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Cada vez que alguien sopla velas, canta en un concierto o mira un atardecer, lo primero que hacemos es grabar con el móvil. Lo hacemos casi sin pensar. Por si algún día queremos revivirlo, por si nos apetece compartirlo en redes. Pero ese “algún día” raramente llega. Nuestros teléfonos están repletas de vídeos que nunca volvemos a ver. Momentos que no terminamos de disfrutar en directo ni después, cuando ya están guardados.
El falso consuelo de grabarlo todo
Grabamos para no olvidar, para sentir que conservamos algo. Pero, en realidad, lo que guardamos muchas veces se convierte en ruido digital. No lo revisamos, no lo editamos, no lo compartimos. Lo dejamos ahí, almacenado en la nube o en un viejo móvil, sin ninguna intención real de volver. Se acumulan como una especie de memoria en pausa, que nadie se molesta en retomar.
Ver no es recordar, grabar no es vivir
Cuando decidimos grabar con el móvil, nos alejamos un paso del momento. Miramos la escena a través de una pantalla, no con nuestros propios ojos. Y eso cambia cómo lo sentimos. Porque un archivo no puede guardar los nervios, los olores, las emociones reales. Solo el directo lo hace. Y a veces, la obsesión por guardar algo nos impide vivirlo de verdad.
La paradoja del exceso de memoria
Nunca ha sido tan fácil recordar y, sin embargo, nunca hemos olvidado tanto. Antes, cada foto o vídeo se pensaba. Hoy, grabamos sin medida. Pero cuanto más tenemos, menos valoramos. Y cuanto más grabamos, más pereza da mirar. ¿Quién revisa 300 clips de un viaje si ni siquiera los ha organizado?
¿Cuándo se vuelve a ver un vídeo?
Solo en momentos muy concretos, cuando alguien falta, cuando echamos de menos algo, cuando queremos sentir una voz, una risa. Pero entonces a veces es tarde. Porque grabamos tanto, sin orden, que encontrar ese momento concreto es casi imposible. Y es irónico, por grabar tanto, a veces perdemos justo lo que queríamos conservar.
Hacer memoria sin llenar la galería
Grabar es útil, pero tal vez no todo merezca ser grabado. Tal vez algunos recuerdos deban quedarse solo en la mente, sin versión en vídeo. Porque hay cosas que no necesitan un archivo: necesitan un espacio en nosotros. Quizás, grabar menos sea vivir más. Quizás lo más importante no quepa en la cámara, sino en la memoria. Quizás lo mejor no es guardarlo todo, sino recordar lo esencial. Porque grabar con el móvil debería ser una elección consciente, no una reacción automática.
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