Señoras que están cansadas y dicen adiós
Nicola Sturgeon, líder del Partido Nacional Escocés (SNP) y primera minista del país, dice que se va. El argumento ha sido similar al esgrimido hace unos meses por la presidenta de Nueva Zelanda Jacinda Arden: falta de «fuerzas» o de «energía». Un reconocimiento de que ya no dan más de sí que coincide en ambas con una pérdida de popularidad, una bajada en las encuestas y, en el caso de Sturgeon, un disgusto por el bloqueo por parte de Justicia del RU de sus planes de un nuevo referéndum y de que el Gobierno británico le paralizase su ley trans. Ya no es que no quiera la escocesa ponerse en la tesitura de desafiar al Gobierno y salir zumbando en un maletero; es que no quiere ni acabar la legislatura.
Son señoras que están cansadas y dicen adiós. Y si alguien se siente decepcionado, la decisión proviene «del deber y del amor». Por lo menos por parte de Sturgeon, aunque Arden tiene todo el aspecto de tener salidas parecidas. Así que, en Escocia, de referéndum, de entrada, no. Y lo de la ley trans… En fin, que no está el RU para tantas barbaridades juntas. Ya tienen bastante con las nefastas consecuencias de darse un capricho a lo loco que trajo el Brexit.
Pero el independentismo no tiene más plan para el país que la independencia. ¿Para qué otro? El problema gordo sería independizase y tener que correr a ver cómo lo arreglaban. Y eso no pasará. Otra cosa es la matraca, y el diputado de Ciudadanos Nacho Martín Blanco le ha reprochado a Esquerra que siga dándola con Escocia, Quebec o Montenegro para establecer las bases del acuerdo de claridad que plantea el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, y que el Parlament tumbó.
Y mientras tanto, Madrid le pasa la mano por la cara a Cataluña y a Barcelona. «Antes se divisaba (en Montreal) un skyline poblado de grúas y andamios. Justo como hoy en día en Toronto», dijo el canadiense Tyler Brûlé, Editor en Jefe de la revista Monocle, en Financial Times en 2015. Después de cuatro años de ausencia, se sorprendió de lo mortecina que estaba la ciudad comparado con el brillo de los años 70. Se veían entonces por todas partes los logotipos y las insignias de los bancos y de las compañías aseguradoras más importantes. Fue una auténtica estampida de empresas: aún hoy, ciudades con un tercio de la población de Montreal, como Calgary, poseen más oficinas comerciales que la capital. ¡Una ciudad que había acogido la World Expo del 67!
Michael Ignatieff, en su libro Sangre y pertenencia: viajes al nuevo nacionalismo, recordaba con dolor el mazazo que significó cierta carta bomba en un buzón del barrio inglés de Montreal en 1963 y el asesinato de un político canadiense, Pierre La Porte, al final de esa década. Steven Pinker explica en su libro «Los ángeles que llevamos dentro» que la comunidad judía –muy sensible a las leyes que suenan a discriminación- se marchó masivamente a Toronto. Aunque a Colau, antisemita kumbi, no sería un tema que le preocupase.
Sturgeon dice adiós en un momento en que el apoyo a la independencia es del 44% y el de la permanencia en Reino Unido del 56%. Su otro gran proyecto, la ley trans que permite la autodeterminación de género a los 16 años, aún gozaba de menos entusiasmo. No sé si a Irene Montero, otra señora que se podría cansar (Pablo Iglesias lo hizo antes), le quedarán fuerzas para sacar la suya adelante después del festival del sólo sí es sí.
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