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crítica musical

La Orquesta de Friburgo revive los pasos de Mozart por el sinfonismo y el concierto para piano

La selección de las obras fue lo más relevante de su actuación en el Festival de Pollença

La Orquesta Barroca de Friburgo -casi cuatro décadas de éxitos la avalan- ha incluido este verano en su agenda tres conciertos en España, el primero el día 21 de agosto en el Festival de Torroella de Montgrí, el segundo el día 22 en el Festival de Santander, cerrando agenda en Pollença el 24. Los tres conciertos con idéntico programa e introducción: ¡Mozart!

Aunque lo más relevante era la selección de las obras por su significado en la evolución del compositor de Salzburgo, con el interesante añadido de acudir a J.C. Bach, de quien se dice que ejerció en Mozart gran influencia en los inicios de su carrera como sinfonista. Una alusión a J. C. Bach, que además nos dejaba un paralelismo interesante con el concierto, días atrás, de Le Consort y su monográfico Vivaldi, con asimismo alusión directa a  Claudio Monteverdi.

En realidad el protagonismo la noche del 24 no era tanto Mozart como la propia Orquesta Barroca de Friburgo, poniendo en valor su condición de un ensemble comprometido con la inmersión historicista a la hora de abordar el repertorio barroco y clásico. En definitiva, llevándonos de la mano para el mejor conocimiento de la música dominante en la segunda mitad del siglo XVIII. Además, aparte de ser el director musical de la Orquesta Barroca de Friburgo, el hecho de que Kristian Bezuidenhout eligiera liderar al conjunto sentado al pianoforte tenía un especial significado, apoyándose en el primer violín Gottfried von der Goltz como referente en un conjunto entre iguales.

Ni qué decir tiene que iban a ser los dos conciertos para piano y orquesta las piezas centrales del repertorio. Mozart, entre 1767 y 1791 (el año de su muerte) compuso un total de 27 obras para piano y orquesta, destacando en especial las correspondientes al período de madurez, que en Pollença fue a recaer en el Concierto para piano número 17 (1784), que la musicología entiende que es el ejemplo más logrado de las intenciones del compositor, en especial el subrayado del valor de la improvisación y el virtuosismo en la exploración de las posibilidades técnicas del piano de la época. Y no solo eso. La relación entre el solista y el conjunto, sus diálogos, igualmente nos aportan un profundo significado en su búsqueda de nuevas vías.

Como explica Bàrbara Duran en sus notas al programa, «los diálogos entre solista y orquesta son de una modernidad absoluta para la época y apuntan ya a los conciertos para piano del romanticismo». Como contraste se optó por el ‘Concierto para piano número 9’ (1777),  escrito siete años antes, en la frontera entre la fase de inmersión y búsqueda y el período de madurez. 

En realidad la noche se centraba en apuntes e interrogantes de la segunda mitad del siglo XVIII y por ello adquiere significado especial la presencia de Kristian Bezuidenhout por su excelencia y sensibilidad en los dominios del pianoforte, acercándonos a una exquisita y remota sonoridad, que solo puede alcanzar una reproducción en los justos términos, guiados por unas manos capaces de recrear a la perfección lo más íntimo de la partitura.

La estructura de la velada era en sí misma una equidistancia, manteniendo en ambas partes la exploración de la estructura del concierto, reservándose un tiempo (primera parte) para el sinfonismo incipiente de Mozart y luego después del descanso, con la necesaria distancia, una mirada a J. C. Bach.

Abrió la noche la Sinfonía número 29 (1774), escrita cuando Mozart tenía 18 años y que conecta con la etapa londinense (1763-1776) que marcará el comienzo de su carrera como sinfonista. Una etapa de entusiasmo por todo lo relacionado con la escritura sinfónica, siendo la 29 su obra más notable por su «carácter vehemente e impulsivo», en palabras del musicólogo inglés y experto en Mozart, Stanley Sadie. Esta Sinfonía 29 pertenece a su etapa temprana, en la que prevalece la inclinación por el estilo galante.

Será precisamente Johan Christian Bach quien le despierte la curiosidad por el estilo galante y de ahí la inclusión de la Sinfonía número 6, en la que J. C. Bach se reivindica como representante de la vanguardia musical europea, puesto que la música galante es precursora del estilo clásico.

Una noche feliz tanto para el público del Festival de Pollença como para los integrantes de la Orquesta Barroca de Friburgo, incluido su director musical, Kristian Bezuidenhout, que al contrario de lo sucedido días antes en Santander, sí ofreció un bis en el claustro de Sant Domingo para acto seguido llevarse de la mano al primer violín, dando así por finalizada la velada. Zubin Metha hizo lo mismo en Formentor, unos años antes.