El Rey ha evitado la caída del Estado
El cronista no se pone trascendente. Sin él, el Rey, en Paiporta, el Estado se hubiera acabado, caído, con un presidente a la fuga. La afirmación que define este título no es un invento o una elogiosa atribución al monarca felizmente reinante, nunca mejor dicho reinante; es la traslación fiel de varias conversaciones de estos días con conspicuos e importantes representantes de nuestra sociedad civil que, de una u otra forma, han tenido contactos, más informales que formales, con Felipe VI.
Uno de ellos, no diré quién, supo de primera mano la razón por la cual el Rey permaneció inalterable, severo de gestos y semblante, la mañana terrible en que buena parte de la población-mártir, de Paiporta, se echaba encima de quienes, según creían ellos (tenían razones para sentirlo así) les había dejado solos ante la desolación provocada por la maldita DANA.
El motivo -cree el cronista- que movió al jefe del Estado a permanecer ante aquella protesta descarnada fue éste: «Si me voy -debió pensar él mismo- aquí mismo se acaba el Estado». Así de grave, así de importante. No llegó a Paiporta con la seguridad de que sería recibido festivamente, como fechas después lo ha sido en Chiva, pero sí creyendo que los acontecimientos y la respuesta popular se iban a desarrollar de manera menos agresiva. Pero, cuando constató que aquello se le había ido de las manos a todo el mundo, decidió en un segundo seguir expresivo y valiente en su puesto rodeado de personas vociferantes, algunas nítidamente violentas. Un vecino paiportés le dijo al Rey, cuando ya el caos estaba desapareciendo: «Usted nos tiene que entender, usted es militar».
Y, ¡vaya si les entendió el Rey! Mientras el reconocido fuguista Pedro Sánchez huía parapetado bajo los paraguas de sus escoltas, Felipe VI escuchaba a todos y, tan en su lugar como siempre, respondió de esta manera a un exaltado que le exigía «que hagan algo con nosotros»: «Yo no mando en el Gobierno; esto es la democracia».
Puestos a glosar esta frase, cabe la siguiente deducción: el Rey, aun en momentos tan críticos como aquellos y con el presidente del Gobierno saliendo a la carrera del lugar de los hechos, transmitió que su papel es el apoyo, la cobertura, el cariño, pero nunca la acción política. Ahora bien: cuando el Gobierno desaparece o se queda corto en la respuesta, ahí está él, permaneciendo en primer tiempo de saludo encarnando al Estado. Lo que quedaba del Estado en aquel instante, que era realmente muy poco.
Si se hubiera marchado siguiendo la retirada de su jefe de Gobierno, aquella convulsión se hubiera convertido en una brutal revuelta popular de consecuencias que ahora mismo somos incapaces de imaginar. Aquellos ánimos de cientos de damnificados no estaban para caramelos o palabras dulces, religiosas, de consuelo; estaban para, casi, o sin casi, la revolución.
El Estado se caía a trozos en Paiporta, por eso no es exagerado afirmar que Felipe VI lo salvó, a duras penas, de la destrucción. Y quien habla del Estado habla, naturalmente, de España. Pocas veces, por fortuna, la Corona ha tenido que intervenir en minutos en que España se ha podido desmoronar: el 23 de febrero de 1981, cuando un comando de generalotes, de espadones propios del XIX, asaltaba el Estado de Derecho; o en octubre de 2017, cuando los políticos secesionistas, sediciosos y cobardes de una parte de España, Cataluña, se alzaban contra la Constitución.
La tercera, sin extremosidades, ésta en que, con la Presidencia del Gobierno a la fuga y los ministros arrebujados en el confort de sus refugios de Madrid, Felipe VI fue consciente, sin alharacas, de que únicamente quedaba él a la cabeza del Estado; que los demás se habían escapado porque, según afirmación del presidente, peligraban sus vidas. Textualmente dijo el mentiroso.
Da toda la impresión de que, tras Valencia y Paiporta, ha nacido un nuevo papel mucho más activo, más presente, de nuestra Corona. Seguro que en estas fechas ha escuchado a muchos militares -algunos influyentes antes y ahora- manifestarle sus reservas ante la designación del general Gan Pampols como jefe de la reconstrucción valenciana.
Es de suponer que lo mismo que algunos de nosotros hemos recordado que la misión del Ejército no es la reconstrucción de las zonas devastadas, sino ofrecer garantías de seguridad a los que directamente trabajan reponiendo las infraestructuras o reedificando la multitud de edificios dañados. Es muy posible -ya lo verán- que el mando del general Gan, acostumbrado a la rígida disciplina castrense, halle incomprensiones, reticencias o resistencias en la clase política general, la española y la valenciana. ¿Cuánto tiempo -me pregunto- van a tardar los comunistas de Lenin y Stalin de Compromís en poner en solfa la labor de Gan, un militar al que, como tal, detestan absolutamente?
Gente como ésta embiste a menudo al Estado del que chupa y el Gobierno le anima, le empuja y le protege. Pregunto: ¿Saben cuántas veces se ha interrumpido una votación en el Parlamento para impedir que el resultado sea el contrario a los intereses del Gobierno? Pues sí: una, ésta del pasado martes en la bochornosa sesión que intentaba consagrar la confiscación del dinero de todos los españoles por la vía de impuestos abusivos. ¿La otra? pues cuando Tejero y sus cuates irrumpieron en el Congreso de los Diputados y pretendieron abortar la designación de un presidente del Gobierno.
En Paiporta, el Rey salvó al Estado que estaba caído, sin mando político, en ruinas, en Madrid, en el Parlamento; el PSOE y sus conmilitones intentaron derribarlo. Nuevo interrogante: ¿Cuántas veces más tendrá que actuar el Rey para abortar las intentonas de este Gobierno destinadas a destruir el orden constitucional, el Estado en suma?
Esperamos con verdadera expectación el discurso real de Navidad que esta vez, lo verán, dejará al lado los parabienes propios del momento, para situarnos a los españoles ante esta terrible certeza: la Corona es la gran protagonista ahora mismo del Estado constitucional del 78. El Rey salvó a España en Paiporta porque seguramente piensa, con toda la razón, que si se hubiera marchado como si aquello no fuera con él, el Estado ya ni siquiera existiría hoy. Así de claro.
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