El pequeño pueblo medieval del País Vasco perfecto para una escapada de otoño: amurallado y sobre una colina
Labraza, el pueblo medieval del País Vasco que no te puedes perder este otoño
Este pueblo amurallado del País Vasco es más pequeño que un campo de fútbol: es el mejor conservado del mundo
Ver para creer: el pueblo más pequeño del País Vasco tiene un kilómetro cuadrado de superficie y se fundó en 1287
Hay pueblos que parecen sacados realmente de un cuento, y Labraza es uno de ellos. Apenas 70 vecinos viven de continuo en este pequeño municipio de Rioja Alavesa que, pese a su tamaño, guarda un tesoro único: es considerado el pueblo medieval amurallado más pequeño del País Vasco. Su muralla, todavía en pie y reconocida internacionalmente, mantiene vivo el lugar, y obliga a que sea una de nuestras visitas obligadas este otoño.
Ubicado en una colina desde la que se dominan los viñedos y los montes cercanos, Labraza no es un museo, aunque lo parezca. Entre sus callejuelas estrechas hay vida a pesar de que sus habitantes como decimos, no llegan ni al centenar. Un lugar tranquilo que tal vez ha sufrido la despoblación, pero que a la vez, se ha convertido en el plan de muchos que busca disfrutar de los mejores pueblos medievales. Pero sin tiendas y con servicios limitados, Labraza se sostiene gracias al apego de sus vecinos y a la cercanía de Oyón y Logroño. De este modo, se convierte en parte de esa ruta de pueblos en los que encontrar lo mejor del País Vasco. Un pueblo que sin duda merece una visita, o varias, y más cuando se enfrenta ahora a uno de sus mayores retos: el proyecto de un parque eólico que amenaza con alterar su paisaje y su paz. De ahí que el pueblo, pequeño en número pero grande en convicción, se haya movilizado para defender lo que considera su mayor riqueza: seguir siendo un rincón único, auténtico y vivo.
El pueblo del País Vasco con la muralla más pequeña
Labraza es muchas cosas a la vez: villa medieval, enclave estratégico en tiempos pasados y hoy, sobre todo, un símbolo de resistencia rural. La muralla, que se confunde con las propias casas, no se conserva como ruina, sino como un organismo vivo. De hecho, en 2008 fue reconocida con un premio internacional como muralla viva, un título que subraya que aquí la historia sigue más que presente. Pasear por su arco, subir a la plaza alta o perderse por la fuente del Moro y los torreones es descubrir cómo un pueblo entero puede caber en un puñado de calles.
No es una muralla gigantesca, pero es que Labraza en sí tampoco lo es. Con unos 70 habitantes, su longitud es de apenas 116 metros, por lo que puede ser perfecto para visitar durante un domingo de otoño. Eso sí, no tiene comercios y el único bar funciona como centro social, ya que fue abierto por encargo para dar comidas y está gestionado por la Junta Administrativa. Para el resto de servicios, la cercanía de Oyón o Logroño soluciona casi todo. Puede entonces que creas que este pueblo del País Vasco, tiene poco que ofrece más allá de su muralla, pero lo cierto es que no es así. En Labraza también encuentras tranquilidad, aire limpio y la sensación de vivir a otro ritmo. Aquí no hay masificaciones ni ruido, y los niños disfrutan de una libertad casi desaparecida en otros lugares. Los mayores lo saben y lo dicen con claridad: «Labraza es desconexión, es silencio, es como estar de vacaciones sin moverse de casa».