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Bulócratas

España es un bulo y el PSOE, su matriz. Nos hemos rendido a la supuesta genialidad de alguien cuya idea del poder es consustancial a la consideración que tiene de sí mismo. Mientras arrienda las ganancias de quien le mantiene servido, el otro poder, el autócrata que se hace llamar Pedro Sánchez llegó al Gobierno a lomos de una lucha que es hoy su principal lastre.

Ejerce el papel de corruptor corrupto que vino a acabar con la corrupción, un trasunto de Scott Fitzgerald, con Begoña haciendo de Zelda; él consumiendo sus días, tras pasar por el banquillo, en el alcohol, y ella, sumida en la demencia más profunda, después de no conseguir más fondos para vivir como dama única. Lo que los Kirchner patrios han creado en Moncloa es la auténtica sinfónica del trinque, una trama que deja a la Gürtel, los ERE y las pujoladas convergentes como travesuras de becarios.

Parece que fue ayer, pero es que fue ayer cuando Pedro I el bulócrata anunció medidas de control poblacional, secuestrando a los ciudadanos en sus casas, mientras él, henchido de autocracia, sonreía como sólo hacen los malos. Fue su primera medida totalitaria.

Cuando salimos del secuestro, decidió que el dinero que había en caja era insuficiente para controlarnos, así que dividió al país entre siervos y libres y, conociendo el pensamiento del votante español, compró la voluntad de los primeros, ejercientes periodistas, empresarios sin ganas de sacrificio, jefes del Ibex con ganas de compadreo con el BOE y población comodona y acrítica sin más criterio que el que le imponga el Estado para su bienestar. Cuando ya consiguió este propósito, nadie iba a detener su verdadero objetivo y fin último de sus noches húmedas: mantener el poder a costa de lo que sea.

Para ello, se inspiró en Goebbels, leyó algo de Gramsci, le pasaron apuntes de Laclau y concluyó que, para ejercer el mando, que no el liderazgo, sólo le bastaba con rentabilizar el arma de destrucción masiva que mejor ha explicado la política desde siempre: la mentira. Y esa ha sido su primera y última lección a quienes le rodeaban. Mentir como forma de vida, como método de respiración asistida y remedio contra la libertad.

Ha convertido Moncloa en una fábrica de bulócratas. Nada en ellos es verdad, ni siquiera el apellido que profesan. Alegría es un tostón triste y Montero, la mentira por montera. Han hecho de la negación constante su primer mandamiento. Cada información publicada que afectaba a un miembro del Gobierno, de su equipo y/o familiar, era inmediatamente atajada por el ministerio de propaganda (todos los son) de turno y el equipo de opinión sincronizada de ese periodismo palmero y sumiso que un día deberá pasar también por el confesionario.

Porque la banda de Sánchez no son sólo sus socios políticos. Son también esos periodistas a sueldo, presidentes de empresas compradas con dinero público, unas élites dóciles que le abrazan y masajean, ONGs y sindicatos conformes con el saqueo diario al contribuyente, profesores de universidades puestos para adoctrinar, actores y actrices del cuento y demás colectivos vividores del negocio victimista y la causita política. Sin la colaboración de todos ellos, y de parte de una ciudadanía perezosa en la crítica y pusilánime en el voto, nada de lo que está haciendo el gobierno más corrupto, delincuente e inmoral de la historia de España, sería posible.

No lo olvidemos. Porque todos ellos, cuando llegue el momento de pedir perdón por tanto bulo, tanta infamia y tanta protección de la mentira, no sólo no se arrepentirán, sino que lucirán con orgullo su etiqueta de propagandistas del régimen, título honorífico de la desinformación.
En esa huida hacia ninguna parte de Ali Babá y su séquito, el gobierno socialista, tras aprobar que en la sede del PSOE se reciban bolsas con dinero negro, recibir a una criminal prohibida por la UE que traía lingotes de oro, reunirse con visitantes en Moncloa a los que calló y compró con presupuesto público y enriquecerse mientras los españoles morían de virus, crea la enésima cortina de humo y anuncia, en ese trilerismo constante, su intención de ilegalizar la Fundación Francisco Franco, que da nombre a un dictador de pensamiento y acción profundamente socialista, por otra parte.

Para ello, se apoya en un partido que votará a favor de la ilegalización porque considera que así se ganará el perdón de quienes nunca le saludarán y menos votarán, sin caer en la cuenta de que mañana serán ellos los prohibidos. Porque así piensa un socialista largo y caballero: en secuestrar la libertad mediante la eliminación del adversario, por lo civil o lo criminal.

Un matiz que ayuda a entender el porqué se impone todavía la estrategia calculada de quien no tiene más moral que su palabra, y esta nunca valió nada. Ahí siguen los que dijeron que jamás pactarían con independentistas, ni aceptarían a Bildu como socio, que Puigdemont sería entregado a la Justicia o que nunca subirían impuestos.

Ahí continúan quienes definieron el robo de los ERE a los parados como un invento político, aquellos que siguen negando haberse entendido con la narcodictadura de Maduro. Todo lo que los medios libres han publicado no ha existido en la España bulócrata de Pedro y Begoña. No es no, fin de la cita.

Cuando ya has mentido tantas veces, no importa una mentira más. Por eso, Sánchez crea una ley para luchar contra los bulos y lo hace anunciando un bulo, con el fin de perseguir a los medios que investigan a su mujer y su hermano y silenciar la verdad. Porque en Sánchez, el corruptor, nada es creíble desde que robó sus propias primarias en nombre del fango que siempre ha representado.

Cree dirigir un gobierno demócrata, pero sólo es el pastor de un rebaño de bulócratas, mientras, como Fitzgerald, espera que Zelda no entre en prisión, ahogado en las deudas, el alcohol y la demencia. La bulocracia es el peor síntoma de un régimen descompuesto y podrido.