Rubalcaba, ni ángel ni diablo
Ni tan malo como decían en vida sus detractores, ni tan bueno como dicen ahora tras su muerte los unos y los otros. “Los españoles entierran muy bien”, dijo Rubalcaba, refiriéndose a su muerte política con 62 años, al ser desplazado por la nueva generación de su partido tras asumir una etapa conflictiva que acabó con un pésimo resultado electoral. Desde su relevo no recibió ni una sola llamada de la dirección, salvo en fechas recientes para proponerle la candidatura a la alcaldía de Madrid, que no aceptó. Se quejaba en privado de la deriva del partido, su inacción ante los independentistas catalanes, y de que a “su gente” las estaban apartando ignorando su valía. Tras su muerte todos dicen quererlo y valorarlo mucho pero en los últimos cinco años nadie lo demostró.
Alfredo Pérez Rubalcaba merece mucho respeto por su amplia trayectoria política despreciando la leyenda negra que sus enemigos le crearon. Rivales políticos que ahora olvidan los miserables ataques con mentiras que dirigieron contra él y tras su muerte pasan a considerarlo un hombre de Estado, como hacen también sus compañeros tras haber despreciado su experiencia y capacidad.
Rubalcaba no era una hermanita de la caridad. Era el peor enemigo al que podías enfrentarte y el mejor aliado si coincidías con él. Ambas facetas conocí en sus cinco años de ministro. En la de aliado recuerdo que acordamos combatir la brutalidad del Código Penal de 1995 (le pedimos que lo cambiará y dijo que era difícil) trasladándole expedientes de condenas injustas que supusieran la expulsión de policías y él vería si podía gestionar un indulto. Resolvió varios. Ejemplo: un policía en una detención había dado una bofetada a un detenido con grilletes a la espalda al que tenían sentado en la acera. Según el burócrata que hizo el informe de las diligencias, había sido una bofetada a un detenido esposado en la comisaría. Tras explicarle al ministro que era un detenido que se hacía pasar por guardia civil, que estaba incitando a otra gente a agredir a los tres policías actuantes, que había una multitud agresiva y que en esa situación yo también le habría dado la “hostia” para callarlo, Rubalcaba respondió “y yo”. El policía llevaba años expulsado y fue readmitido.
Trabajaba desde muy temprano hasta muy tarde. Te podía llamar cualquier día a las ocho de la mañana o un domingo a las nueve de la noche, bien para decirte enfadado que alguna información, circular o artículo del boletín ‘Carné x Puntos’ no le gustaba, o para lo contrario. El ‘Carné x Puntos’, que el sindicato dejó de hacer tras mi marcha, se creó a imagen y semejanza del que se creó para los permisos de conducir en su mandato, y daba o quitaba puntos a mandos y políticos según su comportamiento, su “conducción” profesional. Era una herramienta muy eficaz como demuestra que al ministro le llegaban las quejas de los mandos, que él comentaba con cierta guasa irónica, y a mí las querellas.
Disfrutaba negociando al límite. Una tarde manteníamos una fuerte discusión en su despacho con elevado tono de voz por ambas partes, en presencia del secretario de Estado, Camacho, y de Fuentes Gago, presidente del sindicato de mandos SPP, de repente paró, cambió, se calmó (creo que estaba “actuando” para impresionarnos), nos llevó a una habitación contigua a ver al Real Madrid que estaba siendo televisado y nos invitó a unas cocacolas. Llegado el partido al descanso apagó la televisión y seguimos negociando como si no hubiera pasado nada. Así era Rubalcaba. Genio y figura.
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