¿También van a hacer trampas con el empleo?
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Vamos a ver cómo acaba la temporada de verano, si por su fin virtual entendemos el mes de agosto. Hasta ahora la impresión es que iba a ser explosiva, pero algunos amigos aportan informaciones inquietantes. En Marbella, por ejemplo, ha habido permanentemente habitaciones disponibles en los mejores hoteles, incluso con ofertas. En Los Monteros, que es un establecimiento de lujo no al alcance de cualquiera, se sigue pudiendo conseguir alojamiento con facilidad. Y la ciudad no está tan llena como en los mejores tiempos. En Zahara de los Atunes, donde el 90% del turismo que recala es nacional, de clase media, y que es centro del famoseo progresista, ha habido sitios vacíos todo el verano. En Sancti Petri, en cambio, donde la gente que recala digamos que es más españolista, está todo a rebosar a pesar de que los precios se han disparado. Debe ser que los de derechas, además de buscar el merecido descanso, no son rencorosos y están trabajando duro para que el Gobierno pueda exhibir un balance triunfal.
Igual ocurre con Tarifa, patria de la juventud nada dogmática y de los guiris que disfrutan del tumbao, con el inconveniente de que los nativos ya no salen por la tarde a sus bares habituales porque los refrigerios y los combinados están por las nubes, y hasta la cerveza, todos ellos placeres muy por encima de lo que cuestan el resto del año. Es una pena, porque uno de los atractivos de Tarifa venía siendo el roce con los hippies y demás bandas del lugar. Yo parto este lunes a Valencia capital, donde hemos conseguido un hotel de cuatro estrellas muy razonable. Ya les contaré. Lo que quiero decir con esto es que la euforia de los ciudadanos por salir a toda prisa y a toda costa de vacaciones se ha debido distribuir desigualmente por la geografía nacional, y que, a pesar del ahorro embalsado y de las ganas de disfrutar de este último verano normal, con la crisis por dar todavía sus zarpazos más temibles, ya se nota.
Quiero decir que la gente no sólo ha reducido el tiempo de estancia y ha recortado el consumo ordinario, sino que otros han preferido plegar velas y esperar mejores tiempos. Ambos comportamientos son muy respetables y están plenamente justificados. Los datos de la economía española son pésimos, por muchos esfuerzos que haga la propaganda oficial por disfrazarlos. La inflación supera a la de cualquier país comparable de la Unión Europea y es una carcoma que va minando el poder adquisitivo sin que haya atisbo de moderación a medio plazo. Pero aún hay un indicador más destructivo: el empleo. En julio pasado, y por primera vez desde que hay registros, el paro subió casi en cuatro mil personas. Todo apunta a que en agosto se producirá un descalabro. Hasta el punto de que para curarse en salud el ministro Escrivá ya ha adelantado que la destrucción de puestos de trabajo puede ser de 187.000. No crean, sin embargo, que este político soberbio donde los haya frunce el ceño o pierde el optimismo. Ahora su empeño principal para hacernos comulgar con ruedas de molino es que los datos mensuales que aporta el registro oficial no valen si no se desestacionalizan, es decir, si no se descuentan los efectos del calendario y de la movilidad de algunos trabajadores por ciertas campañas. Irónicamente, aplicado este cepillo laico el empleo seguirá siendo robusto, según Escrivá.
Pero esta clase de mensajes apenas se los cree él. Los servicios de estudios de instituciones tan importantes y experimentadas en la materia como el Banco Santander o el BBVA han procedido también a dicho ejercicio de estandarización de los datos, pero los resultados a los que han llegado son muy diferentes y desde luego más negativos de los que proclama Escrivá. Y esto es así porque los modelos utilizados para la regularización de las cifras coyunturales son diferentes, siendo todos válidos; porque el acercamiento más próximo a la realidad estructural de la economía española se alcanza cuantos más años entren en la serie, y porque la comparación de lo que está sucediendo ahora con el periodo precedente está contaminada por los efectos de la pandemia, que ha dado lugar a dos ejercicios consecutivos tan irregulares como probablemente irrepetibles.
La gente científicamente más cabal y válida del país sospecha que se está produciendo un cambio de ciclo en el mercado de trabajo, naturalmente a peor. Y estiman que así lo van a confirmar los despidos masivos en el turismo y otras actividades del sector servicios en otoño. De manera que la insistencia y el empeño del ministro Escrivá por maquillar los datos, ofreciendo la estadística que más conviene al Gobierno, es un ejercicio infantil, grotesco, y está destinado al fracaso. Me recuerda fatalmente a aquel discurso memorable de Josep Borrell, elegido candidato socialista a la presidencia del Gobierno en 1998 después de vencer en las primarias a Joaquín Almunia. Durante el debate sobre el estado de la nación de la época, Borrell subió a la tribuna del Congreso de los Diputados y trató de explicar a sus señorías la diferencia entre la contabilidad de caja y la de devengo, a fin de demostrar que el Gobierno de Aznar pretendía vaciar de ingresos la Seguridad Social para poner en riesgo el pago de las pensiones. ¡Siempre las pensiones a vueltas! Naturalmente, ninguno de los diputados, incluidos los socialistas, entendió nada del ejercicio didáctico del candidato, por lo que su estreno como aspirante a La Moncloa fue un completo fiasco.
Pues eso mismo es lo que le va a ocurrir al ministro Escrivá. No solo la opinión pública no va a comprender absolutamente nada de la desestacionalización a la carta que pretende canonizar; es que los expertos de los grandes servicios de estudios del país ni la entienden ni tampoco la comparten. Conclusión: Escrivá hará nuevamente el ridículo, habiéndose ganado la desafección de la gente corriente, que a mediados de septiembre se va a enterar de que en agosto se habrán destruido casi 200.000 empleos, y también de sus homólogos, de los que entienden, de aquellos que tienen pasión por la estadística, conocimiento académico y reputación profesional acreditados, es decir, que están a su altura, salvo que la torre de cristal en la que vive, y su carácter eminentemente vengativo con los antiguos compañeros de cuitas le haya privado por completo de cualquier apego por la vida ordinaria del ciudadano corriente, que ya está padeciendo, como suele ocurrir legendariamente, los efectos nocivos de los gobiernos de izquierda.
En una ocasión le preguntaron a Borrell que por qué era socialista. Y respondió en un segundo, sin inmutarse, que por “su pasión por la igualdad”, sistemáticamente pervertida por su partido en favor del igualitarismo devastador. También en una ocasión, la señora Thatcher, una de las políticas más sobresalientes de la historia, dijo que «el enemigo del socialismo no es el capitalismo, sino la realidad». Todavía no han reparado en esta sentencia tan certera ni Nadia Calviño ni el ministro Escrivá, y así se equivocarán clamorosamente más pronto que tarde sobre la evolución de la economía, por más interés que pongan en torturar las estadísticas y deponer a los funcionarios a su cargo. Estos personajes se han echado definitivamente a perder, y la causa es que están a las órdenes, entregados y complacidos, del presidente Sánchez, que tiene la relación sexual más potente jamás conocida con la mentira.
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