Fallece Carmen Hernández, iniciadora del Camino Neocatecumenal
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«Al Kiko os lo regalo». Determinar la fecha y el momento exacto de la misma sería un ejercicio imposible al hablar de ella: con el Papa o jóvenes delante solía acabar así. Un breve anecdotario que define la vida de una mujer fuerte, distinta, que dio su vida por la Iglesia. Inseparable de su homólogo Kiko Argüello, al que nunca aduló, como él decía. Tras un progresivo deterioro de salud, su corazón se paró definitivamente en la tarde del 19 de julio a las 16:45.
Era una realidad que se dibujó entre rumores durante los últimos meses. La macabridad siempre llama a la puerta cuando la salud ya no acompaña. Uno ya no sabía determinar si era verdad o no que Dios se había llevado su alma al cielo. Fue Kiko Argüello el último en darle un adiós tras una palabra de «ánimo». Se va tras haber sido de vital ayuda para el Camino Neocatecumenal, realidad eclesial que inició junto con él y el presbítero Mario Pezzi en 1967, hace ya casi 50 años.
Definir a Carmen Hernández es un ejercicio que jamás le podría corresponder a un periodista: huyó de todo flash o lanzadera mediática en vida. No eran santo de su devoción y tenía razón: el Camino no los necesitaba. El Camino Neocatecumenal la necesitó a ella, una mujer fuerte, impasible, rotunda, sin contemplaciones, con un genio grande, pero al que siempre ganaba su amor por la Iglesia.
Soriana, de Ólvega, criada en Tudela (Navarra), nacida el 24 noviembre 1930, se licenció en Química y obtuvo, más tarde, la licenciatura en Teología, tras su estancia en el Instituto de Misioneras de Cristo Jesús. Conoció a Kiko en Madrid, en la década de los 60′, donde se inició el Camino Neocatecumenal. En las barracas de Palomeras Altas, en Vallecas, viviendo entre quinquis, gitanos y prostitutas, a los que se les predicaba el Evangelio sin más recursos que una Biblia y una guitarra. Luego llegó Casimirio Morcillo, arzobispo de Madrid, que les animó a formar comunidades dentro de las parroquias. Así comenzó un movimiento inspirado por la Virgen María.
No le gustaba el apodo por el que se les conoce cariñosamente a los integrantes del movimiento: los kikos. Un seudónimo que hace referencia a la cabeza visible: Kiko Argüello. La explicación ella la dio una vez: «Este reino no es el kikiano. No somos ni tú ni yo, sino Dios, quien está actuando a través de Pedro. Kiko y yo pasaremos, como todo pasa, como todas las congregaciones pasan, pero la Iglesia no». Amén Carmen. Ya estás donde siempre quisiste. Descansa en paz.
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