Cultura
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Carla Merino: «Vivir en pareja es muy difícil, casi todas las relaciones están llamadas a desaparecer»

Escritora y periodista. Carla Merino (Vitoria, 1977) –Carla de La Lá para todos aquellos que leen la prensa, que así es como firma sus columnas publicadas en esta casa– debuta con Qué te importa que te ame (Planeta). Una novela a ratos tierna, a ratos divertida, que narra la historia de amistad de dos mujeres –España y Lulú– que se conocen durante un amargo momento de pérdidas y una hartura de desamor. 

Un pispás de encuentro en parque de El Retiro que se convierte en un profundo compañerismo que las lleva a vivir –y hacernos partícipes– historias surrealistas donde se encuentra la Movida madrileña con los emocionantes años de la Transición o el torbellino de colores.

El nombre de España viene por la mujer de Paco Umbral, afirma no ser clasista, pero sí enemiga del aburrimiento. Cree que vivir en pareja es muy complicado porque las relaciones «están llamadas a acabarse» y, además, afirma que prefiere a un macarra que a un cursi porque en esta vida se puede ser de todo menos «cursi» y «pesado».

Comentas que tienes una biografía algo singular. Carla, cuéntame un secreto de tu vida que puedas desvelar. 

De mi biografía no hay nada secreto, pero algo que no sabe mucha gente de mí es que no tengo ideología política, salvo la desconfianza en general. He votado a casi todos los partidos y jamás le entregaría mi corazón a ninguno. Como columnista y escritora me interesa la conducta humana de los distintos grupos sociales y de los individuos. Y, por supuesto, el humor, porque es la base de la tolerancia y el respeto. 

Tú eres de Vitoria. Siempre se ha dicho que la gente del norte tiene mucho más allure, como dicen los franceses, que el resto de España. ¿Crees que es verdad?

No. Lo que ocurre es que el calor saca lo peor de las personas, en general, y el frío siempre protege de la horterada estilística e incluso psicológica. 

(Risas)

Hay un personaje en la novela llamado España, igual que la mujer de Paco Umbral, ¿es por ella o sólo es casualidad? Pregunto.

Tiene que ver, sí, cuando supe del nombre de la mujer de Umbral me quedé prendada. Y eso que a mí la marca España siempre me ha dado exactamente igual, jamás me veréis portando una banderita o un perro salchicha con correa rojigualda. Así que, no sé, quizá por eso, me pareció fascinante que esa encantadora mujer se llamara de ese modo. La España de mi novela es muy distinta. Es una iconoclasta que nace en un hogar franquista y católico y se desprende de todos los convencionalismos como una bestia. 

Precisamente charlé con España hace unos meses, ella decía que siempre estaba rodeada de intelectuales ante los que prefería estar en silencio. ¿Sería una postura que tú tomarías o eres más de optar por intervenir y participar?

La verdad es que no soy habladora y menos en los primeros momentos de las relaciones. Me gusta muchísimo escuchar a los que tienen algo que decir (verbal o no verbal) y puedo hacerlo horas. Eso sí, no tengo tolerancia al aburrimiento, si me encuentro rodeada de aburridos, doy un golpe de estado conversacional porque… hay cada plasta…

Dices que hemos perdido libertades, ¿cuáles? Si se supone que las hemos ganado o, bueno, al menos eso dicen.

Hemos ganado muchas y perdido algunas. El consumismo y la vanidad de nuestra generación son una cárcel, y también la intolerancia. Vivimos en una sociedad asquerosamente puritana pese a su promiscuidad. Todos los fanatismos que podemos observar alrededor nos restan libertades y conocimiento. Por otra parte, yo entiendo la libertad como una habilidad espiritual (o una gracia) que es muy difícil conseguir, ahora o hace 500 años.

Qué aconsejas a la mujer u hombre que no es correspondido, ¿el que la sigue la consigue?

Sí, pero con matices y dignidad. No hay nada más atractivo que una persona segura de sí misma y sin complejos; pero no hay nada más intolerable que un pesado o pesada. Gustar es un arte donde intervienen infinidad de variables, por eso la ecuación se comporta como le da la gana. 

¿Te gusta más la España de antes? La de las chaquetas de pana, las fiestas improvisadas con gente de toda clase social en las casas del Barrio de Salamanca, donde, de repente, estaban Frank Sinatra, Lola Flores y Fernando Fernán Gómez.

