y con la misma intensidad que me hubiera gustado ser amiga de Lola Flores, Paco Umbral, Fernando Fernán Gómez o María Dolores Pradera. Me divierten estos personajes, me enloquece esa espontaneidad con la que cuentan cosas que –a priori– parecen muy simples, pero –maldita sea– ¡no lo son!
El primer libro que compré de Tusquets fue ‘Mas que discutible’. Estudiaba primero de Historia del Arte y la mayor parte de lo que decía me sonaba a cuentos de la China popular. Ahora, pasados los años, aprecio su fina ironía y la lengua tan poco calva que se gasta. Imagino que ahora le entiendo mejor que con 18 tiernos años. Antes de cerrar el año ha publicado ‘Pasando a limpio’ en la editorial Acantilado –uno de los sellos que más me gusta junto con Círculo de Tiza–. Un libro en el que, de nuevo, como es habitual en él, nada tiene un hilo conductor, nada está ordenado, pero qué importa. Es un libro divertidísimo porque está escrito por un verdadero ‘hater ocasional’ y yo amo profundamente a los ‘odiadores ocasionales’.
Habla de arte, de cocina de vanguardia, de Ikea, de la muerte, defiende la comodidad de Benidorm e, incluso, son motivo de crítica los carteles de los baños en los locales de moda donde, de tan vanguardistas e innovadores que quieren ser en sus pictogramas –“confusos chirimbolos”, según Tusquets–, uno no sabe cual es su habitáculo para sacarse el pito y miccionar. “César Manrique, el gran paisajista de Lanzarote, cogió el toro por los cuernos y eliminó cualquier posibilidad de error: en el acceso de una de sus instalaciones, esquematizó unas tetas, y en la otra, un pene con sus testículos”, relata.
Sólo Tusquets, un burgués de la Gauche Divine –gracias Jordi Corominas por hablar más de estos personajes catalanes anárquicos de alto nivel– con excelsas dosis de sentido del humor, podría explicar con tanta delicadeza la emoción que le supuso visitar la Casa Malaparte –al sur de Capri– gracias a la amistad que había surgido entre Beatriz de Moura, de Tusquets Editores, con Alessia Rositani Suckert, la esposa de un sobrino nieto de Curzio Malaparte, y, sólo unas páginas más tarde hacer una oda sin paragón de la ciudad de Benidorm. El zarandeo al que te expone Tusquets es terrible, nunca sabes cuan sofisticado es, ni cuan pícaro es.
La historia de Ikea es simplemente desternillante. No porque como arquitecto critique el diseño, el precio o el follón de montar un mueble de la compañía sueca, no, sino porque a él, como a todo hijo de vecino, por mucha Gauche Divine a la que haya pertenecido, también Ikea le parece el infierno en la tierra porque no se puede escapar más que por una puerta de emergencia en el recorrido de los expositores como si de la Casa del Terror del Parque de Atracciones de Madrid se tratara. Sólo unos pocos arrepentidos han suplicado salir por esa puerta. Bien, pues la esposa de Tusquets ha sido una de ellas, la pareja dejó en el laberinto ‘ikeniano’ a los niños y una amiga de éstos porque no tenía pérdida y al final, contra todo pronóstico, les llamaron por megafonía como cuando alguien pierde las llaves del coche en una verbena popular y la de la orquesta lo anuncia por el micro como si cantara ‘La ventanita del amor’.
Sólo Tusquets podría dedicar un capítulo a lo hortera que es ahora llevar mucho equipaje cuando se viaja en avión, sólo él podría gritar lo ridículo que son los botes de champú de los hoteles porque en la ducha, la gente con determinada edad, no puede leerlo y lo mismo te estás dando abrillantador de zapatos en el pelo, citar a influencers y a John Lobb casi en el mismo párrafo y no echarse las manos a la cabeza. Sólo él puede hablar del uso de las drogas por parte de los intelectuales: “Ya nadie se droga con esperanzas revolucionarias, lo hace para trabajar más, tener más éxito en los negocios, para vencer el aburrimiento”.
Sólo Tusquets podría hablar de la muerte con desparpajo y pedir que entreguen sus restos a la ciencia, que le incineren sin ceremonias o “una fiesta para mis amigos, mujer e hijos: sin autoridades u otra gente de poco fiar. Una fiesta con alcohol y otros auxilios, con la música que amé, con baile… donde la gente pueda llorar recordándome y reír olvidándome”.
Es que, en serio, este tipo es genial. Sus reflexiones podrían no interesar a nadie, pero interesan a todo el mundo. Esa es la diferencia entre ser Tusquets y no serlo.
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