A rey muerto, rey puesto
He perdido la cuenta de los entrenadores que he conocido, de aquellos a quienes he visto cesar merecida o injustamente y otros que se han visto forzados a dimitir o lo han hecho en pleno aluvión de derrotas. Jamás ha habido uno que, en su despedida, no se hubiera asegurado capaz y capacitado para revertir la situación por la que se impone el relevo.
No es nada personal, son los resultados; algo tan viejo como el propio fútbol que no entiende de justicia o injusticia. Se abronca a un árbitro que se equivoca al señalar una falta en el centro del campo, pero nunca se pita al futbolista que yerra una ocasión de gol aunque esté a un metro de la portería y con el guardameta batido. Así de claro, así de sencillo y así de absurdo.
Las emociones, como los pensamientos, son libres. Yo valoro más las íntimas. Cuestión de timidez o de pudor. El fútbol, como la vida misma, muestra su cara más cruel en muchos momentos. Mañana Javier Aguirre será dios si en dos partidos saca al Mallorca del atolladero y el diablo que debiera poner una vela en el altar de García Plaza si no lo hace. Esta historia se repite desde que se inventó el balón. El rey ha muerto, ¡viva el rey!.
¿Ha cobrado hasta el día de hoy, hasta final de esta temporada o todo su contrato que terminaba en junio del 2023?. ¿Participó usted en los fichajes que se hicieron durante los veinte meses que ha estado en Palma, consensuó todos, alguno o ninguno?. En fin, preguntas que no se hicieron en la rueda de prensa de despedida, respuestas que se han archivado en el limbo. Algún día se levantará el «expediente x» de lo que nunca se ha preguntado a la dirección deportiva o, sobre todo, a la propiedad.
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