Es difícil responder a esta pregunta, soy del 77 y he vivido mi época. El machismo y el clasismo me ponen enferma, sin embargo, me da la sensación de que antes la gente era menos cursi y menos gazmoña –aunque fueran más a misa–, más divertida e improvisaba más. El siglo XXI es un templo a la indignación y una sociedad de temerosos. ¡No se puede vivir con miedo!

Se retrata también en el libro la Movida madrileña, ¿está sobrevalorada o es tan disruptiva como todos nos hacen creer?

Puede que se haya sobrevalorado, pero no me parece mal. La rebeldía es necesaria y la energía juvenil debe cuestionarlo todo, pulverizar las convenciones. De esa clase de revoluciones después conservamos a los artistas, y hay que darles el aplauso y la atención que merecen.

Aquí en esta novela hay espiritualidad, personas que no están, pero que acompañan en el camino. ¿Crees en esas cosas?

Espiritualidad hay mucha. Yo misma, como autora, he sido atea hasta los 40 y después me bauticé protestante. Sin embargo, soy muy descreída: no creo en los fantasmas, ni en el horóscopo, ni en la astrología, ni en pensamiento mágico alguno… Tampoco en el género humano… Lo de Venezia, la protagonista que está muerta, es un recurso literario que proporciona a la novela narrador omnisciente, diversión y surrealismo.

Has contado que la novela surge de la relación y experiencia que tienes con una persona que trabajaba en casa como interna durante algunos años. ¿Te da pudor que, por comentar esto, puedan tildarte de clasista o de frívola?

Cuando teníamos dos, tres y cuatro niños pequeños en casa, trabajando nosotros como burros, por supuesto que tuvimos ayuda profesional; pero hace muchos años que no. Los padres debemos tener claro que un niño que se baja una aplicación para el móvil puede perfectamente poner el lavaplatos. Desde que tuvieron un mínimo control sobre sus extremidades y mentes, los aleccioné a todos y funcionamos como una aldea colaborativa.

No soy clasista. En cuanto a la frivolidad, solía practicarla sanamente, en modo on/off, pero el Covid –y los años– me han convertido en una ermitaña granjera que sólo desea la compañía de los árboles, los perros y de algunos –pocos– seres humanos.

Que te ayuden en casa, sobre todo si tienes pareja, significa paz social, ¿no crees? 

Vivir en familia o en pareja es muy difícil. Para nosotras las mujeres es complicado gestionar el machismo, el de los demás y el propio –venimos de 2.000 años de inercia de la que es muy difícil desprenderse–. Y después, que todos tenemos estándares de calidad y perfección distintos. Por tanto, hay que rebajar el nivel de neuroticismo como sea, hacer ejercicio, sexo, terapia, amor y humor. Con todo, será muy difícil, la mayoría de las relaciones están llamadas a desaparecer. 

Hace apenas una semana que la Universidad de Comillas organizó unas conferencias impartidas por personajes de la Historia. Isabel la Católica habla del “liderazgo femenino mal entendido”, y planeta una pregunta: “¿Creéis que todas las mujeres de antes fueron siervas o esclavas? Nadie me regaló nada, gané mis propias batallas. No he heredado mi reino, me hice reina”. ¿Qué opinas?

Totalmente, ni antes eran esclavas, ni ahora somos libres. Y otra cosa de la que se habla poco: ¡las esclavitudes del género masculino! ¿Quién dice que ellos son libres? ¿Con arreglo a qué parámetros? 

Oye, dime, por favor, ¿qué te aburre soberanamente de la España actual?

Me aburren mucho los presumidos, aquellos que no paran de hablar de sí mismos –o de prolongaciones de sí mismos, como sus hijos– sin un ápice de humor, es decir, de autocrítica. Me aburre la gazmoñería, que además es pose, de este Gobierno y sus acólitos; me aburre la vulgaridad, las personas timoratas, las actitudes mezquinas, los clichés; me aburre la maldad, la cobardía y la fealdad. Tristemente, tengo que decir que pocas cosas hay en la sociedad de hoy que me resulten atractivas, auténticas, por eso me recluyo en el campo.

Una mujer muy intelectual, ¿hace mejor pareja con una persona educada que practica un poco de macarrismo esporádico?

No sé… Yo tengo un principio: “Mil veces antes un macarra que un cursi”. Dicho esto, una mujer muy intelectual tiene muy complicado hacer pareja con nadie, porque se le abren a una las carnes… No sé quién dijo que para llevar bien el ser buena pareja hay que saberlo todo… o no saber nada de nada.

@MaríaVillardón